Cuarenta años después de la reforma agraria aún es ambigua la pregunta por su resultado. En parte tuvo éxito y mirados otros ángulos fue un completo fracaso. Por un lado, liberó al campesinado de las ataduras serviles y amplió la ciudadanía peruana, integrando al país más que ningún otro gobierno. Pero, sus propuestas productivas fueron utópicas y sin mayor sentido, habiendo provocado un serio retraso de la productividad agraria.
Al terminar con la hacienda oligárquica, Velasco optó por no repartir la tierra en forma individual entre los campesinos. Varias experiencias de reformas agrarias así lo indicaban. En efecto, desde la revolución de los esclavos de Haití se ha sabido que el minifundio arruina a una nación y que retrasa considerablemente sus fuerzas productivas.
Pero, ¿cómo evitar el reparto después de expropiar a los grandes hacendados? La única manera es mantener las unidades productivas con mano dura y proyectos a largo plazo. Por ello, el general Velasco conservó la gran propiedad e incluso la amplió, llamándola cooperativa o sociedad agrícola de interés social. Bajo esos nombres se proyectó el latifundio y el campesinado percibió al Estado como nuevo dueño.
Empezaron los problemas y contradicciones. Era difícil mantener grandes complejos productivos; la disciplina del antiguo régimen había terminado y los intereses de los grupos campesinos eran muy distintos. Aunque lo peor estaba por venir. Era una época de precios controlados. No regía el mercado, sino que los ministerios fijaban los precios de una serie de mercancías. Por supuesto, parte de estos precios controlados correspondían a los productos del campo.
Pues bien, a Velasco se le ocurrió que los campesinos debían colaborar con los pobres de la ciudad. El general presidente pensaba que la reforma agraria era un enorme aporte de su gobierno a la clase campesina. Además, sabía que no había hecho nada semejante por el pueblo de las ciudades, no había reforma urbana ni estaba planeada. Pues bien, la forma de compensar a la ciudad sería con productos del campo baratos, que permitan llegar a fin de mes. El campesino ayudaría al proletario con una mesa cómoda.
Esa política diferenciada de precios arruinó al campo y evitó posibles efectos beneficiosos de la reforma agraria. El intercambio entre campo y ciudad siempre es desigual, pero en este caso se hizo abismal. De este modo, durante el docenio militar, la reforma agraria entregó la tierra a administradores que laboraban nominalmente como representantes del campesinado. Pero, paralelamente perjudicó económicamente al campo en su conjunto y extendió la pobreza rural.
En este contexto, los problemas sociales dentro de la reforma se hicieron más agudos. Sobrevino una etapa de gruesas dificultades económicas. Los supuestos beneficiarios estaban pobres y quisieron arreglárselas por sí mismos.
Por ello, el campesinado rechazó el modelo asociativo implementado por la reforma del general Velasco. No había traído ni autogestión ni prosperidad. A continuación, empezaron una serie de tomas de tierras protagonizadas por los mismos beneficiarios contra las cooperativas. Las parcelaron. Cada campesino se hizo dueño de una pequeña chacrita y desapareció la economía de escala, indispensable para una operación moderna y económicamente viable.
Como consecuencia vino el fracaso económico. El campo dejó de crecer. Descendió la rentabilidad agraria y la producción de alimentos retrocedió. Pero, el campesinado había adquirido ciudadanía; disponía de derechos políticos y avanzaba en su integración a la nación. Gracias a ello, Sendero Luminoso no logró incendiar completamente la pradera campesina. Si se hubiera dado el caso contrario, aún estaríamos intentando apagar los Andes.
martes, 25 de agosto de 2009
¿Fracasó la reforma agraria?
Por: Antonio Zapata
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