jueves, 29 de julio de 2010

MOMENTO MONARQUICO

Por Carlos Reyna
Nuestra república tiene incrustaciones monárquicas. No en el origen de los gobiernos, sino en su funcionamiento. Siendo una democracia representativa, a veces esta misma conviene en concentrar todo el poder en uno solo, el Presidente.
Ocurre cuando dicho presidente nombra a su gabinete. Se dice que debe hacerlo con el Premier, pero en los hechos puede moldearlo a su gusto. El propio Premier acepta a menudo ser casi una sombra de su mandante.
Ocurre también cuando el presidente logra mayoría en el Congreso. Sea con su propia bancada, o aliado a bancadas afines, hace que la voluntad del Ejecutivo, o sea la de él, someta al Legislativo.
El abuso en la práctica de los decretos legislativos muestra cuán corriente ha devenido la conversión del Legislativo en una entidad sumisa al presidente. También las recurrentes abdicaciones en la fiscalización parlamentaria y los allanamientos del Congreso a la observación de sus leyes.
Respecto al Poder Judicial, hechos no muy remotos y también hechos presentes demuestran que el Presidente o sus operadores pueden influirlo decisivamente. El caso Petroaudios es harto ilustrativo pero hay muchos así.
Podría objetarse que estas no son incrustaciones monárquicas sino efectos de un “presidencialismo” exacerbado. El hecho es que esto último asemeja el hacer de un mandatario al de un monarca. Por algo los gringos llamaban Camelot al gobierno de Kennedy, con todo y su origen democrático.
La Constitución establece balance de poderes. También libertades y derechos ciudadanos. A veces, esto es usado para enmendar a Palacio de Gobierno. Claro, si las cosas adquieren ribetes de escándalo.
El punto es que el contexto del país pesa más que las normas que regulan el modo de operar del gobernante. En el Perú los ciudadanos ejercen poco poder. Por tanto la voluntad del mandatario puede sortear con frecuencia los límites y mandatos constitucionales.
Hoy día, honrado por las espadas, la bendición del cardenal en la Catedral, las salvas de cañones, escoltado por ministros, con el cortejo de los húsares a caballo, el Presidente se sentirá más que nunca la nación personificada. Hablará en el Congreso. Quizás le diga que es el primer poder del Estado. Hasta en Camelot se mentía, pues

No hay comentarios:

Publicar un comentario