Por Rocío Silva Santisteban
La semana pasada escribí en esta kolumna sobre la universidad. Confieso que fue una loa a las posibilidades del sistema universitario, y una queja sobre las desgracias que están sucediendo en él debido a las alas de sus ángeles negros (¿ahora nos dirán que se fueron a Grecia para que sus ruinas inspiren a nuestros congresistas sobre las maneras democráticas?).
Sin embargo, hay que dejar en claro que la universidad no es el único espacio donde se genera conocimiento, y sobre todo, donde pueden articularse “otros saberes”. La universidad en el Perú ha sido espacio de pensamiento, pero también los cafés y los bares, y últimamente, los espacios virtuales. El periodismo, como tradición, ha sido fuente inagotable de propuestas contundentes, de vanguardismo, de curiosidad por la erudición (ahora está a veces de capa caída, pero ese es otro cantar). Pero hay otros espacios que también han sido fuentes de conocimiento: las asambleas comunales, los mítines sindicales, las reuniones de los partidos políticos, los lugares privados donde las mujeres se juntan para tejer o coser.
Además hay en nuestra historia toda una serie de pensadores autodidactas, que no recibieron una educación formal, y que sin embargo se convirtieron en líderes intelectuales indiscutibles: de hecho el primero de la lista es José Carlos Mariátegui, quien tuvo que abandonar el colegio en primaria por un accidente que le perjudicó la pierna; su madre Amalia La Chira, le enseñó no solo las letras y la historia, sino la curiosidad por la lectura. De la misma época, podemos mencionar también al genial poeta José María Eguren, quien además fue un excelente fotógrafo y acuarelista; posteriormente habría que nombrar al poeta surrealista César Moro, quien escribió la mayoría de su obra en francés; o también al antropólogo Emilio Choy o al pintor arequipeño Teodoro Núñez Ureta, quien sin estudiar en una escuela, terminó siendo director de Bellas Artes. No olvidemos, por supuesto, a uno de los que cambió la manera de pensar sobre el arte popular en el Perú: me refiero a Joaquín López Antay, maestro retablista.
Hoy en día muchos intelectuales y periodistas destacadísimos son absolutamente autodidactas, como es el caso de la reconocida historiadora María Rostworowski, quien se matriculó como alumna libre en las clases de Raúl Porras en la UNMSM, pero no cursó los estudios regulares, o, en el otro lado del espectro, el incisivo periodista de investigación y varias veces editado –con varios libros en su haber– Gustavo Gorriti. El escritor de culto y tímido director de Somos Oscar Malca es a su vez autodidacta y una de las personas con una disciplina por la lectura, en varios idiomas, que realmente provoca envidia. Y otro colaborador de este suplemento, con una formación muy sólida en los principales filósofos franceses, es un autodidacta incluso para el aprendizaje de los idiomas: Alfredo Vanini.
La universidad, entonces, no es imprescindible para desarrollar métodos de aprendizaje ni mucho menos el afán por el conocimiento, ni siquiera, la profesionalización en la palabra. Más bien a veces la universidad peruana, en su implacable miopía burocrática, desconoce la relevancia de aportes como de los mencionados, pues exige que sean catedráticos solo quienes tienen un título o un grado académico, sin tomar en consideración que muchos pioneros no pasaron regularmente por las aulas. Es absurdo pero, si Mariátegui estuviera vivo, quizás lo estudiarían en la universidad pero no le permitirían dictar un curso.
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