.Por Humberto Campodónico
No cabe duda de que la reforma financiera –aprobada hace dos días en el Senado de EEUU– es una victoria política para Obama, que mucho la está necesitando. A algo más de 3 meses de las legislativas de noviembre, casi todas las encuestadoras registran bajos niveles de aprobación para el Presidente y se piensa que los demócratas probablemente perderán su mayoría en ambas Cámaras.
Así, después de la aprobación de la reforma de salud en marzo, Obama cumple sus dos importantes promesas electorales. En ninguna, sin embargo, pudo lograr el apoyo republicano (otra de sus promesas) para, de esa manera, superar el “bi-partidismo” que viene sufriendo la política gringa desde hace varios años.
Muy por el contrario, la política del ala republicana más conservadora ha azuzado al máximo las críticas a Obama y los demócratas, a tal punto que ha desplegado propaganda donde este aparece al lado de Hitler y Lenin. De la mano con esta política aparecen marcadas tendencias autoritarias que se podrían consolidar.
La reforma financiera tenía dos objetivos centrales, ligados entre sí. El primero era separar las actividades de la banca comercial (que recibe los depósitos de los ahorristas para prestarlos a los inversionistas, el tradicional rol de intermediario financiero) de la banca de inversión (donde los privados invierten su dinero en actividades de riesgo –como la Bolsa de Valores–, los mercados financieros, de commodities y hasta en actividades especulativas, ir a los mercados emergentes para atacar monedas nacionales, como en el caso peruano de estos días).
La idea central es que los banqueros no pueden “jugar” con el dinero del público (que además está garantizado por el gobierno hasta US$ 250,000). Eso lo pueden hacer los bancos de inversión que “juegan” con su plata. A grandes rasgos, el plan era volver (lo más que se pudiera) a la Ley Glass Steagall de 1932 –que se dio para evitar que se produzca un nuevo “crack” bancario– y que fue derogada por Clinton en 1999.
El otro objetivo era prohibir que los bancos crezcan tanto que, al convertirse en verdaderos elefantes financieros, cualquier problema serio amenazara convertirse, como en el 2008, en una “amenaza sistémica”. No debería haber “bancos tan pero tan grandes, que no pueden quebrar” (too big to fail). A estos objetivos se añadió una Agencia de Protección del Consumidor para hacer frente a las frecuentes “malas prácticas” en el sector.
El análisis pro-reforma afirma que es un “primer paso” hacia una mejor regulación, pues se ha logrado frenar en algo el poder financiero, que movilizó más de US$ 600 millones para oponerse a la reforma, según el editorial del New York Times (Congress passes financial reform, 16/7/10). Pero otros, como Robert Reich, dicen que la reforma es una “montaña de papel” que deja en manos de los reguladores las principales decisiones para su implementación, añadiendo que estos no tienen ni el poder ni los recursos ni la capacidad suficiente para hacerlo:
“No nos equivoquemos: mientras no haya cambios fundamentales en la estructura de Wall Street –es decir, mientras los grandes bancos sigan siendo grandes y puedan seguir creciendo, para lo cual siguen teniendo los incentivos para inventar tretas financieras y apostar con el dinero de otros– seguirán siendo “demasiado grandes para quebrar” y políticamente muy poderosos para controlar” (www.roubini.com 16/7/10). Así, la reforma no impediría la próxima crisis sino que simplemente proveerá el marco dentro del cual actuarán los reguladores, los banqueros centrales y los políticos.
En síntesis, la reforma es una victoria política para Obama, por el solo hecho de haber logrado pasarla, pero parece que está bastante lejos de haber alcanzado el objetivo regulador del sistema financiero, para que no se repita la crisis del 2008. Todos estamos avisados
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