sábado, 27 de noviembre de 2010

EL AÑO DE QUE

.Por Antonio Zapata

Comenzando diciembre, el gobierno peruano escoge la denominación oficial del año siguiente. En esta oportunidad, se presentan tres candidatos fuertes: los cien años de Machu Picchu, el centenario del nacimiento de José María Arguedas y el bicentenario del grito de independencia de Francisco de Zela en Tacna. Posiblemente la decisión se incline hacia Machu Picchu, cuyas piezas han de ser devueltas al Perú por la Universidad de Yale, donde las llevó el famoso explorador y académico norteamericano Hiram Bingham.

Conviene revisar los méritos de las tres opciones para oficializar el año venidero. Para empezar, Bingham llegó por primera vez a Machu Picchu en 1911 y estuvo en el sitio solamente medio día. Tomó muchas fotos y siguió viaje, estuvo en casi 20 lugares distintos, porque iba a toda velocidad buscando otro sitio: el último palacio de Manco Inca en la mítica Vilcabamba.

Es decir, Bingham quería encontrar otra cosa y se topó con Machu Picchu; ni siquiera se dio cuenta inmediatamente, sino después, al llegar a los Estados Unidos, revelar las fotos y percatarse de que, de todos los lugares que frenéticamente había visitado, había uno de calidad superior. Entonces, montó una segunda expedición, que llegó en 1912, y esa vez venía dispuesto a saquear. Así, los sucesos protagonizados por Bingham no parecen muy edificantes como para merecer el año oficial peruano.

Por el contrario, las otras dos opciones tienen mayor sentido. Por su parte, José María Arguedas es uno de nuestros mayores novelistas y encabeza las contribuciones del indigenismo a la cultura nacional. Gracias a su perspicacia, eligió como problemática uno de los temas de mayor incidencia para el Perú contemporáneo. En realidad, lo suyo fue la integración entre el país moderno y la esencia indígena que permanece como substrato nacional.

A su entender, ese trasfondo aparece una y otra vez pugnando por definir a su manera la sociedad moderna. Así, él constata el movimiento de lo indígena haciéndose visible gracias a la creación de productos de gran calidad, susceptibles de ser admirados por los modernos más universales. Por eso, Arguedas no fue un arcaico, como sostuvo Mario Vargas Llosa, sino alguien plenamente contemporáneo. No escribió en quechua, sino en castellano, aspiraba a la divulgación mundial y no quería encerrarse en su propia y reducida fratría.

Hace 50 años, cuando Arguedas escribió sus grandes novelas, el problema peruano ya venía siendo construir la identidad común que englobe al criollo y al andino. Hoy la identidad sigue siendo clave y se expresa a través de la pugna por incorporar al campesino andino al torrente nacional y construir una modernidad propia y singular, que nos dote de un lugar en este mundo.

Ante ese reto tan peruano, Arguedas mantiene gran capacidad de inspiración. Esa misma aura rodea a la figura menos conocida del trío de opciones para el año oficial. Se trata de Francisco de Zela y la rebelión tacneña contra el virrey de Lima.

Zela lideró la primera revuelta criolla contra los españoles. Su gesta corresponde plenamente a la coyuntura abierta por la ocupación del trono en Madrid por la Francia de José Bonaparte. Entonces, surgieron Juntas en muchos lugares y la primera manifestación peruana fue en Tacna en 1811.

El público debe haberse sorprendido al constatar que la mayoría de países latinoamericanos han celebrado el bicentenario de su independencia, mientras que a nosotros nos faltan diez años. Pero ellos han celebrado el comienzo de la lucha por la emancipación y no su liberación efectiva. Si nosotros festejáramos como los países hermanos, nuestro bicentenario sería el próximo año y el héroe fundador de la nación sería Francisco de Zela.

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