Para hablar de Jerome David Salinger habría que separar arbitrariamente el hombre y la obra. El primero, nacido en 1919 de un padre judío poco ortodoxo y de una madre irlandesa, comienza a escribir desde los 15 años y logra publicar sus relatos iniciales justo cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Llamado a filas, participa del desembarco de Normandía y se queda un año en Europa. Hemingway, que lee sus textos, no duda en calificarlo de ”genial”, admiración no correspondida.
A su retorno, Salinger ingresa a The New Yorker, revista que será su segunda casa y en la que estrena casi todos sus relatos. Cuando El guardián entre el centeno aparece en 1951, su repercusión es inmediata. Tiene por protagonista a un adolescente, Holden Caulfield, que es expulsado del colegio y pasa tres días en Nueva York antes de retornar a la casa familiar. Sin embargo hay algo en su modo de enfrentar el mundo de los adultos que hace de él un entrañable prototipo de rebeldía en el que se han visto reflejados 60 millones de lectores. Salinger disfruta inicialmente de su éxito, y en 1953 publica Nueve historias, entre las cuales la magistral ”Día perfecto para pescar pez banana”, pero ese mismo año adquiere una casa rural en Cornish y se retira.
Otros dos libros de relatos saldrán en 1961 (Franny y Zooey) y 1963 (Levanten carpinteros la viga del tejado) en los que presenta a los miembros de la disfuncional familia Glass.
A lo largo de 50 años solo da dos entrevistas y se dedica a proteger su enclaustramiento y privacidad de toda mirada intrusa. No es que fuera un solitario, pues se casó y separó dos veces y tuvo un hijo y una hija, pero llevó a los tribunales cualquier intento de abordarlo, en una lucha titánica de la que acabó vencedor. ¿Siguió escribiendo? Es el último enigma que nos deja.
Por Federico de Cárdenas
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