La última propuesta discriminadora y racista de la legisladora fujimorista Martha Hildebrandt me pone a pensar si habrá algo de cierto en su premisa que para ingresar al Congreso hace falta más currículos, más títulos y pedigree, para evitar los escándalos y escandaletes que cierta prensa magnifica hasta el ensordecimiento.A ver. Según la señora Hildebrandt, este es el peor Congreso en el que ella ha estado. Será bueno, entonces, primero recordar, cuáles serían para ella los mejores. Tal vez los que albergaban a la oligarquía de los años 30 en que el aprismo y los comunistas estaban prohibidos por ley. O el Congreso de tiempos de Prado, con Pedro Beltrán Espantoso al frente, o el del primer gobierno de Belaunde, con el Partido Aprista y la Unión Nacional en contubernio antihistórico, o el del segundo gobierno belaundista con su hermanísimo Paco de presidente de la Cámara de Diputados, o el del primer gobierno alanista, con varios de sus integrantes hoy reciclados y ocupando otra vez curules.O es que doña Martha Hildebrandt extraña el Congreso Constituyente Democrático, hijo del golpe de Estado fujimorista del 5 de abril que dio a luz la Carta repudiada. Seguro que sí extraña el Parlamento en que ella fue presidenta, con mayoría fujimorista, algunos de cuyos miembros purgan hoy prisión por corruptos, junto a su jefe máximo Alberto Fujimori.En segundo lugar, Hildebrandt reclama pergaminos a los postulantes, es decir desacredita a quienes de repente no los tienen, como doña Hilaria Supa, representante de Cusco, quien por su propio esfuerzo salió del analfabetismo, pero olvida señalar que, salvo el castigo que le impusieron por ser solidaria con la protesta amazónica, no hay reparos sobre su actuación y ha propuesto muchas leyes a favor de los quechuahablantes, sus votantes, es decir, ha cumplido con la regla básica de cualquier parlamentario que se respete. No podemos decir lo mismo de otros que sí tienen estudios y títulos, como Jorge del Castillo, abogado, con posgrados y maestrías, pero que acudió sin rubor a la suite del hotel Country Club a hablar de negocios con Fortunato Canaán, o Tomás Cenzano, ingeniero quien hasta ahora no aclara cómo hace aparecer y desaparecer empresas mineras, y le debe al Estado más de 220 millones de nuevos soles y dice con pasmosa tranquilidad que no puede ni va a pagar. Igualmente, Luis Alva es economista y, por decir lo menos, cuando fue ministro del Interior no se dio cuenta que los patrulleros y los pertrechos para la policía estaban sobrevaluados. La lista de profesionales incluye al abogado Edgar Núñez, aprista hasta los huesos, y quien se niega a reconocer al menos a dos hijas e incumple las leyes sobre su deber paterno, además le importan muy poco los derechos humanos de las personas. Y a Luis Giampietri, primer vicepresidente de la República, también graduado en la Marina de Guerra y con una carrera que lo llevó hasta vicealmirante. Con tal rango, no le tiembla la voz ni la mano para plantear bombardear indiscriminadamente el VRAE sin tener en cuenta las bajas civiles ni el daño ecológico que produciría. ¿De qué le sirven sus estudios y grados académicos? La fujimorista Cecilia Chacón, quien es empresaria, y su colega, el publicista Carlos Raffo, no dudan en incumplir los mandatos legales de comparecer ante el Poder Judicial que los ha enjuiciado por sus nexos con Vladimiro Montesinos, por delitos cometidos e imputados antes de que fueran elegidos, pese a lo cual se amparan en la inmunidad parlamentaria. Y su correligionario, el empresario sanmartinense Rolando Reátegui, sólo está libre porque prescribió el delito por el que lo enjuiciaban (recibir dinero de Montesinos) sin que eso signifique que es inocente. Y, aunque es un tema de la esfera privada, Ricardo Pando, es (como todo lo señala) un abusador de su propia esposa. Y ni hablar de su lideresa, Keiko Fujimori, quien hasta ahora no explica con qué dinero financió sus estudios en la Universidad de Boston en donde obtuvo el grado de administradora, ni por qué se hizo de la vista gorda, valga la redundancia, sobre el maltrato físico y psicológico sufrido por su madre, Susana Higushi, a manos de la dupla Fujimori-Montesinos.Entonces, no son sólo los congresistas “robaluz”, “comepollo”, “corre que te chapo”, “contrato fantasmas”, “lávame-los-pies”, “plánchame-las-camisas”, etc. los cobijados, protegidos y apadrinados por quienes controlan el Congreso. También cohabitan bajo el mismo paraguas los muy ilustrados y académicos embarcados en “faenones” y otros delitos. Son, en fin, los que han hecho de este Parlamento una entidad repudiada por la ciudadanía.Susana Grados DíazRedacción
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