Por Francisco Durand
Profesor de Ciencias Políticas Universidad de San Antonio, Texas , EEUU
El director de una minera de cuyo nombre no debo acordarme me dijo en Lima que en las próximas elecciones los empresarios necesitan un presidente que deje la economía como está. Acto seguido se puso a pensar quién podía sentarse en la silla y quién no.
Obviamente, nombró con entusiasmo a Pedro Pablo Kuczynski, que para los mineros es de casa y, ¿por qué no?, a Alejandro Toledo, que la hizo bien, podría repetir. Nuestro alcalde, enemigo de licitaciones y amigo de grandes obras, también es bien visto. Keiko Fujimori es asimismo aceptable, a pesar de ser monotemática. Hasta el tío George del Castillo es visto como potable, a pesar de sus petroaudios.
Luego vino la frase de la semana que me hizo recordar la conversación con el minero de este país manejado por 20 familias y 40 corporaciones. La emitió Felipe Ortiz de Zevallos (grupo Apoyo): “Creo que, sin importar quién gane la elección, hay un consenso de ortodoxia en materia económica.” Bueno, existe ese consenso si solo vemos a los candidatos conservadores o acomodados al poder económico. Es por eso que son intercambiables.
No tardaron en aparecer en la conversación los fantasmas de la izquierda. El minero estaba satisfecho de que Humala y sus diezmadas huestes siguen desangrándose ante los ataques denonados de Palacio y la prensa amiga, tarea en la cual incluso colabora el Banco de Crédito cuando revela información privada de Nadine Humala. El padre Arana no tardó en aparecer. ¿Tú realmente crees que puede inspirar a las masas y llegar a una segunda vuelta?. Ahí esta el problema, esa incertidumbre de que los pobres eligen. Como bien dijera Ortiz de Zevallos, en las elecciones “mucha gente pobre es fácilmente persuadida”. Los candidatos alternativos no cumplen con el requisito de buena disposición del aviso en la página económica: “Se necesita presidente que siga instrucciones”.
Interesante la conversación también por sus omisiones. Los problemas sociales, el crimen organizado, callejero y pandillero; la informalidad, la corrupción, en fin, el desarrollo desigual, para citar un concepto sociológico; fueron dejados de lado. Lo central es que la economía esté en buenas manos, que no haya sorpresas. Me recuerda otra conversación con el presidente Paniagua antes de su muerte. No me canso de relatarla. Hacia mediados del 2005 era un candidato fuerte, y se negaba a visitar a los dueños del país –como estaban haciendo otros candidatos– o a volar en las avionetas del grupo Romero –como ya lo empezaba a hacer Lourdes Flores–. Lo tomaron desprevenido por su bonhomía. Todo empezó cuando Luis Bedoya lo convocó para una supuesta concertación electoral. Cuando llegó a la reunión, se dio con una sorpresa. Lo estaban esperando un selecto grupo de banqueros y mineros, entre ellos un Brescia. Le informaron –creo que el término es exacto– que lo que el país necesitaba era dejar la economía intocada –o, mejor dicho, la estructura del poder económico y la política económica, que a eso se refieren y no a otra cosa–. Salió molesto, y con razón. Intentó hablar de salud y educación y tuvo la clara impresión de que les interesaba poco. A partir de ahí comenzó un sutil pero efectivo acoso mediático para sacarlo de la escena y poner en el centro a Lourdes Flores, “la candidata de los ricos”, lo que efectivamente ocurrió. Una labor para quitarse el sombrero.
Lo dicho, bien vistas las cosas, no es nuevo. Así se manejaba el país antes de 1968, cuando todos se quitaban el sombrero al ver pasar a un grupo de grandes familias propietarias de haciendas, a los banqueros y los gerentes extranjeros de las Company Towns mineras y petroleras. Eran ellos los que manejaban el país indirectamente –el concepto es de Francois Bourricaud–, a través del candidato correcto, o el partido que se inclinara a su lado.
No había entonces, como ahora tampoco, un sólido partido de derecha, así que tenían que encontrar presidentes que estuvieran dispuestos, según la expresión de Sebastián Salazar Bondy en “Lima la horrible”, a ser “ilustres presos de la oligarquía”. Tampoco importaba mucho quién llegara al poder. Había, decían, un consenso en la ortodoxia económica liberal. Si las elecciones fallaban, no faltaba un general dispuesto al cuartelazo o un partido de masas dispuesto a la convivencia –el APRA–. Alan García está repitiendo la historia. Una vez elegidos, si había huelgas o protestas exigían “mano dura”, “ley y orden”.
Vivimos los tiempos de la nueva oligarquía y el neolatifundismo. El grupo Gloria, por ejemplo, tiene 29,000 hectáreas. El país, dicen, prospera como nunca, aunque los primeros en prosperar son ellos. El Perú parece que fuera un puerto o un aeropuerto. Mirando siempre hacia el mar, para ver si llegan las importaciones, o si se embarcan a tiempo las exportaciones. A los cielos, para ver si llega a tiempo el avión que trae inversionistas o que nos lleva a París. Siempre de espaldas a la sierra o la selva. Es allí donde se encuentran los perros del hortelano que no dejan comer a los inversionistas. Bueno, ahora existen programas de responsabilidad social empresarial, cierto, y mejor filantropía, pero ¿acaso antes los patrones no se preocupaban de “fidelizar” a sus dependientes con obras?
Palacio organiza desfiles de inversionistas, previa publicación de folletos sobre riquezas naturales, o cartas del propio presidente a los grandes inversionistas, aunque parece que recibe de todo. Un total de 1,184 empresarios desfilaron según declaración del propio presidente al momento de estallar el escándalo de los petroaudios en octubre del 2008. ¿Por qué, presidente, recibe usted a tantos en Palacio?
Uno de los escogidos fue el dominicano Fortunato Canaán, que visitó la Presidencia del Consejo de Ministros, el Ministerio de Salud y hasta Palacio de Gobierno. Así es nuestro sistema de incentivos, personalizado. ¿Acaso el presidente Leguía y su hijo no hacían lo mismo? Luego sigue el otro desfile. Ministros y altos funcionarios visitan las suites de los hoteles. Tal es la lección de los petroaudios, escándalo que se resiste al entierro. En Santo Domingo, lugar donde nació Don Fortunato, país donde hablan de frente, le dicen con acierto “acuerdos de aposentos”.
Así estamos. Primero las minorías selectas deciden quién no puede entrar a la presidencia y quién es el candidato correcto, y luego siguen los nombramientos de economistas ortodoxos o grandes empresarios en los puestos claves de manejo económico. Luego nos visitan los inversionistas y sus lobistas. Las elecciones son una licitación. El país, un campo de inversiones.
Profesor de Ciencias Políticas Universidad de San Antonio, Texas , EEUU
El director de una minera de cuyo nombre no debo acordarme me dijo en Lima que en las próximas elecciones los empresarios necesitan un presidente que deje la economía como está. Acto seguido se puso a pensar quién podía sentarse en la silla y quién no.
Obviamente, nombró con entusiasmo a Pedro Pablo Kuczynski, que para los mineros es de casa y, ¿por qué no?, a Alejandro Toledo, que la hizo bien, podría repetir. Nuestro alcalde, enemigo de licitaciones y amigo de grandes obras, también es bien visto. Keiko Fujimori es asimismo aceptable, a pesar de ser monotemática. Hasta el tío George del Castillo es visto como potable, a pesar de sus petroaudios.
Luego vino la frase de la semana que me hizo recordar la conversación con el minero de este país manejado por 20 familias y 40 corporaciones. La emitió Felipe Ortiz de Zevallos (grupo Apoyo): “Creo que, sin importar quién gane la elección, hay un consenso de ortodoxia en materia económica.” Bueno, existe ese consenso si solo vemos a los candidatos conservadores o acomodados al poder económico. Es por eso que son intercambiables.
No tardaron en aparecer en la conversación los fantasmas de la izquierda. El minero estaba satisfecho de que Humala y sus diezmadas huestes siguen desangrándose ante los ataques denonados de Palacio y la prensa amiga, tarea en la cual incluso colabora el Banco de Crédito cuando revela información privada de Nadine Humala. El padre Arana no tardó en aparecer. ¿Tú realmente crees que puede inspirar a las masas y llegar a una segunda vuelta?. Ahí esta el problema, esa incertidumbre de que los pobres eligen. Como bien dijera Ortiz de Zevallos, en las elecciones “mucha gente pobre es fácilmente persuadida”. Los candidatos alternativos no cumplen con el requisito de buena disposición del aviso en la página económica: “Se necesita presidente que siga instrucciones”.
Interesante la conversación también por sus omisiones. Los problemas sociales, el crimen organizado, callejero y pandillero; la informalidad, la corrupción, en fin, el desarrollo desigual, para citar un concepto sociológico; fueron dejados de lado. Lo central es que la economía esté en buenas manos, que no haya sorpresas. Me recuerda otra conversación con el presidente Paniagua antes de su muerte. No me canso de relatarla. Hacia mediados del 2005 era un candidato fuerte, y se negaba a visitar a los dueños del país –como estaban haciendo otros candidatos– o a volar en las avionetas del grupo Romero –como ya lo empezaba a hacer Lourdes Flores–. Lo tomaron desprevenido por su bonhomía. Todo empezó cuando Luis Bedoya lo convocó para una supuesta concertación electoral. Cuando llegó a la reunión, se dio con una sorpresa. Lo estaban esperando un selecto grupo de banqueros y mineros, entre ellos un Brescia. Le informaron –creo que el término es exacto– que lo que el país necesitaba era dejar la economía intocada –o, mejor dicho, la estructura del poder económico y la política económica, que a eso se refieren y no a otra cosa–. Salió molesto, y con razón. Intentó hablar de salud y educación y tuvo la clara impresión de que les interesaba poco. A partir de ahí comenzó un sutil pero efectivo acoso mediático para sacarlo de la escena y poner en el centro a Lourdes Flores, “la candidata de los ricos”, lo que efectivamente ocurrió. Una labor para quitarse el sombrero.
Lo dicho, bien vistas las cosas, no es nuevo. Así se manejaba el país antes de 1968, cuando todos se quitaban el sombrero al ver pasar a un grupo de grandes familias propietarias de haciendas, a los banqueros y los gerentes extranjeros de las Company Towns mineras y petroleras. Eran ellos los que manejaban el país indirectamente –el concepto es de Francois Bourricaud–, a través del candidato correcto, o el partido que se inclinara a su lado.
No había entonces, como ahora tampoco, un sólido partido de derecha, así que tenían que encontrar presidentes que estuvieran dispuestos, según la expresión de Sebastián Salazar Bondy en “Lima la horrible”, a ser “ilustres presos de la oligarquía”. Tampoco importaba mucho quién llegara al poder. Había, decían, un consenso en la ortodoxia económica liberal. Si las elecciones fallaban, no faltaba un general dispuesto al cuartelazo o un partido de masas dispuesto a la convivencia –el APRA–. Alan García está repitiendo la historia. Una vez elegidos, si había huelgas o protestas exigían “mano dura”, “ley y orden”.
Vivimos los tiempos de la nueva oligarquía y el neolatifundismo. El grupo Gloria, por ejemplo, tiene 29,000 hectáreas. El país, dicen, prospera como nunca, aunque los primeros en prosperar son ellos. El Perú parece que fuera un puerto o un aeropuerto. Mirando siempre hacia el mar, para ver si llegan las importaciones, o si se embarcan a tiempo las exportaciones. A los cielos, para ver si llega a tiempo el avión que trae inversionistas o que nos lleva a París. Siempre de espaldas a la sierra o la selva. Es allí donde se encuentran los perros del hortelano que no dejan comer a los inversionistas. Bueno, ahora existen programas de responsabilidad social empresarial, cierto, y mejor filantropía, pero ¿acaso antes los patrones no se preocupaban de “fidelizar” a sus dependientes con obras?
Palacio organiza desfiles de inversionistas, previa publicación de folletos sobre riquezas naturales, o cartas del propio presidente a los grandes inversionistas, aunque parece que recibe de todo. Un total de 1,184 empresarios desfilaron según declaración del propio presidente al momento de estallar el escándalo de los petroaudios en octubre del 2008. ¿Por qué, presidente, recibe usted a tantos en Palacio?
Uno de los escogidos fue el dominicano Fortunato Canaán, que visitó la Presidencia del Consejo de Ministros, el Ministerio de Salud y hasta Palacio de Gobierno. Así es nuestro sistema de incentivos, personalizado. ¿Acaso el presidente Leguía y su hijo no hacían lo mismo? Luego sigue el otro desfile. Ministros y altos funcionarios visitan las suites de los hoteles. Tal es la lección de los petroaudios, escándalo que se resiste al entierro. En Santo Domingo, lugar donde nació Don Fortunato, país donde hablan de frente, le dicen con acierto “acuerdos de aposentos”.
Así estamos. Primero las minorías selectas deciden quién no puede entrar a la presidencia y quién es el candidato correcto, y luego siguen los nombramientos de economistas ortodoxos o grandes empresarios en los puestos claves de manejo económico. Luego nos visitan los inversionistas y sus lobistas. Las elecciones son una licitación. El país, un campo de inversiones.
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