Por Antonio Zapata
El 4 de agosto de 1814, un día como hoy, se sublevó el Cusco contra el virrey Abascal; los insurgentes estuvieron conducidos por José Angulo y Gabriel Béjar, quienes formaron una junta de gobierno. Esta rebelión fue poderosa porque se extendió como reguero de pólvora y dominó Cusco, Arequipa, Puno y La Paz. Según el historiador Jorge Basadre, podría haber construido una república muy distinta a la que conocemos.
En primer lugar, gracias al liderazgo rebelde. Los dirigentes eran mestizos y criollos, comerciantes, soldados y funcionarios, quienes convocaron al liderazgo indígena. Incorporaron al cacique Pumacahua, quien aportó la masa campesina que formó la tropa rebelde. La reflexión de Basadre es que, si hubieran triunfado, la república naciente habría dispuesto de un centro gravitacional andino y una conducción política socialmente mixta, capaz de forjar una nación más integrada que el Perú criollo y limeño que nació en 1821.
No obstante su amplitud, la rebelión fue derrotada. Cabe preguntarse por qué y para entenderlo es preciso partir de la correlación de fuerzas. Las opciones políticas eran tres: absolutistas, liberales e independentistas. En primer lugar, la aristocracia española expresaba el antiguo régimen absolutista, tenía partidarios en todo el Perú y era representado por el virrey Abascal, quien fue muy hábil y se ganó el título de Marqués de la Concordia. En sus filas se hallaba la mayor parte de las clases adineradas y las altas autoridades del Estado virreinal.
Aunque, entre los mismos sectores acomodados hubo bastantes liberales que tenían un pensamiento reformista. No querían romper con España y sin embargo tampoco deseaban que todo siga como antes. Buscaban una reforma que igualara Latinoamérica con la Península Ibérica a través de un Parlamento bajo representación proporcional.
Por su parte, sus parientes políticos, los liberales españoles, en ese mismo momento estaban luchando contra Francia que había invadido la Península e impuesto un cambio de dinastía en favor de los Bonaparte. Asimismo, esta resistencia española convocó a las Cortes de Cádiz y en toda Latinoamérica, incluyendo al Perú, se eligieron diputados para acudir a España en el difícil trance. Pero al caer derrotado Napoleón, el mismo año 1814, quedó libre el rey español Fernando VII, que había sido hecho prisionero en Bayona por Bonaparte. Cuando Fernando retornó a España, fue recibido con tal entusiasmo que tuvo las manos libres y restableció el absolutismo; derogó la Constitución de Cádiz y apresó a los liberales. Ahí se acabaron los reformistas y la contradicción quedó definida entre polos extremos: absolutistas versus independentistas.
Los Angulo fueron presa de ese movimiento. Ellos estaban por la independencia y formaron una junta semejante a Buenos Aires. Pero no lograron ganar a los reformistas, que en ese mismo momento estaban siendo desbaratados. En el Perú, estos liberales fueron detenidos por Abascal, que había formado un ejército aguerrido, entrenado y consciente de sus intereses como casta. Ese ejército estaba compuesto básicamente por peruanos y combatió por España hasta el final. Ellos fueron los absolutistas que enfrentaron a San Martín y Bolívar.
Si queremos llegar al Bicentenario construyendo una patria más democrática y una república más justa, debemos rescatar nuestras diversas tradiciones. No tenemos por qué imaginar que todos los peruanos fueron realistas y absolutistas. Los hubo, fueron bastantes, y se trata de comprender su postura; pero igualmente debemos recordar con patriotismo a revolucionarios como Angulo y Béjar, guardando también la debida consideración por la sensatez del pensamiento reformista de la época.
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