Por: Rosa Garibaldi
José Villamil, (1788-1866) llegó a Washington como encargado de negocios ecuatoriano cuando Estados Unidos estaba en plena euforia por el guano peruano. Villamil nacido en Nueva Orleans, Luisiana, se estableció en Guayaquil alrededor de 1815. Marino de pura cepa, luchó por la instauración de la República del Ecuador y luego incorporó las Galápagos a ese país. Estaba convencido de que esas islas albergaban el valioso fertilizante. Con esto en mente contrató al capitán Julius De Brissot, marino de Nueva Orleans, encargándole explorar las islas Galápagos en busca de guano; regresó con unas muestras, alegando que eran igual en calidad al mejor de las islas de Chincha.
¿GUANO BARATO?Siguiendo las órdenes de Villamil, De Brissot entregó las muestras al secretario de Estado William L. Marcy (1786-1857) quien, desconfiado, las envió para un análisis de química en la Universidad de Harvard que confirmó que la muestra estaba a la par del mejor guano peruano. El capitán De Brissot, para asegurarse de que Villamil cumpliera con hacerlo partícipe de las ganancias de esta explotación guanera, contrató los servicios legales del senador Judah P. Benjamin, (1811-1884). Ben- jamin era un abogado, político y prominente hacendado azucarero de Louisiana que lo representó en todas las negociaciones en el Ecuador, protegiendo sus derechos. Benjamin y De Brissot convencieron al secretario de Estado Marcy de que el descubrimiento brindaría a Estados Unidos una excelente oportunidad de obtener guano a precio ínfimo —bálsamo para un frustrado Marcy por su fracaso en los intentos de superar el impasse del sistema de consignatarios del Perú—.
NEGOCIOS RIESGOSOSA mediados de 1854, ni bien llegado al Ecuador, el nuevo encargado de negocios estadounidense Philo White (1796-1874) recibió instrucciones del secretario de Estado Marcy. Debía concertar con el gobierno ecuatoriano las mejores condiciones para adquirir el codiciado guano: comprando las islas Galápagos o a cambio de un importante “préstamo” lograr el acceso de compañías norteamericanas al guano “al precio más favorable”. White se enteró, sin embargo, que la existencia de guano en esas islas podía ser una quimera pues el vicecónsul estadounidense, excelente navegante, no había encontrado huella que valiera extraer.
ENREDOS Y ERRORESLo que sucedió a continuación fue una comedia de enredos y errores. Altos funcionarios del gobierno ecuatoriano vieron en el senador Benjamin no al agente contratado por De Brissot sino a un emisario especial del gobierno estadounidense. A Philo White le era imposible reconciliarse con la posibilidad de que no hubiera guano en las islas ecuatorianas; lo alentaba el recuerdo de las muestras entregadas al secretario de Estado Marcy. En todo caso su misión era más trascendental: la adquisición por Estados Unidos de las islas Galápagos. Los funcionarios del gobierno ecuatoriano se ilusionaron con la expectativa de tan inesperado tesoro guanero similar al que había enriquecido al Perú.
TRATADO FIRMADOEl 20 de diciembre de 1854, el presidente José María Urbina y el canciller Marcos Espinel firmaron con el ministro Philo White el llamado “Tratado de los Galápagos”. Este dispuso que, en retribución a un préstamo de tres millones de dólares con un interés de cinco por ciento anual, naves norteamericanas podían cargar guano con la rebaja de un dólar —del precio fijado por el gobierno ecuatoriano—. Esto se aplicaba a cada tonelada comprada por ciudadanos norteamericanos y la rebaja sería vigente mientras durara la deuda del Ecuador. El tratado incluyó el compromiso con De Brissot sobre las utilidades a distribuirse: una quinta parte para los dos descubridores del guano (Villamil y De Brissot) y cuatro quintas partes para el Estado ecuatoriano.
GRAN PREOCUPACIÓNEn lo que constituyó la parte clave del tratado, el gobierno de Estados Unidos extendió su protección a sus ciudadanos participantes en el negocio del guano, a las islas Galápagos y a puertos en la costa ecuatoriana: “contra toda clase de invasiones, incursiones, o depredaciones que se intenten o puedan verificarse, bien sea de parte de alguna nación o de algún aventurero o cabecilla que, reuniendo gentes extranjeras, quisiera apoderarse de las islas o de algún puerto o caleta de la costa ecuatoriana”. Al enterarse de la firma del tratado, el ministro peruano Mariano José Sanz, así como sus colegas de Chile, Gran Bretaña, Francia y España protestaron en nota al ministro de Relaciones Exteriores, Marco Espinel por: “el carácter esencial y evidentemente político de esta transacción, en la cual están invictos altos intereses extraños al Ecuador, y que su Gobierno no puede ni debe comprometer sin el concurso de las naciones a quienes afectan directa o indirectamente”.
CRECIENTE TENSIÓNSanz y sus colegas se enteraron de que el protectorado estadounidense se extendía a todo el litoral y “territorios conocidos de la república”, hecho que Espinel les ocultó al leerles solo una parte del tratado. White informó al secretario de Estado Marcy que el canciller ecuatoriano Marco Espinel le había confiado que el más agresivo en su protesta contra el “Tratado de los Galápagos” había sido el peruano Mariano Sanz, sin embargo, Espinel había asegurado a White que pese a la oposición el tratado sería rápidamente aprobado por el congreso ecuatoriano. No resulta extraña la desconfianza del Gobierno Peruano frente al Tratado de los Galápagos pues ya en 1851 Ecuador había coqueteado con la idea de vender las islas para cancelar su deuda inglesa. Entonces, ante las protestas del ministro peruano Francisco de Paula Moreira, el Gobierno Ecuatoriano retrocedió.
REGIÓN EN VILOAmérica Latina se quedó de una sola pieza al difundirse la noticia del Tratado de los Galápagos. El canciller chileno Antonio Varas denunció ante todas las cancillerías de América que el Ecuador, sometido a la protección de Estados Unidos, tendría por algún tiempo la apariencia de un Estado independiente y luego se convertiría en colonia norteamericana. Era conocido que, desde fines de 1853, el Gobierno de Estados Unidos estaba interesado en una posesión estratégica en las costas occidentales de América del Sur, cerca del istmo de Panamá, a través del cual existía el proyecto de construir un canal interoceánico.
DESCONCIERTOEcuador se desconcertó pues seis meses después de la firma del tratado no había respuesta de Estados Unidos. Philo White lamentó el silencio de su gobierno que había deteriorado las relaciones de Ecuador con los países de la región. Fue un episodio embarazoso para el gobierno del ecuatoriano José María Urbina. Philo White defendió, sin embargo, el posible razonamiento de su gobierno: habiendo resultado “ilusorio el descubrimiento” de guano el Tratado de los Galápagos “ipso facto” pasó a ser nulo, lo que hubiera ocurrido inclusive si hubiera sido ratificado por Estados Unidos.
UNA MALA PASADAA fines de diciembre de 1854, White informó desde Ecuador a Marcy en Washington, que el cónsul estadounidense en Guayaquil había descubierto “guano auténtico”. El entusiasmo se desvaneció pronto pues resultó de baja calidad, diluido por la lluvia y mezclado con residuos volcánicos. El “Tratado de Galápagos” nunca fue sometido al Congreso estadounidense. El presidente Franklin Pierce y el secretario de Estado William Marcy, en enero de 1855, por boca del propio senador Benjamin se enteraron de que las muestras de De Brissot habían sido extraídas de las islas peruanas de Chincha.
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