Recuerdo cuando el presidente de la República del Perú preguntó a los peruanos: “¿Y si Chile se molesta?”
Eso fue el 6 de junio de este año y García hablaba de la posibilidad de no venderle gas a Chile, como lo exige la gran mayoría de los consultados por las encuestas.
Sentí vergüenza ajena y recordé vergüenzas mayores de la historia. Recordé, por ejemplo, a Mariano Ignacio Prado, el gran traidor. Y se me vino a la cabeza Piérola, el gran felón que tanto hizo por Chile antes y durante la guerra. Antes con sus revueltas y durante con su incompetencia militar de fanfarrón risible.
García tiene algunos problemas en relación a la historia del Perú: el primero es que no la ha leído.
Y García tiene todavía más problemas en relación a la historia de Chile. No sólo no la conoce sino que creyó siempre que Diego Portales –a quien debe de conocer por lo que le ha contado Hugo Otero- era un prócer muerto y no el doctrinero vigente de la política chilena frente al Perú.
Portales, cuyo bisabuelo paterno fue el peruano José de Portales Meneses y cuya bisabuela materna fue la peruana Petronila de Acevedo Borja, fue importante sin ocupar la presidencia, fundó el republicanismo autoritario y legó a la clase política de ese país la concepción de que Chile fue y será, por sus singularidades, una entidad predestinada a la victoria del orden y al orden de la victoria.
Por algo es que Pinochet gobernó desde el rebautizado Edificio Diego Portales.
Enemigo casi intrínseco del Perú, donde vivió y fracasó como comerciante en 1822, dijo del general Santa Cruz, arquitecto de la Confederación Perú-Bolivia de 1836: “Este cholo nos va a dar mucho que hacer”. Y vaya que así fue.
Portales, el estratega intelectual que destruyó la Confederación y contribuyó a unificar a su país alrededor de un ejército aliado a la oligarquía –la paradoja de haber muerto a manos de una sublevación militar en 1837 no cancela esos méritos- nunca terminó de morir. Es el fantasma desconfiado y brutal que puebla el alma tanto de un general de derechas como de una gobernante socialista.
Esa es, en todo caso, una virtud estimable de Chile: persistir en su identidad y crear una mirada común en asuntos de política exterior.
El problema es que el Perú no persiste sino que reincide en su verborrea andaluza: después de que Chile ha gastado 10,000 millones de dólares para armarse en los últimos ocho años, al doctor García no se le ocurre nada mejor que enviar delegaciones personales a varios países para hablar, tautológicamente, de los beneficios del desarme.
¿Quién puede estar en contra del desarme? Nadie. ¿Quién lo acataría de buena fe? Eso es otro asunto.
Es tan torpe la diplomacia peruana que plantea el desarme justo en el momento en que Chile podría firmarlo. Y podría hacerlo porque es tal la diferencia en equipamiento que una guerra entre ambos países –hipótesis indeseable para la razón pero no inverosímil desde el punto de vista de la historia- la ganaría Chile en menos de los seis días israelíes.
Y a pesar de poder decirle sí a la propuesta peruana, Chile le dice que no. Y responde al Perú pidiéndole autorización al Pentágono para comprar 665 millones de dólares en misiles portátiles Stinger, misiles aire-aire AIM y un sistema de radar avanzado (el Sentinel).
Con lo cual el Perú regresa al ridículo internacional que parece convocarlo cada vez que se trata de Chile.
Y mientras eso ocurre, se descubre un nuevo caso de espionaje financiado desde Santiago: un suboficial de la Fuerza Aérea Peruana, capturado en Lima después de un seguimiento, había estado, desde el 2003, pasándole información militar clasificada a la inteligencia chilena.
El mismo perfil del traidor suboficial FAP Julio Vargas Garayar, fusilado en enero de 1979 después de ser descubierto entregándole información a militares de Chile.
Y como si eso no bastara, Sebastián Piñera, el dueño de LAN y candidato a la presidencia con grandes opciones, se acaba de comprometer ante una organización de ultraderecha –“Chile, mi patria”- a parar los juicios a los militares que hubiesen violado los derechos humanos.
De modo que Piñera anuncia el sesgo uniformado de lo que sería un gobierno bajo su mando.
Torre Tagle podría ser acusada de ingenua si fuéramos benévolos. Como no lo somos cuando se trata de la política exterior peruana, diremos, con toda sencillez, que el aspecto de nuestra diplomacia hacia Chile es cada vez más anacefálico. Anancefálico y clueco.
Eso fue el 6 de junio de este año y García hablaba de la posibilidad de no venderle gas a Chile, como lo exige la gran mayoría de los consultados por las encuestas.
Sentí vergüenza ajena y recordé vergüenzas mayores de la historia. Recordé, por ejemplo, a Mariano Ignacio Prado, el gran traidor. Y se me vino a la cabeza Piérola, el gran felón que tanto hizo por Chile antes y durante la guerra. Antes con sus revueltas y durante con su incompetencia militar de fanfarrón risible.
García tiene algunos problemas en relación a la historia del Perú: el primero es que no la ha leído.
Y García tiene todavía más problemas en relación a la historia de Chile. No sólo no la conoce sino que creyó siempre que Diego Portales –a quien debe de conocer por lo que le ha contado Hugo Otero- era un prócer muerto y no el doctrinero vigente de la política chilena frente al Perú.
Portales, cuyo bisabuelo paterno fue el peruano José de Portales Meneses y cuya bisabuela materna fue la peruana Petronila de Acevedo Borja, fue importante sin ocupar la presidencia, fundó el republicanismo autoritario y legó a la clase política de ese país la concepción de que Chile fue y será, por sus singularidades, una entidad predestinada a la victoria del orden y al orden de la victoria.
Por algo es que Pinochet gobernó desde el rebautizado Edificio Diego Portales.
Enemigo casi intrínseco del Perú, donde vivió y fracasó como comerciante en 1822, dijo del general Santa Cruz, arquitecto de la Confederación Perú-Bolivia de 1836: “Este cholo nos va a dar mucho que hacer”. Y vaya que así fue.
Portales, el estratega intelectual que destruyó la Confederación y contribuyó a unificar a su país alrededor de un ejército aliado a la oligarquía –la paradoja de haber muerto a manos de una sublevación militar en 1837 no cancela esos méritos- nunca terminó de morir. Es el fantasma desconfiado y brutal que puebla el alma tanto de un general de derechas como de una gobernante socialista.
Esa es, en todo caso, una virtud estimable de Chile: persistir en su identidad y crear una mirada común en asuntos de política exterior.
El problema es que el Perú no persiste sino que reincide en su verborrea andaluza: después de que Chile ha gastado 10,000 millones de dólares para armarse en los últimos ocho años, al doctor García no se le ocurre nada mejor que enviar delegaciones personales a varios países para hablar, tautológicamente, de los beneficios del desarme.
¿Quién puede estar en contra del desarme? Nadie. ¿Quién lo acataría de buena fe? Eso es otro asunto.
Es tan torpe la diplomacia peruana que plantea el desarme justo en el momento en que Chile podría firmarlo. Y podría hacerlo porque es tal la diferencia en equipamiento que una guerra entre ambos países –hipótesis indeseable para la razón pero no inverosímil desde el punto de vista de la historia- la ganaría Chile en menos de los seis días israelíes.
Y a pesar de poder decirle sí a la propuesta peruana, Chile le dice que no. Y responde al Perú pidiéndole autorización al Pentágono para comprar 665 millones de dólares en misiles portátiles Stinger, misiles aire-aire AIM y un sistema de radar avanzado (el Sentinel).
Con lo cual el Perú regresa al ridículo internacional que parece convocarlo cada vez que se trata de Chile.
Y mientras eso ocurre, se descubre un nuevo caso de espionaje financiado desde Santiago: un suboficial de la Fuerza Aérea Peruana, capturado en Lima después de un seguimiento, había estado, desde el 2003, pasándole información militar clasificada a la inteligencia chilena.
El mismo perfil del traidor suboficial FAP Julio Vargas Garayar, fusilado en enero de 1979 después de ser descubierto entregándole información a militares de Chile.
Y como si eso no bastara, Sebastián Piñera, el dueño de LAN y candidato a la presidencia con grandes opciones, se acaba de comprometer ante una organización de ultraderecha –“Chile, mi patria”- a parar los juicios a los militares que hubiesen violado los derechos humanos.
De modo que Piñera anuncia el sesgo uniformado de lo que sería un gobierno bajo su mando.
Torre Tagle podría ser acusada de ingenua si fuéramos benévolos. Como no lo somos cuando se trata de la política exterior peruana, diremos, con toda sencillez, que el aspecto de nuestra diplomacia hacia Chile es cada vez más anacefálico. Anancefálico y clueco.
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