La capacidad adquisitiva de la mayoría de peruanos sigue bajando al mismo ritmo que los sueldos y salarios. No es un invento que el nivel de éstos decrece sin pausa, lo cual demuestra que la eliminación de la pobreza es un invento palaciego. Ahora, mientras continúa la declamación sobre justicia social, la economía popular sufre un hachazo brutal: El balón de gas sube 50 céntimos.
Esta alza es “injustificada y especulativa”, explica Abel Camasca, gerente general de la Asociación de Plantas Envasadoras de Gas.
Es alarmante que el balón de 10 kilos cueste en Chile, país desamparado en materia de gas, menos que en el Perú. Allá, 10,7 dólares; acá, 12 dólares.
Nada justifica el alza temeraria que afecta un insumo vital de la cocina de los peruanos. Bien sabido es que en años recientes la red de abastecimiento de gas doméstico ha crecido exponencialmente, signo de una aceptación vasta y de una dependencia respecto de ese combustible. En todos los barrios, en todos los rincones de Lima, el balón de gas es el que calienta la olla. La antigua cocina del carbón y de la leña se ha ido apagando, y no sólo en Lima.
Esta nueva alza se suma a otras que abarcan el pollo, las verduras, el pan, el pescado, rubros que nutren la alacena doméstica.
La lucha contra esa carestía, ahora agravada, debería ser el eje de una contraofensiva popular y sindical. Hace 90 años, en mayo de 1919, se produjo el paro de las subsistencias, que dio lugar a una movilización obrera y ciudadana torrentosa. En ella tuvieron notable papel las mujeres, entre éstas Zoila Aurora Cáceres, “Evangelina”, hija del mariscal de La Breña y escritora que había alcanzado nombradía en Francia y España.
El paro contra las alzas no tuvo éxito, pero hizo temblar al poder político y económico. Hubo muchos muertos y heridos. Un tío mío, Constantino La Rosa, hermano de mi madre, cuya foto apareció en la revista Variedades como uno de los heridos, murió días después. Carlos Barba, uno de los dirigentes de ese movimiento, me diría en los años 60: “César: tuvimos el poder en nuestras manos, y no supimos qué hacer con él”.
Con este recuerdo quiero, más allá del homenaje a los luchadores sociales del pasado, advertir a la casta gobernante que está jugando con fuego. El abuso excesivo puede conducir a un despertar colectivo, a una cólera múltiple.
El fundamentalismo neoliberal de Alan García y comparsa olvida que el Estado tiene deberes respecto al bien de la población. Aun en los regímenes más conservadores se impediría que una empresa como Pluspetrol, que produce el 70% del gas licuado del Perú, haga lo que le dé la gana con los precios.
Si el Estado no puede ni siquiera regular precios vitales para la mayoría, entonces que tampoco cobre impuestos a esa mayoría.
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