No parece existir motivo para celebrar de forma carnavalesca la llegada del Año Nuevo. Pero lo hacemos con grandes fiestas, una excesiva ingestión de bebidas alcohólicas, fogatas callejeras y otros muchos ritos de una diversidad inmensurable. Al Año Nuevo —literalmente— se le revientan cohetes. ¿Podría una fiesta profana generar tanta algarabía, o nos encontramos, como sugiere la antropología, frente a un momento religioso en el que el cosmos, el orden del universo, aquel sentido que le damos a la vida, sufre una reestructuración en sus bases más sólidas?
El sentido de las cosas
El filósofo e historiador rumano Mircea Eliade (1907-1986) muestra en “El mito del eterno retorno“ cómo en sociedades tradicionales (premodernas o primitivas, de la actualidad o del pasado) se da una negación de la historia, es decir, del tiempo lineal en el que vivimos. Según Eliade, en estas sociedades, las acciones de los hombres y sus conocimientos son simples repeticiones de los actos sagrados realizados por los dioses en el tiempo mítico de la creación del universo. Solo así la vida y el mundo tienen sentido y cobran “valor de realidad”, solo en tanto imitación el mundo “es”. Para que las lecciones de los antepasados míticos no se olviden deben reafirmarse permanentemente y esto se logra mediante ritos de repetición. No obstante, estas repeticiones no son meras representaciones del acto sagrado, son su renovación y por ello adquieren sentido y realidad en ese momento ritual.
Rito y creación
Para que haya una repetición eterna, el tiempo debe tener un principio y un final, tras el cual se empezará nuevamente el ciclo del eterno retorno al principio. O sea, un tiempo cíclico o circular por oposición a uno lineal. Así como, por medio del rito, se renuevan las acciones de la vida cotidiana, también se renueva el acto primero, el primordial: la creación del mundo. La creación supone una ruptura trascendental, es el pasaje del caos al cosmos, al orden, el empezar desde cero. Este repetir es el volver a nacer permanente de la vida: para las sociedades tradicionales es el pasaje al Año Nuevo.
Expiar el ayer
Durante las celebraciones rituales del Año Nuevo, las sociedades, tanto en Oriente como en Occidente, desde los Andes hasta el Japón, repiten el acto cosmogónico. Esto exige la abolición del año anterior, la “combustión y anulación”, dice Eliade, de ese año que termina cargado de “demonios, enfermedades y pecados”.
Un ejemplo es el chivo expiatorio que los hebreos enviaban al desierto para que él “expíe” los pecados del pueblo. Así como el caos original precedió al cosmos, en el momento previo a la llegada del Año Nuevo debe existir un caos análogo; en la antigua Babilonia, tenemos la renovación simbólica de dicho caos con orgías públicas y fiestas delirantes. Gracias a esta regeneración periódica de la vida, el hombre empieza de nuevo sin el peso de su propia historia. De la misma forma podemos comprender la celebración del cumpleaños, que, siguiendo la lógica del Año Nuevo, es un renacimiento del ser humano y no solo una continuación.
Primitiva modernidad
Tal vez no sean gratuitos entonces los ritos actuales de Año Nuevo, tales como baños de florecimiento, cábalas promocionadas por las “brujitas” de la televisión e Internet, quema callejera de muñecos hechos de objetos viejos, purgas, ayunos, confesiones de pecados, fiestas carnavalescas, libertinaje, cohetes, caos y por fin un 1 de enero sagrado dedicado al descanso (la vuelta al orden). Eliade, de forma implícita, nos pregunta si nuestros ritos modernos son vestigios de las sociedades premodernas o, por el contrario, demuestran la permanencia de esa cosmogonía que hoy tratamos de armonizar con los nuevos mitos del mundo contemporáneo.
Por: David De La Cruz Vega*
No hay comentarios:
Publicar un comentario