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Poeta y maestra sanmarquina. Además de vate, fue una seria investigadora de la literatura escrita por mujeres en el Perú.
Pedro Escribano.
El poeta Hildebrando me reenvía un texto del poeta Róger Santiváñez, en el que retrata, viva, a la poeta Esther Castañeda: “Recuerdo claramente/la tarde que conocí a Esther/ con su trusa de color amarillo patito/ sentada sobre la arena de Barranquito/ cuando yo bajé desde el depa de Paco (Carrillo)/ con Marco (Martos) y tú y Carlos (Garayar) estaban ya en la yapla/fue bacán ese encuentro/ primer encuentro con la poesía/ o sea ustedes, maestro.
Verano de 1974 que no volverá jamás y sin embargo ha vuelto ahora”.
Y es que Esther fue, como muchos profesores poetas de San Marcos en los años 70 y 80, una guía cotidiana en la amistad y la literatura. No importaba si había clases o no en San Marcos –la universidad era asediada por Sendero o por la policía–, pero igual, siempre se aprendía de su magisterio.
La poeta ha muerto. Nació en Lima, en 1947. Su salud estaba quebrada desde algunos años, lo que no impidió sus tareas de investigación y de creadora.
La poeta, la estudiosa
Esther era poeta (por cierto, excluida injustamente de las antologías generales, incluso de las que se han hecho en nuestro medio sobre poetas mujeres). Estudió Educación, Literatura y Sociología en San Marcos. Publicó Interiores (1994), Carnet (1996), Falso huésped (2000), Piel (2001) y Chosica / Fiebre de familia (2005). Su poesía, concisa, en tensión íntima, revela la fuerza y el sentimiento de una mujer que mira el mundo y así misma desde las atalayas más racionales.
En el terreno del ensayo dio a conocer El vanguardismo literario en el Perú (1989) y Carolina Freire y Flora Tristán: fundación del discurso crítico femenino. Fundó, junto a Elizabeth Toguchi, el sello Magdala Editorial con el que animó la poesía escrita por mujeres.
San Marcos la reconoció con justicia como Profesora Emérita.
Nuestro país le fue ingrato
Acabo de estar en el velorio de la poeta y amiga Esther Castañeda Vielakamen, quien, ahora, reposa vigilante sobre nuestro país que, muchas veces, le fue ingrato, pero que ella, generosa, reclamó siempre su pertenencia, más allá de la marginalidad social que supone ser mujer en nuestro medio, mujer que escribe poesía, mujer que rompe el cerco de las murallas falsas del pudor, mujer que defiende su identidad sin ánimos exhibicionistas. Ella fue una joven de aires resueltos, mal disimulados por su timidez, que se enfrentó al miedo internalizado para poder compartir, con un lenguaje transparente, justo, exacto, puntual , su legítimo vivir. A ella le debemos que en San Marcos se creara la Cátedra de Literatura Peruana Escrita por Mujeres; allí están sus valiosos quehaceres de investigadora literaria sobre las revistas de la vanguardia de los años 20, y su especial dedicación a la poesía y la narrativa de la época republicana.
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