Cada octubre, al lado del Señor de los Milagros, en el país el debate sobre los toros se aviva. Algunos defienden esta tradición, otros la buscan prohibir. Aquí una posición al respecto.
El mundo en muchos casos se divide en categorías excluyentes. Existen aquellos que prefieren los gatos a los perros, u otros que aman el frÍo y detestan el calor. En el caso de los toros, hay quienes veneran esa práctica y otros que la consideramos inaceptable. Sobre ello nunca habrá acuerdo, siempre iremos a los extremos, ya que finalmente lo que se juega arbitrariamente es la vida; no la del torero, sino la del toro.
Existen una serie de justificaciones, sólidas en apariencia pero en el fondo endebles, para avalar esta práctica. Los defensores de la tauromaquia alegan que el astado, al ser parte de una corrida, tiene la posibilidad de salvar su vida o al menos tener una muerte digna, en un combate que lo enaltece; además dicen que el toro de lidia tiene la vida que cualquier animal del planeta desearía, ya que es alimentado y cuidado con esmero hasta que llega la hora del ruedo.
Argumentos inválidos. No hay nada más arbitrario que trasladar categorías humanas a especies que no las asumen como suyas. ¿Acaso alguna persona en el mundo podría afirmar que el toro piensa el ruedo como algo digno y asume que esa lucha con el hombre lo enaltece? Eso sólo pasa por la mente de los humanos, pero algunos grandes pensadores caen con una facilidad asombrosa en el error de trasladar a lo animal la moral humana.
Para hacerlo más claro: es como si mañana llegará a la Tierra una especie extraterrestre, nos conquistara con sus armas sofisticadas, y luego organizara juegos recreativos para sus niños, en los que éstos se regocijen cuando atraviesan con rayos F el cuerpo de los humanos, luego de perseguirlos en una cúpula de la que no pueden salir.
Los niños extraterrestres llevan el cuerpo hecho tiras a la tribuna y la multitud aplaude. Dirán: de qué se pueden quejar los humanos, si al menos acá mueren dignamente defendiendo su vida y no triturados en la maquina moledora para fabricar hamburguesas.
Arte, tendido cuatro sombra
He tenido la oportunidad de estar en Acho, tendido cuatro fila tres sombra, toda una tarde de toros. La oportunidad se dio y a pesar del rechazo que siento por esta práctica, asumí que era mejor verla de cerca. Y no me equivoque, porque entendí que el otro argumento que los amantes de los toros sostienen es también errado: que el toreo es un arte.
El arte no es invasivo por naturaleza. El creador para elaborar una obra no necesita someter a otras especies o a otros humanos a situaciones extremas, al contrario se sumerge en un mundo paralelo del cual emerge la obra; en el caso de las artes escénicas, éstas utilizan un espacio determinado, pero a nadie se le ocurre que, como en el cuento de Cortázar, parte de la función sea devorarse a los asistentes. Es decir, el arte crea, no mata; libera, no somete; da vida, no la destruye.
Proponer que el toreo es un arte es un despropósito. Lo cierto es que se trata de una práctica cultural pero, como sabemos, no toda práctica cultural tiene que ser correcta o moral. De lo contrario aún el Circo Romano sería un espectáculo permitido en donde humanos se matan entre ellos. Es indicativo así, que defensores de los toros que en otros temas aportan mucho, frente a este atavismo queden deslumbrados; quizá sea porque los toros dan estatus social, y el dinero todo lo blanquea.
Por algo será que las corridas de toros se vetan o al menos se hacen sin matar al animal, en cada vez más lugares del mundo, como la primitiva Cataluña. El respeto a la vida no humana es una condición de avance de la especie. Someter a los animales a los caprichos de una minoría, es la mayor expresión del antropocentrismo, el mismo que crea a Dios a imagen y semejanza del hombre (no de la mujer), el mismo que pensaba que la Tierra era el centro del universo, el mismo que hasta hoy niega la evolución.
Defensores
No estamos, pues, frente a un juego, un pasatiempo o un arte; estamos frente a un parte-aguas que el tiempo evidenciará. Indicativo es el temperamento humano, que hace que pensadores como Mario Vargas Llosa o Fernando Savater, apelen a los lugares comunes tan chatos que se usan para defender la persistencia de esta práctica que puede ser considerada delito en algunas legislaciones. Nada en el mundo, y menos la moral humana, justifica la crueldad, que es abyecta y repugnante en cualquier escenario.
Queda entonces no sólo combatir todas las prácticas que atentan contra los animales, incluyendo obviamente la industrialización desmedida de su crianza para el consumo humano. Pero esto último no puede ser el atajo para sostener que el toreo está justificado. El humano es un carnívoro y por eso se alimenta de animales, no es un asesino por naturaleza que goza de la muerte.
La libertad acaso sea la única categoría humana que puede trasladarse a los animales porque implica que desarrollen su vida tal y como su naturaleza manda. Las mallas y luces de colores, los cuchillos y el dinero que corre, no son justificación. Habrá que recolectar firmas para ir a una consulta sobre las corridas de toros y, si la sociedad las avala se respetará esa voluntad, pero si el voto es adverso, el mandato también deberá cumplirse.
Alexandro Saco
Colaborador
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