martes, 9 de agosto de 2011

SITUACION MUNDIAL



El nuevo gobierno y la situacion mundial



Oswaldo de Rivero

Opinión
Hoy el mundo está de cabeza, las economías de los países desarrollados ya casi no crecen y están fuertemente endeudadas, hasta tal punto, que Estados Unidos ha visto su crédito degradado.



En contraste, muchos países llamados “en desarrollo” crecen pero lo hacen con gran exclusión social, en medio de un gran atraso tecnológico y enfrentando precios internacionales de la energía y los alimentos cada vez más caros.

Esta situación es el resultado de más de veinte años de globalización. Un proceso que ha terminado por afectar más a los países ricos debido a que ha “financializado” sus economías hasta el punto de hacer que las operaciones financieras especulativas o riesgosas sean mayores que las inversiones en la economía real. Y ante a esta situación, que nadie regula, el poderoso G20 se ha convertido en un verdadero G0.

Sin embargo, hoy los países ricos como los pobres tienen algo en común, como resultado de la globalización, como es una perniciosa exclusión social que está dejando sin futuro a las nuevas generaciones. El Desempleo juvenil mundial (15-25 años) ha crecido como nunca, batiendo el récord histórico al alcanzar ahora el 13 %. En América Latina ha llegado hasta al 16% y en el Perú hasta el 18%.

Hoy la clase media occidental y japonesa que era la que más consumía tiene sus bolsillos afectados por la crisis. Si esto persiste entraremos en otra recesión global ya que las clases medias de China y las de otros países en desarrollo, más pequeñas y más pobres, no podrán reemplazar el consumo de occidente y del Japón.

Si occidente y el Japón no consumen como antes China no venderá como antes, y si China no vende como antes, tampoco lo harán los países en desarrollo cuyo crecimiento depende en gran parte de sus exportaciones de materias primas para la industria china.

Una segunda recesión mundial es así una probabilidad porque además, en los países ricos, se está absurdamente combatiendo la crisis con una dogmática austeridad que está reduciendo aun más el consumo.

Como dije en mi artículo anterior el nuevo gobierno debe hacer un seguimiento a la crisis y tener un plan B.

Sin embargo, en medio de este desbarajuste económico global, la situación política internacional no es mala para el nuevo gobierno del Perú porque en casi todos los países las nuevas generaciones protestan ante la crisis pidiendo democracia con inclusión social. Algo que precisamente es el objetivo político central de este gobierno.

El nuevo gobierno del Perú es así uno de los pocos en el mundo que, ante la crisis, plantea lo mismo que quieren las nuevas generaciones: inclusión social.

Por ello, es necesario que la lucha contra la exclusión social se concentre en el Perú sobre todo en los jóvenes y se difunda este esfuerzo al mundo a través del discurso de nuestra diplomacia para hacer de la juventud global nuestra aliada

CRISIS





Un Perú robusto para enfrentar una crisis


Ministro de Economía destacó que el país se encuentra con superávit fiscal y liquidez en los bancos para afrontar problemas financieros globales. "
Castilla afirmó que la economía peruana tiene la fortaleza para enfrentar posibles impactos que desencadene una crisis.

Cada vez es más probable el inicio de una nueva crisis financiera global, pues, como es conocido, los llamados países desarrollados -Estados Unidos y el bloque europeo- afrontan problemas de deuda que en algunos casos superan su Producto Bruto Interno (PBI), no obstante, el ministro de Economía y Finanzas, Luis Castilla, afirmó que la economía peruana tiene suficiente fortaleza para enfrentar los posibles impactos de desencadenarse una crisis.



“Tenemos un alto nivel de reservas, un superávit fiscal de más de 5% en el primer semestre, la solidez del sistema financiero, la liquidez que tienen los bancos. Estamos confiados que tenemos las fortalezas para el contagio que venga de afuera. Estamos en una situación bastante ventajosa”, dijo.

La última crisis de 2008 iniciada en EE.UU. impacto negativamente en nuestra economía, las exportaciones cayeron hasta 40%, las tasas de Desempleo aumentaron y el boyante crecimiento que ostentaba la economía peruana con tasas entre 8% y 9% del PBI, cayeron abruptamente a 0% (en el 2009), recuerda el economista de Centrum Católica, Jorge Torres Zorrilla.

Nadie quiere que se repita dicho panorama, recalcó el economista quien recomendó al titular del despacho del Jirón Junín aplicar políticas contracíclicas para fomentar el consumo interno ante la menor demanda desde el exterior.

Si bien el ministro Castilla se muestra confiado de la fortaleza de la economía peruana, anotó que el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) realizará un monitoreo constante de la situación y también mantendrá una coordinación permanente con el Banco Central de Reserva del Perú (BCR) para detectar posibles choques de la crisis de Europa o de EEUU. En esa línea, destacó la importancia de afrontar la crisis de manera conjunta tal como se vio en la reunión extraordinaria de ministros de Economía y Finanzas de países de Unasur, que se realizó recientemente en Lima.

“La crisis ahora viene del Sur (Europa, Estados Unidos) ya no del Norte (en referencia a los países de la región). Acá estamos fuertes, la crisis de confianza ahora está en otro lugar”, dijo el ministro en la reunión extraordinaria de ministros de Economía de los países del Unasur.

Inclusión social
El banco de inversión Credit Suisse afirmó que la política de inclusión social que promueve el jefe del estado peruano, Ollanta Humala, favorecerá la gobernabilidad en el país.

Carola Sandy, economista del Departamento de Investigación para América Latina del banco, indicó que si bien la clase media en Perú ha crecido en los últimos años, aún hay mucha pobreza y se tiene que trabajar más en su reducción.

Recalcó que cuando no se atienden las necesidades básicas de grandes segmentos de la población de un país, como ha ocurrido en Perú, se genera inestabilidad social y política.

En ese sentido, consideró positivo que el gobierno del presidente Ollanta Humala ponga sobre el tapete la inclusión social, porque además favorecerá un mayor equilibrio político y social, lo cual es positivo para el crecimiento económico del país.

INCLUIR




Incluir es verbo, no es adjetivo





Corremos el riesgo de banalizar la idea de inclusión social. Para evitar que se convierta en un adorno al modelo, es urgente dejar en claro su naturaleza y medidas para lograrla.

Es necesario estar muy prevenidos en relación al uso y aplicación del concepto inclusión social. Basta ver a algunos de los voceros de derecha insistiendo en que el modelo requiere “un sesgo” de inclusión social. Pues nada más alejado del ánimo del país que ver este concepto como sesgo, cuando la perspectiva de la inclusión social justamente va al centro de las inequidades para desmontar las trabas que impiden que todos y todas accedan a los derechos básicos.

Incluir debe entenderse no sólo como atraer a sectores de la población a los beneficios del desarrollo económico, sino sobre todo como la extensión de los derechos (vía los servicios del Estado y otros mecanismos) progresivamente a toda la población desde una lógica en la que el interés colectivo (que lleva al bienestar individual) está claramente por encima de otros factores.

Como es claro ahora, el mercado es incapaz de resolver las carencias sociales, lo que lleva a dos cosas: promoción desde el Estado para brindar diversos servicios allí donde no los hay, y regulación efectiva de las arbitrariedades que se dan en el mercado que discriminan y significan menos dinero en el bolsillo de la gente.

Verbo incluir
Si estos conceptos no quedan claros ahora, corremos el riesgo de una tergiversación interesada en la que “el sesgo” incluyente se convierte en un adjetivo que acompaña mansamente a una realidad excluyente.

Incluir es un verbo, y como tal conjuga, ordena, define, obliga a que los demás componentes de la oración trabajen para implementarlo. Ya es hora de que este eje que apunta hacia un nuevo contrato social, se consolide en toda su magnitud. La banalización de la inclusión social está en marcha y se viene dando desde la CADE 2006, por lo que es necesario revertirla.

Estrategia o programa
Por eso persiste el viejo debate sobre la efectividad o no de los programas sociales, a los que la tecnocracia (progresista y de derecha) acusa de ser ineficientes, por lo que se requiere unificarlos y evitar “filtraciones”. Pues de hecho el diseño y aplicación de estos programas debe estar plagado de inconsistencias, pero el asunto no radica ahí.

El tema pasa por dejar de aplicarlos como permanentes en la lógica del “sesgo”; hay que entender su temporalidad y uso en determinada situación. El programa social de alivio a la pobreza se ha convertido en la herramienta para salir de la pobreza, lo cual es inviable.

Inclusión hoy consiste y debe entenderse como la extensión de derechos fundamentales (Educación, salud, justicia, seguridad, vivienda, nutrición), porque éstos jamás se podrán lograr desde una lógica de focalización y de parchar los huecos dejados por el “exitoso” modelo económico.

¿Cómo así puede ser exitoso un modelo que en dos décadas de aplicación, no ha podido consolidar los derechos fundamentales de la población? Pues justamente el modelo está en cuestión, y la referencia a la Constitución de 1979 y al nuevo contrato social, hechas por el presidente Ollanta, van en ese sentido.

No morir en la orilla
La idea y las medidas para desarrollar la mentada inclusión social deben ir hacia las bases de la exclusión y no hacia lo accesorio. Incluir no debe significar extender programas de entrega de dinero o brindar atenciones de salud para pobres como lo hace el SIS.

La inclusión pasa por desarrollar las medidas y destinar el presupuesto para que el Estado brinde los alcances para el ejercicio de los derechos con la más alta calidad e integralidad de enfoque, tal y como si un servicio fuera dado por la mejor empresa privada; en ese contexto, el concurso de éstas últimas en buena hora que se dé, pero desde reglas bien establecidas.

Sería como nadar kilómetros y morir en la orilla que los que han conducido, avalado, festejado, maquillado, venerado y convertido en dogma los fundamentos del modelo excluyente que vivimos, sean ahora los que definan que la inclusión social es un “sesgo”.

No, la inclusión es la aplicación de la universalidad de los derechos; esa es la única forma de lograr desarrollo alrededor del mundo. El Estado y sus alcances están en la obligación de igualar a la sociedad, no de dar paquetes precarios a los excluidos justamente porque se les hace el favor de incluirlos.


Alexandro Saco
Colaborador

RISAS Y SUSTOS



Entre risas y sustos



César Lévano

Razón Social cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
El jueves 4 escuchamos a Jaime de Althaus asegurar que la Bolsa de Valores de Lima había bajado debido a que Ollanta Humala evocó la Constitución de 1979. Casi nos ahogó la risa.

Al parecer, el periodista no se había enterado de la ráfaga de crisis que había hecho bajar las bolsas de todo el mundo, incluida la blindada de Francfort, Alemania.

Fuimos los primeros en dar la voz de alarma sobre la tormenta que azota la economía de Estados Unidos y, en cadena, toda la infraestructura mundial. Lo hicimos en esta columna, al mismo tiempo que pedíamos de las autoridades económicas información y medidas pertinentes.

El viernes, el ministro de Economía, Luis Castilla, notificó que “la crisis de confianza está en el norte y no en el sur”. No está, por tanto, en el Mensaje inaugural del Presidente Humala. Castilla informó asimismo que el jueves 4 -¡chúpate esa!- se había efectuado en la Cancillería peruana una reunión extraordinaria de los ministros de Hacienda de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para analizar la crisis y ver qué medidas adoptar.

El examen de fondo, anunció Castilla, se efectuará en el Consejo de ministros de Hacienda y presidentes de los bancos centrales citado para el 11 de agosto en Buenos Aires. Una de las medidas que se estudian consiste en estimular el intercambio comercial en la propia región.

Es tiempo de que nos convenzamos de que las recetas del Fondo Monetario Internacional y del Banco mundial no son el santo remedio ni para los padres de la criatura. Deben ser sometidas a análisis crítico, a la luz de los intereses nacionales y regionales. Uno de los esfuerzos vitales consiste en fortalecer nuestras economías internas, impulsar el desarrollo industrial y energético, fomentar la agricultura de consumo interno, elevar la capacidad adquisitiva de la población.

No se trata de tocar a zafarrancho en materia económica y fiscal, sino de reconocer que los dictados del FMI y del Banco mundial conducen a la crisis.

El 24 de enero de 2008, el notable economista Brasileño Theotonio dos Santos me dijo, en entrevista para LA PRIMERA, que una medida previsora sería emplear parte de los fondos de las reservas del Banco Central en obras reproductivas, por ejemplo vialidad, industria petroquímica, impulso a la investigación y la tecnología. Dos Santos recomendaba descartar el alto índice de reservas en dólares.

Trece años atrás, los economistas Brasileños Ciro Gomez y Roberto Mangabeira recomendaban, en su libro Una alternativa práctica al neoliberalismo (Editorial Océano, México), un libre comercio sin dogmas, un proceso democratizador que supere, gradualmente, la dualidad, la diferencia abismal entre el sector económico de vanguardia y la retaguardia, y no depender excesivamente de la inversión extranjera. “El capital se hace en casa”, señalaron.

RECAIDA GLOBAL


Todo indica que estamos en la antesala de una nueva crisis económica y financiera global. La decisión del Congreso de Estados Unidos de autorizar una elevación del tope de endeudamiento en US$ 900 mil millones (el tope era de US$ 14,3 billones) no ha despejado las nubes de tormenta.

CESAR LEVANO

El remedio puede ser peor que la enfermedad: al acordar un gran recorte de gastos, Estados Unidos profundiza su debilidad económica, pues reduce consumo y empleo. Se ha salvado de la bancarrota, pero no de la crisis.

La medida sobre la deuda eliminó por el momento el peligro de que la economía más poderosa del mundo se declarara en moratoria; es decir, en suspensión de pagos.

Pero hay demasiados factores de crisis en el horizonte. La decisión estadounidense no ha calmado los nervios de la economía mundial. A muchos ha sorprendido que, pese a esa decisión, las principales economías del mundo sigan al borde del abismo. Las bolsas de valores, incluida la de Lima, prosiguen su baja.

El Dow Jones, el principal índice financiero del mundo, ha completado ocho bajones sucesivos, lo cual es considerado como la peor racha desde octubre de 2008, cuando la quiebra del banco Lehman Brothers fue la señal precursora de la recesión que este año 2011 parecía a punto de terminar.

Se ha abierto en la economía del mundo una brecha de inseguridad e incertidumbre. Ahora hay quienes se interrogan si la quiebra amenaza más a Italia que a España. “No hay dinero para rescatar a Italia”, señalan agentes de bolsa europeos. Además, Italia tiene fuertes compromisos de deuda que se vencen este año.

The Wall Street Journal Americas recuerda que la deuda pública italiana equivale a 120 por ciento del Producto Interno Bruto. Es una carga demasiado pesada.

Las medidas de Washington no han calmado la zozobra interna de su economía, sino que parecen haber ahondado los problemas de la economía mundial.

El Perú, como todas las economías en desarrollo, puede ser gravemente afectado por la crisis mundial. La recesión desatada en 2008 afectó a nuestra economía, a pesar de que Alan García afirmaba que estábamos blindados contra ella. El ascenso constante de la economía china nos ayudó, sin embargo. Pero ahora, si toda Europa, con la excepción de Alemania, naufraga, puede ocurrir que China acentúe su política de desaceleración.

Nuestros gobernantes, y en especial los que han recibido las riendas de la economía, tienen el deber de examinar el panorama económico mundial, informar al país y recomendar las medidas pertinentes.

La recaída de la crisis reafirma que las recetas del neoliberalismo y los dictados del Fondo Monetario Internacional no sirven para capear el temporal. España, la pobre España, que acató recomendaciones del FMI en el plano social y laboral, llora hoy su fracaso.

MAS INFORMACION MENOS CONOCIMIENTO


.Por: Mario Vargas Llosa

Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y tarde por la red; además, se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.

Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.

Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall McLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. McLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo del Internet.

Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.

No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la “inteligencia artificial” que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado “la mejor y más grande biblioteca del mundo”? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?

No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: “Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos”. Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para “informarse”. Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros”.

Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer La Guerra y la Paz o el Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?

La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce “la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos”. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.

Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis controvertidas. Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención que –para qué engañarnos– no será escuchado. Lo que significa, si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor.