Por Luis Jaime Cisneros
Una sociedad del conocimiento y de la información, en obligada mezcla de dinero y consumo, no ofrece terreno fácil para propósitos pedagógicos sumidos en la tradición, respaldados por la historia de lo trascendente y necesitada de prever y certificar la real existencia del futuro, que ha de construir el terreno real y preciso de los alumnos sometidos a tutela.
Conscientes de la necesidad de reformar radicalmente las cosas, bueno es ponernos de acuerdo sobre nuestro concepto de educación. Decimos, por ejemplo, que cuando hablamos de educación estamos hablando y preocupándonos del porvenir.
Conviene precisar el alcance de la expresión, ahondando en su contenido. Hablamos del porvenir cultural, del porvenir económico y del porvenir social del país, porque en esas tres dimensiones se mueve y se expresa la educación de los jóvenes. Ellos serán los beneficiados por ese porvenir. Ese porvenir implica un reto para el saber y para la inteligencia. La escuela debe preparar al alumno a enfrentar esa realidad.
¿Qué podemos (debemos) esperar de la escuela en lo que al currículo del futuro concierne y a las aspiraciones del Estado? El concepto de currículum debe sufrir una modificación radical. En un mundo librado al trabajo informativo de la radio, el periódico, la televisión y las revistas, el texto escolar debe orientar sus objetivos hacia la inteligencia creadora. El texto debe abrirse a la faz creadora (y, por lo tanto, a la esfera crítica) del alumno. Debe contribuir a estimular la confianza en sus propias dotes intelectivas.
Antes que leer y resumir lo leído, habrá que conseguir que se imponga el ritmo leer-comprender; comprender-analizar; analizar-criticar. Junto a los textos literarios (indispensables para educar el gusto y alentar la inquietud estética del alumno), el alumno debe enfrentarse a textos dedicados al ensayo, en sus variadas vertientes. Que un alumno termine la secundaria ignorando rasgos esenciales de la flora y fauna de su país es un grave síntoma de indolencia cívica. Es conveniente que la formación cívica del alumno se vea fortalecida en los últimos años en la secundaria, ese campo favorece la reflexión sobre los valores, y es indispensable que el alumno descubra la relación entre la moral y las acciones políticas. Eso servirá para analizar el tema de la corrupción. Es conveniente que lea pasajes importantes de La Política de Aristóteles, los analice y discuta para que llegue a comprender en qué medida estos principios no son producto del mundo decidido al consumo y al dinero.
Una sociedad abierta al conocimiento y a la información es un mundo urgido de una actividad inteligente constante y eficaz. Para que esta realidad sea fruto de un empeño estatal, la escuela asume grave responsabilidad, ajena a todo tipo de improvisación. La escuela debe tener presente esenciales rasgos que caracterizan a este tipo de sociedad, desde el punto de vista de la comunicación. Lo explicó con su natural acierto Habermas: la comunicación en esta hora del mundo sirve para expresarse, para informarse, para caminar, buscar, investigar; para proponer, argumentar, criticar, defender.
El mundo moderno está convulso. Las ideologías han contribuido ciertamente a quebrar esperanzas e ilusiones y a despertar, por otro lado, reivindicaciones imposibles. La inseguridad y la desesperación suelen perturbar al alumno en sus finales horas escolares, atento al porvenir. Al maestro le corresponde estar presente para ayudarlo a sobreponerse a la duda y al temor. Hay que saber prever el momento. No hay que esperar a que llegue la desesperación para emprender una tarea, ni menos es necesario tener éxito para perseverar.
Hay que convencer al estudiante de que el secreto está en tener fe y decisión, es decir, objetivos claros en el horizonte. La perseverancia es la que conduce al triunfo. El triunfo no es el punto al que se llega sino la estela (la historia, si se prefiere) de un esfuerzo continuo. En cambio, el éxito no siempre asegura la persistencia del esfuerzo, toda vez que puede prestar asilo a la vanidad o a la suficiencia y puede ser, así, anticipo o señuelo del fracaso ulterior. Algo debe quedarle claro al estudiante en los momentos de duda: con dinero no se aprecia el valor del porvenir. Perseverancia y esfuerzo robustecen la fe en la inteligencia y fortalecen el espíritu.
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