Cecilia Bustamante
No es mi propósito examinar a fondo los orígenes o la duración de la crisis actual que vive el Perú: se trata solamente de una evaluación personal sobre las relaciones operativas de la poesía de algunas escritoras peruanas con esta realidad, y también una futura influencia en la escritura hecha por mujeres en el Perú. Sus diferencias literarias individuales, de temperamento, de ideas políticas, así como la importancia que dan a los intereses nacionales y de clase, se convierten hoy —a mi parecer— en embrión de un lenguaje que nace inicialmente distanciado del lector común, o en conflicto con la tradición sobre el papel de la mujer (y su lenguaje). El vórtex de la ruptura nos impide a veces ser neutrales, pero no se puede negar que se quiebra el ritmo de inercia y aceptación, especialmente de la mente. Y que indudablemente pasará a la acción futura. Los poetas hablamos desde la energía del caos, acuñando el nuevo lenguaje sin importar controversias y esperando enlazar con las siguientes generaciones. Es el arte de construir el futuro.
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omúnmente, el término crisis infiere la presencia de una situación violenta o potencialmente violenta en un sistema, usualmente se produce por la agudización de la desigualdad entre los intereses del poder económico y político con las clases sociales; su destino es detonar o neutralizarse. Las características específicas varían según cada realidad social —analizar el intercambio de acciones y reacciones de los participantes en la crisis demanda pues, algunas generalizaciones. En el caso del Perú, la crisis que me interesa es la que germina después de la Segunda Guerra Mundial, y que crece bajo el control de los acostumbrados regímenes dictatoriales y del poder de la pequeña elite tradicional, los que definen la naturaleza del proceso social, es decir del desarrollo histórico. A este elemento básico de injusticia responde el sordo descontento de la clase desprivilegiada u olvidada. Especialmente detrás de los Andes. El papel y los métodos del Estado en este proceso acumulativo son casi sin excepción el autoritarismo y el terror. Por lo general, estos gobiernos negaron a las minorías y a los pobres la posibilidad de una participación democrática en la discusión de los temas relevantes a los intereses nacionales e internacionales del Perú. Esta falta de participación, el tradicional trato discriminatorio de las minorías nativas, es una correlación siempre creciente entre la perpetuación de la pobreza y la injusticia, condonadas sin remordimiento por las demás instituciones.
En la década de los 80 (ver: C.B. «La Mujer peruana y la Política de los 80», en La República, Lima, 9 de setiembre de 1982. Diario El País, Madrid, Abril, 1982), las generaciones de los 60 y los 70 crecen con las esperanzas de un cambio, luego de asimilar la rebelión de la juventud en las barricadas de París, y la de la flower generation contra el establishment en los EE. UU. Se había vivido en el Perú un singular experimento nacionalista radical de desmontaje de la antigua oligarquía peruana, que incluyó un coup, el del General Velasco Alvarado, quien no encuentra mayor solidaridad popular, pese a los cambios irreversibles que se dieron a favor de los desprivilegiados y que debilitaron definitivamente a la vieja todopoderosa oligarquía peruana, cuyo instinto de conservación la empuja, como en otras instancias de la historia en el mundo, a transformarse o infiltrarse dentro de los movimientos progresistas o abiertamente de izquierda. Entre otros cambios, Velasco promovió y dio derechos a la participación de los trabajadores, de las mujeres y de los grupos indígenas, y oficializó el kechua como lengua nacional.
Una vez lanzada la profundización de los cambios sociales, pese a que el proyecto abortó, la dinámica y desequilibrio consecuentes quebraron el rígido esquema de las clases sociales y la economía peruanas, que pasaron a ser volátiles elementos de un imparable proceso histórico. La crisis se agrava en los 80 en esa especie de «neurosis de la sociedad», de que habla Minucci. Es entonces cuando nace «Sendero Luminoso», que da inicio desde otro nivel a la violencia y el. Y de unos fraccionamientos surgen otros. Tal como había sucedido al Apra cuando generó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Cuando el Partido Aprista llega al poder en los 80 después de medio siglo de estar fuera de la ley o perseguido, hay esperanzas de un verdadero giro democratizador y progresista. Las clases populares se sienten protagonistas de la historia. En la década de los 80 se combinan, lamentablemente, la nefasta época de guerrillas con el creciente poder mundial del tráfico de drogas; la violencia se va transformado, prácticamente, en una guerra civil. La crisis económica y las condiciones de los olvidados se agravan, el hambre y la miseria golpean más que nunca al país; son los momentos en que cada ocho minutos muere de hambre un niño en el Perú. Y se juega el destino del partido político mejor organizado. Las mujeres peruanas tienen un rol creciente en el proceso aunque tradicionalmente habían sido relegadas al destino de las minorías sin oportunidad para la educación y sin mayores derechos de participación política. Habían obtenido el voto en 1956, mas podemos deducir sus posibilidades reales si tenemos en cuenta el elevado índice de analfabetismo de entonces, que era de casi el 70%.
Hemos tenido pocas pero influyentes escritoras en la historia de la cultura peruana. A finales del siglo XIX, Clorinda Matto de Turner es la fundadora del indigenismo literario (Ciro Alegría, José María Arguedas); Mercedes Cabello de Carbonera, que demanda derechos de igualdad; Dora Mayer, quien crea con Luis E. Valcárcel (Grupo Renacimiento) la defensa legal para los indígenas; Magda Portal, fundadora del Partido Aprista y connotada líder, es una de las primeras intelectuales engagé). Son herederas y reclaman o escriben sobre el pensamiento feminista de Flora Tristán, socialista utópica franco-peruana, precursora de la organización de los trabajadores, reconocida por Marx y Engels como tal (cf. La Sagrada Familia) antes del Manifiesto Comunista. Y quien en Peregrinaciones de una Paria, enjuició el status de la mujer peruana en la sociedad de mediados de siglo XIX. Nuestras escritoras están unidas por un rasgo común de radicalismo de ideas, rasgo que persiste hasta hoy y que puede significarnos, llegada la hora, censura, silenciamiento de la obra, represión política, el exilio, o la muerte. Las escritoras mencionadas defendieron, a través de su obra y de organizaciones, al pueblo indígena contra el poder combinado del Estado, la Iglesia y los gamonales o latifundistas. Matto de Turner fue excomulgada, anatemizada y murió en el exilio en Buenos Aires. Cabello de Carbonera fue objeto de «la vindicta pública», como dijo Luis Alberto Sánchez, y de cruel difamación impresa, dirigida específicamente a su condición de mujer, de parte de Juan de Arona. Dora Mayer fue silenciada porque se atrevió a criticar a José Carlos Mariátegui (fundador del partido Comunista), a Haya de la Torre (fundador de la Alianza Revolucionaria Americana —APRA) y a la dictadura de Augusto B. Leguía. Mayer visionariamente llamó la atención en 1923 sobre el peligro de la «penetración cultural de parte de los yanquis». Acabó escribiendo bajo seudónimo y sufrió una campaña de desprestigio personal sobre su estabilidad mental.
Magda Portal, fundadora del APRA, tuvo desacuerdo ideológico con Haya de la Torre (v. Archivos de Magda Portal, Biblioteca Latinoamericana, Universidad de Austin, Texas), siendo expulsada del Partido, a lo que siguió la acostumbrada campaña contra la vida personal. Sufrió décadas de persecución política y cárcel, por su pensamiento izquierdista, el silenciamiento y destrucción de su obra, así como atentados contra su vida. Vivió exiliada en varios países hasta donde la larga mano de la venganza política siempre la alcanzaba. Cuando se hace mayor vive ostracizada en el propio país y es gracias a otra mujer peruana silenciada, Violeta Correa de Belaúnde, y a mi propia intervención, que logra obtener sus documentos personales y viajar finalmente (1982) a atender invitaciones primero en Estados Unidos y luego en otros países. Y en México, en la Conferencia Iberoamericana de Escritoras (1982), recibe con Carmen Conde un merecido homenaje que tuve el honor de organizar.
La escritora peruana está destinada, por lo tanto, a ser vocero natural de las demandas de la mujer y de los sectores minoritarios, y tiende a politizarse rápidamente. Desde el sector cultural, contribuye a registrar los desajustes y confrontaciones que se están dando en el corpus de la organización social. La mujer, escritora o no, es un nuevo elemento que cobra identidad en estos años claves y duros, y reclama su espacio para una efectiva participación política. (ver: C.B., «El Poeta y su Texto», Revista Iberoamericana, Texto/ Contexto en la Literatura Latinoamericana. Pittsburgh, Pa. 1979. Traducido como «The Poet and her Text», Maureen Ahern, Revista Affinities, No 1. Austin, 1982). Muchas de nosotras hemos procedido a identificar y denunciar las fuentes de injusticia y violencia social con las que estamos familiarizadas a causa del poder autoritario y el machismo, que tiene mucho que ver con los males no sólo de nuestra vida política. Algunas entraron directamente en la subversión. Sobre esta característica de liderazgo, su radicalismo y tendencia al extremismo ideológico, escribo separadamente.
En el proceso de cobrar identidad en su tiempo, ella «se define primordialmente en 'la dimensión del tiempo'» (Habermas). Por ello se inclina al análisis de las condiciones presentes relacionadas a la cultura, valores e instituciones. Y en su comunicación lingüística deja evidencia de su proceso personal. La primera poeta de esta generación en romper los tabúes verbales fue María Emilia Cornejo. Muy joven, iconoclasta y desenfadada, y tímida al mismo tiempo, ataca con la palabra y su uso los valores tradicionales y el estado de cosas. Su actitud es, desde este punto de vista, subversiva. Ella es una fundadora no bien analizada pese a su corta vida. Este proceso se acentúa y es continuado por otras después de ella. Pero el tabú ha sido roto en la sociedad pacata, tradicional, aún cortesana y contradictoriamente muy clasista que es Lima la Horrible, Lima la Mestiza. Lamentablemente de esta idiosincrasia no están exentas ni las poetas.
La mujer escritora con conciencia social, internaliza con valentía el significado y características de la crisis en un afán trascendente de autoconocimiento. Esta intensa elección resultó mortal para la Cornejo, quien se quita la vida en plena juventud. Más realista e impaciente que José María Arguedas, ambos se asemejan en que materializan su desencanto ante «la imposibilidad» de un cambio en su tiempo, y lo rubrican con un gesto total. Se identificó como «la muchacha mala de la historia» en un simbólico coup d’etat contra costumbres obsoletas de una sociedad paternalista y clasista. La rebeldía de las escritoras peruanas se manifiesta en términos de conflicto y antagonismo con el status quo. El lenguaje literario de la mujer se resiste a seguir legitimando y perpetuando costumbres que no toman en cuenta ni su naturaleza humana, ni las condiciones históricas de nuestro tiempo. No es una posición pensada, mas bien es la captación inconsciente de la corriente de la época, como ocurre a todos los intérpretes. Esta es, además la «supermadre» latinoamericana, la que socializa políticamente, la que transmite modelos a los hijos: su más grande potencial.
María Emilia Cornejo es la primera que describe la realidad del cuerpo de la mujer, del amor, del sexo, del matrimonio, la maternidad. Su lenguaje es chocante para la época, denuncia: «Yo soy la muchacha mala de la historia/ la que fornicó con tres hombres/ y le sacó cuernos a su marido/ soy la mujer que lo engañó cotidianamente/ por un miserable plato de lentejas.../ soy la mujer que lo castró/ con infinitos gestos de ternura/ y gemidos falsos en la cama/ soy/ la muchacha mala de la historia.» Publicó en la revista Eros de Isaac Rupay, que convocaba en los 70s, a «quitarse las máscaras, destruir los fetiches». Rupay fue el mentor de Cornejo, a quien conocí en Lima en una visita en 1973; nació en 1950 en la clase humilde de Lima y murió en 1974.
Carmen Ollé continúa trabajando la veta abierta por Cornejo. Su discurso demuestra resistencia y detachment, el rehusamiento a seguir legitimando lo que no cree. Ella es más intelectual, intensa. Sus desinhibidos poemas registran el significado de ser mujer en el mundo subdesarrollado, la realidad del amor y del cuerpo bajo la sombra del machismo y la pobreza. Ella vive en Lima y su obra ha rendido una visión violenta de la realidad: «He vuelto a despertar en Lima a ser una mujer que va/ midiendo su talle en las vitrinas como muchas/ preocupada por el vaivén de su culo transparente/ Lima es una ciudad como yo, una utopía de mujer [...] Tengo 30 años/ la edad del stress/ mi vagina se llena de hongos como consecuencia del primer parto./ El color del mar es tan verde/ como mi lírica verde de bella subdesarrollada./ Del botín que es la cultura, me pregunto por el destino./ No conozco la teoría del reflejo, fui masoquista/ a solas gozadora del llanto del espejo del WC./ Despierto y me levanto en un catre viejo/ mi militancia ni es una casa vieja pobre y hedionda/ y aquí sin espejos, ni tazas de mayólica, aguantas las ganas de orinar/ o revientas...Y otra vez aquí/ allí viento/ molotov/ pezuña del poli...» Otro hermoso poema ejerce violencia contra ella misma: «Cuando el velo de los años me haya cubierto,/ seré una anciana indigna?/ Me preguntarán mis hijos dónde vas madre tan peinada/ y pintada como un Kabuki?/ Descendiendo, cayendo ante los ojos de la nueva generación/ mis malos jueces, ¿acaso tendré el valor de aquella viejecita rusa/ para consumir 'el pan de la vida hasta las últimas migajas'?»
Sonia Luz Carrillo es más política y encuentra así «el punto de ruptura y de estímulo vital», como dice Sánchez León. Sus poemas ratifican escueta y casi mecánicamente la falta de comunicación: «Ella no sabe nada/ de arte/ ni de política./ Ella cada año pare un hijo.../ Ella no tiene voz/ usa poco los ojos/ los oídos los tiene atrofiados./ En mi país ella es la esposa ideal.»
Sobre el lenguaje de los medios de comunicación, Carrillo escribe: «la verdad en kodalite/ la realidad en cámara oscura/ equilibrio/ en espacios standard/ la realidad en cámara oscura./ Controles, controles, controles/ sordos emisores/ respuesta inaudible.» ( Sonia Luz Carrillo, La Realidad en Cámara Oscura, Austin, 1980).
Mercedes Eguren proviene de lo que fue hasta fines de los 60, el sector privilegiado del país. escribe con desprecio e indiferencia, llena de humor noire. Está gravemente distanciada en un imposible lugar de ser suyo, porque el Perú es premonitoriamente «una nación bestial con la fuerza desconocida del terror». Donde ella reacciona ante «las colecciones de frases terminadas/ en 'revolución'... fue usted tan aplastante/ que me obligó a intervenir en su lenguaje./ Por eso es tan inmenso el interés que siento por su muerte.» Juega con el suicidio como una compromiso con la realidad, desconsagra la imagen del padre, se siente extraña en «ese hospital de hospitales» que es el Perú, «extraña en este club de hormigas/ tan estúpidamente sentada/ sin izquierdas ni derechas/ como una rata preñada.» En una sociedad paternalista como la nuestra Eguren es audaz como para decir: «El viejo falleció aquella noche/ fuera de la casa/ que había sido su prisión./ Terrosa quedó su última mirada,/ desabrigado su ex-cuerpo tan gentil./ Mi viejo falleció poquito a mucho./ Cuando era vegetal, ya no era él.» La desenfadada crítica social de la Eguren no ha llegado a oídos de los críticos. «No trabajarás/ ni acumularás hombre como yo, cholita./ Explotarás tus senos, tu peluca blanca/ como Naja la Psicodélica../ No trabajarás..extenderás tu tanga/ en la alfombra fácil del hotel/ y estarás/ muy humo, como un gran bisté,/ en el quinto piso de Felipeamor./ Tu redondo seno, tu pezón de Welch/ son tu Costa Azul.» Agrega, ominosamente en otro poema: «..renuncio a escribir poesía/ porque es imposible que el tiempo/ me alcance para lograr/ ese estado perfecto/ y si algún día averiguo con certeza/ que sí hay distancia entre el hombre y una piedra,/ volveré otra vez...» En la tierra de Vallejo, Arguedas, Heraud, María Emilia Cornejo, estas palabras se tornan temibles. Nuestras vidas se cruzaron en Barcelona nuevamente en 1972. En 1980 publiqué en Austin su libro Poesía. Y se suicidó en Lima en estos 80; no tengo mayores datos.
Gloria Mendoza Borda incluye en su discurso vocablos kechuas porque son los que más corresponden a la realidad que interpreta, su producción suena algo extranjera al oído costeño tal vez, y el de muchos peruanos y críticos oficiales. Su lenguaje es mestizo y andino pero conlleva la misma hostilidad al estado de cosas: «...en aquellas tardes/ teñidas/ de ceniza y té/ amo/ terminada mi tarea/ protegí el bosque/ del estúpido polvo/ y las arañas/ que van carcomiendo la red de tus ojos./ Amo/ bastante he pastado/ me he fatigado con tu ganado/ dame otro trabajo/ juguetes/ dame tu alma/ ...amo/ mal amo/ quédate con tus ovejas/ es tu hora/ me voy/ debes pastar mis ovejas/ al compás del látigo/ es tu turno/ escucha/ te toca pastar mis ovejas/ mal educadas y tristes/ te toca pastar mis lágrimas/ se acerca la primera muerte...» Y en otro poema: «Entre la Paqcha y el Lago/ oscurecidos cielos/ abren nuevos mundos/ los balseros arribaron/ no sé de qué puerto/ al corazón/ al tiempo/ a la vida/ o a la muerte/ sentada junto a la pequeña paqcha/ sola/ sola con tus ojos/ tu rostro/ la noche en mis manos/ extraño campo/ las moscas/ el olvido/ sola.» Gloria Mendoza Borda nació en Juliaca, Puno, el Altiplano andino. Estas escritoras me han interesado y mantuve comunicación escrita con ellas en un peculiar Taller de Poesía. La arequipeña Patricia Roberts también participó y su colección Poemas fue publicada en la misma colección. Las publiqué en el sello de Carlos Zúñiga Segura Ediciones Capulí, Coleción Urpi, Austin, 1980.
Es muy característico de las poetisas de los 80, reflejar la desarticulación que se está dando en las costumbres. Mecanismos que revelan una relación amor-odio y la impotencia como denominador común: frustración e inseguridad. Las más jóvenes hoy experimentan con su alienación, la distorsión, la falta de significado, en un proceso de búsqueda de identidad personal que exige articular con un significado auténtico, como posibilidad de integración, de unidad. Es, en parte, la búsqueda de la identidad nacional. Se convierte, por lo tanto y para algunas, en punto de partida hacia la praxis política y, si es necesario, hacia la participación por vía de la violencia (ver: C.B. Ponencia «El Cuerpo y la Escritura», IV Congreso Interamericano de Escritoras, México, 1982. Tr: «The Body and Writing» Revista Extramares, Vol.. 1, No. 1, Austin, 1989.) ; éste es un gesto decisivo de elección personal. De poetas así conocemos pocos nombres, como el de Edith Lagos, que murió bajo tortura policial en Ayacucho.
En Colombia, México, Chile, Puerto Rico, Cuba, se ha dado un fenómeno similar en la producción poética femenina: un acercamiento radical al lenguaje paralelo a una posición política radical: Mercedes Carranza, Rosario Bañuelos, Cecilia Vicuña, Vanessa Droz, Angela María Dávila, Gioconda Belli. Aparentemente, el mecanismo operante conduce como medio de liberación y de justicia social, a la praxis política como vía de acceso al poder político. Este tipo de escritura femenina está aclarando el papel de la mujer ya no como la unilateral responsable de los dilemas morales, encarnación de la culpa y el pecado. Al escribir confronta e interpreta la realidad de nuestro tiempo y la crisis social que desestabiliza a la sociedad peruana.
En esta situación crítica la mujer demanda un nuevo papel en la sociedad del siglo XXI. Es la «mujer nueva» sobre la que escribió Magda Portal en 1930. Sus voces se escuchan «contra las puertas de la autoridad de lo inhumano», según Steiner, «cuando el hombre tecnológico ha ampliado sólo la destrucción». Nuestra poesía nace en un ambiente de injusticia y violencia. No resulta sorprendente leer poemas que devuelvan esta violación. En parte, la vía más corta la ofrecen los movimientos nacionalistas o revolucionarios. Es su respuesta a las largas relaciones de silencio entre ella y la sociedad, la cultura y el poder. Se contamina de violencia en esa especie de neurosis de la sociedad, cuando a la aguda crisis económica se agrega la crisis social. Algunos teóricos consideran que la aparición de la violencia es un síntoma claro de que el sistema político está sordo y rechaza los pedidos de las masas.
«El escritor moderno está amenazado por la represión externa y por la decadencia desde dentro. Es sólo en el lenguaje que su identidad y presencia histórica se hacen explícitas de una manera única,» dice Steiner en Language and Silence. Esto nos ayuda a comprender la circunstancia del Perú, donde las expresiones lingüísticas de las pocas autoras que he podido citar, se comprometen en la tarea de liberación de las fallas morales del sistema, en negar la estigmatización de la pobreza y la ecuación entre riqueza y virtud. Están contribuyendo inesperadamente al análisis de los orígenes de la violencia, se desmonta el discurso que rendía tributo al prestigio social de la lengua dominante y se acuña otro más integrador donde hasta se saluda ya a la cibernética. En la sociedad peruana que fuera básicamente agraria no se había dado una ideología de oposición a partir del lenguaje. Ellas, las mujeres escritoras, forman parte de la tradición de las pocas que en la historia de la cultura peruana expresan su tiempo específico, con contemporaneidad y con calidad literaria.
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