Por Luis Jaime Cisneros
El nombre de la institución universitaria ha estado tan maltratado en los últimos tiempos que siento que mi silencio puede contribuir, por insignificante que sea, al maltrato general. ¡Y no puede ser! Me corresponde decir algo. No elijo la acusación ni la protesta. Elijo el elogio, que mira a la tradición y mira, por lo mismo, al porvenir. Y cuando elijo la tradición, elijo la vieja cultura greco-latina. Muchos creerán que elijo el pasado y que, por eso, no tomo en cuenta el presente. Somos muchos, felizmente, los que comprendemos que porque elijo la tradición estoy mirando a la esencia del trabajo universitario, que está mirando al porvenir. Fueron los griegos los que nos alertaron al respecto. De ellos aprendimos a plantearnos preguntas esenciales sobre el qué y el cómo para alcanzar, así, los primeros caminos del conocimiento.
Mi primer contacto con los estudios superiores lo tuve en el Lycée Francais de Montevideo. Un solo recuerdo, un solo nombre resume todo lo aprovechado. Aprendí a leer un libro maravilloso de Descartes: Régles pour la direction de l’esprit. Leerlo significó analizar y discutir cada una de sus páginas; significó distribuirnos en cuatro grupos para averiguar si podíamos encontrar una explicación sobre el espíritu. Como conclusión anotamos en nuestro cuaderno que habíamos elegido un camino: consistía en no tener miedo de formular preguntas.
Cuando, un año después, en 1939, comencé mi vida universitaria, comprobamos que iniciábamos una ‘carrera’. Esa palabra sigue siendo mi divisa: la he tenido en cuenta en mis largos decenios de docencia. He aprendido a vivirla. La vida universitaria es una vida de permanente ejercicio de lectura e investigación. No suele verlo el estudiante. Pero no dejamos de verlo los profesores.
No es el edificio. Es un modus operandi. Es el fruto de un modus agendi en que profesores y estudiantes, en estudiado y armónico trajín nos damos a una tarea en busca del conocimiento, tarea que genera en nosotros inquietudes e intereses, que son las armas que van alimentando y robusteciendo el interés por los temas y generan la necesidad de investigar. Se dice así de fácil.
Pero es en ese hermoso trajín de descubrir cómo se va abriendo en el estudiante el interés, iluminado a veces por las contribuciones de los propios alumnos que nos ayudan a descubrir vías desconocidas de acceso. Quienes hemos tenido oportunidad de ver fortalecerse vocaciones, y las hemos podido seguir a través de breves ensayos, o de sesudas monografías, o de tesis que inauguran nuevas maneras de trabajar, sabemos bien que la real vida universitaria exige precisamente fe en la marcha. Esa fe no la estimulará la perspectiva del éxito. El conocimiento no se compra. En el conocimiento se está comprometido. No aprendemos ni investigamos para ganar. Lo hacemos para saber. Cuando en la academia de Platón se reunían era solamente para saber. El conocimiento nos ratifica como persona.
Cuando volvemos la mirada a los griegos, reparamos en que no nos es fácil atribuirles especialidades. Lo importante era pensar. Y lo que estuvo a la disposición fue siempre la naturaleza. Las ‘humanidades’ de aquella época estaban constituidas, si miramos bien, por las ‘humanidades’ de la era moderna. Si queremos que nos interesen de verdad las humanidades hoy, no podemos desconocer lo que ocurre en el mundo de la economía, ni podemos ignorar en qué están trabajando los físicos, ni podríamos ignorar por qué las drogas atraen tan temprano a nuestros muchachos. Todo esto pertenece hoy al mundo en que un universitario tiene que encarar su responsabilidad. Y a todo eso la institución tienen que hacerle frente.
El fruto del trabajo universitario no tiene que ver con el número de alumnos que tenga una institución, ni con los edificios en los cuales desarrolle su tarea. Una universidad es lo que hacen sus profesores y sus estudiantes: los testimonios se ilustran a través de los libros que publican y las investigaciones que realizan. Las tesis de los estudiantes reflejan el grado de estímulo que han recibido, y van ilustrando sobre los intereses a que la institución está dirigiendo su mirada. Cuando se habla de eso se está hablando de la tarea universitaria, la real, la auténtica.
El nombre de la institución universitaria ha estado tan maltratado en los últimos tiempos que siento que mi silencio puede contribuir, por insignificante que sea, al maltrato general. ¡Y no puede ser! Me corresponde decir algo. No elijo la acusación ni la protesta. Elijo el elogio, que mira a la tradición y mira, por lo mismo, al porvenir. Y cuando elijo la tradición, elijo la vieja cultura greco-latina. Muchos creerán que elijo el pasado y que, por eso, no tomo en cuenta el presente. Somos muchos, felizmente, los que comprendemos que porque elijo la tradición estoy mirando a la esencia del trabajo universitario, que está mirando al porvenir. Fueron los griegos los que nos alertaron al respecto. De ellos aprendimos a plantearnos preguntas esenciales sobre el qué y el cómo para alcanzar, así, los primeros caminos del conocimiento.
Mi primer contacto con los estudios superiores lo tuve en el Lycée Francais de Montevideo. Un solo recuerdo, un solo nombre resume todo lo aprovechado. Aprendí a leer un libro maravilloso de Descartes: Régles pour la direction de l’esprit. Leerlo significó analizar y discutir cada una de sus páginas; significó distribuirnos en cuatro grupos para averiguar si podíamos encontrar una explicación sobre el espíritu. Como conclusión anotamos en nuestro cuaderno que habíamos elegido un camino: consistía en no tener miedo de formular preguntas.
Cuando, un año después, en 1939, comencé mi vida universitaria, comprobamos que iniciábamos una ‘carrera’. Esa palabra sigue siendo mi divisa: la he tenido en cuenta en mis largos decenios de docencia. He aprendido a vivirla. La vida universitaria es una vida de permanente ejercicio de lectura e investigación. No suele verlo el estudiante. Pero no dejamos de verlo los profesores.
No es el edificio. Es un modus operandi. Es el fruto de un modus agendi en que profesores y estudiantes, en estudiado y armónico trajín nos damos a una tarea en busca del conocimiento, tarea que genera en nosotros inquietudes e intereses, que son las armas que van alimentando y robusteciendo el interés por los temas y generan la necesidad de investigar. Se dice así de fácil.
Pero es en ese hermoso trajín de descubrir cómo se va abriendo en el estudiante el interés, iluminado a veces por las contribuciones de los propios alumnos que nos ayudan a descubrir vías desconocidas de acceso. Quienes hemos tenido oportunidad de ver fortalecerse vocaciones, y las hemos podido seguir a través de breves ensayos, o de sesudas monografías, o de tesis que inauguran nuevas maneras de trabajar, sabemos bien que la real vida universitaria exige precisamente fe en la marcha. Esa fe no la estimulará la perspectiva del éxito. El conocimiento no se compra. En el conocimiento se está comprometido. No aprendemos ni investigamos para ganar. Lo hacemos para saber. Cuando en la academia de Platón se reunían era solamente para saber. El conocimiento nos ratifica como persona.
Cuando volvemos la mirada a los griegos, reparamos en que no nos es fácil atribuirles especialidades. Lo importante era pensar. Y lo que estuvo a la disposición fue siempre la naturaleza. Las ‘humanidades’ de aquella época estaban constituidas, si miramos bien, por las ‘humanidades’ de la era moderna. Si queremos que nos interesen de verdad las humanidades hoy, no podemos desconocer lo que ocurre en el mundo de la economía, ni podemos ignorar en qué están trabajando los físicos, ni podríamos ignorar por qué las drogas atraen tan temprano a nuestros muchachos. Todo esto pertenece hoy al mundo en que un universitario tiene que encarar su responsabilidad. Y a todo eso la institución tienen que hacerle frente.
El fruto del trabajo universitario no tiene que ver con el número de alumnos que tenga una institución, ni con los edificios en los cuales desarrolle su tarea. Una universidad es lo que hacen sus profesores y sus estudiantes: los testimonios se ilustran a través de los libros que publican y las investigaciones que realizan. Las tesis de los estudiantes reflejan el grado de estímulo que han recibido, y van ilustrando sobre los intereses a que la institución está dirigiendo su mirada. Cuando se habla de eso se está hablando de la tarea universitaria, la real, la auténtica.
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