Por Luis Jaime Cisneros
Las discusiones sobre política educativa suelen casi siempre revelar confusión, equivocaciones, empeñosos puntos de vista hoy difíciles de sustentar y defender. A muchos les preocupa qué enseñar. Hay a quienes solamente les preocupa el cómo. Y no resulta fácil abrir paso a esta pregunta, para mí inquietante: ¿para qué tenemos que enseñar en el siglo XXI? Ni siquiera me la planteo referida al Perú. Soy consciente de que la educación está sufriendo en el mundo entero tropiezos de diversa índole. Me formulo y reformulo la pregunta inquieto, sobre todo, por la información sobre la cantidad de estudiantes que abandonan los estudios escolares, cifra que en Europa llama a reflexión.
Tengo frente a mí una advertencia que aprendí a respetar desde muchacho: nosce te ipsum. Decisivo, para ser ‘persona’. Imprescindible para explicarse para qué estudiamos. Por la vía del conocimiento, tomamos conciencia de lo que somos; y al lograrlo, sabemos quiénes son ‘los otros’ y a qué comunidad pertenecemos. Hace siglos, esa es la consigna. Lo grave es que ahora la sociedad que nos rodea, a la que se están incorporando los estudiantes de hoy en el mundo, es una sociedad de conocimiento y de información.
Conviene tener presente que cuando hoy mencionamos este tema del conocimiento y la información estamos hablando de mundos diferentes y dispares. Si no aceptamos reconocer que estamos moviéndonos con ideas y reflexiones que pasan por Hegel, Heidegger y Habermas (para reducir a lo indispensable) no podremos reflexionar con la calma necesaria. Estamos en un mundo moderno, absorbido por el consumo y el dinero, y la escuela no puede escapar a los modelos con que los estudiantes deben compartir el entrenamiento y la vida escolar.
Se trata de un mundo en que muchos hogares acogen a padres que trabajan o están divorciados, hechos éstos que generan situaciones no siempre garantía de que el hogar llegue a ser, como se espera, auxiliar de la escuela en lo que atañe a enseñanza de valores. El alumno comparte durante 15 años esta situación, mientras se va confirmando, a través de la prensa, miembro de una sociedad abierta a frecuentes transgresiones de la moral, el deber y la justicia. Somos además un país que no ha superado definitivamente sus prejuicios raciales. Hay que tener presentes estos hechos para una auténtica política educativa. Ser provinciano todavía implica para muchos ser distinto del ‘capitalino’: distinto en el modo de ser, en las aptitudes y en los derechos. Ser distinto, en el terreno no pedagógico y cultural, puede significar expresarse evasivamente en español, temoroso de ‘mostrar’ la lengua natural. Cumplida la primera parte de su escolaridad, el provinciano viene a Lima a cursar su secundaria. El limeño, terminada la secundaria, se va al extranjero. Una real política educativa obliga a estudiar cómo encarar seriamente esta situación.
Todo lo anterior obliga a considerar la relación entre inteligencia y poder. Interesa una reflexión al respecto: ¿cómo puede la escuela lograr que los estudiantes se sientan concernidos por esta relación? Una sólida política de educación cívica (no libresca sino vivencial), que promueva el interés por los derechos humanos y señale los peligros del racismo, debe vincular al alumno con los organismos internacionales. En un país donde es evidente la importancia de la empresa, es urgente abrir caminos para que la relación con el mundo cultural robustezca los caminos del progreso y del desarrollo económico y cultural. Entonces se descubrirá cómo deben estar orientados los planes de estudio, se podrá diseñar los sistemas de evaluación y se descubrirá la conveniencia de revisar cada siete años, por lo menos, algunos aspectos del mundo pedagógico para asegurarnos que estamos impartiendo la educación adecuada a los tiempos El lema sigue siendo el que nos legaron los clásicos greco-latinos: nosce te ipsum. Frente a la herencia tradicional hemos opuesto la expresión del sí mismo. Hemos procurado que el espíritu crítico se oponga, o por lo menos contradiga, al habitual respeto a lo propuesto por la autoridad. En suma, la innovación ha significado un auténtico avance y progreso frente a la tradición. Esto no ha sido bien entendido. Insistiremos en aclararlo.
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