.Por Antonio Zapata
En estos días el Perú ha vivido con orgullo el premio Nobel de Mario Vargas Llosa. Se trata de un poderoso refuerzo de la autoestima nacional, que él ha sido generoso en compartir con el país entero. Es el enlucido en cal que embellece la construcción de la peruanidad.
Pero también aumenta la corrupción y envuelve a muchos actores del juego político. El sistema democrático se torna inestable y vive permanentemente comprometido, debido al desprestigio de sus actores, que son percibidos como aprovechados y prescindibles. Es el exceso negativo de arena, que malogra la mezcla de cemento y amenaza derrumbar lo construido.
La sensación de descomposición ha aumentado en las últimas semanas. No faltan escándalos, empezando por EsSalud y Fernando Barrios, siguiendo por el caso Comunicore y el ex alcalde Castañeda. Los políticos en ejercicio siguen mostrando que enriquecerse a costa del erario público es una práctica casi natural. Además, emplean los bienes públicos para provecho de sus allegados y construyen redes clientelares. Han resultado reveladoras las declaraciones de Barrios, quien se muestra sorprendido por haber cobrado una indemnización superior a la debida, aludiendo a una práctica regular en su institución. Solo siguió la trampa legal de muchísimos antes que él.
Por otro lado, se ha profundizado la sensación ciudadana de que la corrupción es un mal enraizado debido a la ineficiencia de la Contraloría General de la República, CGR. Esta institución tiene un auditor en cada repartición pública y si funcionara bien podría reducir drásticamente la corrupción, porque en tiempo real está presente en todas las transacciones que realiza el Estado. Es decir, si hay alguna organización crucial es la CGR, puesto que su función es obligar a las demás dependencias públicas a cumplir la ley.
Pero en las últimas semanas se ha podido observar dos signos muy negativos de la gestión del actual contralor. Por un lado organizó un seminario anticorrupción al que invitó como ponentes a candidatos presidenciales muy comprometidos precisamente con actos corruptos. El caso más clamoroso fue Keiko Fujimori, que sobrellevaba una campaña periodística exigiéndole claridad sobre sus gastos en educación superior en los EEUU. En este caso, la invitación de la CGR es muy cuestionable, porque le extendió una autoridad en materia anticorrupción que precisamente está en cuestión.
Luego, el mismo Contralor ha sido denunciado por cobrar un sueldo superior al autorizado, más del doble de lo permitido. Ante esta realidad, su prestigio está seriamente mellado. ¿Cómo puede obligar a cumplir la ley, si él la viola para favorecerse personalmente?
El Perú vuelve a mostrarse como un país de contrastes. Lo limpio convive con lo sucio, el bien con el mal, la honestidad con la corrupción y así hasta el infinito. La sensación final es la fragilidad del progreso y el temor al retroceso. No se avanza con confianza, sino mirando atrás, para evitar resbalar mientras se construye un camino.
En este decenio, que termina en unas semanas, la gastronomía y los monumentos arqueológicos habían sido apreciados por los peruanos como maravillas nacionales. Ahora, gracias a Mario Vargas Llosa, la literatura corona estos esfuerzos proyectando lo peruano a una dimensión planetaria.
Pero estos mismos diez años muestran la perpetuación de la corrupción y su efecto pernicioso sobre la autoestima nacional. Nadie cree en nada y la inseguridad acecha. Si los noventa cerraron con los vladivideos, los primeros diez años del siglo XXI han transcurrido en medio de petroaudios y aprovechados de todo pelaje.
Así, entramos al segundo decenio del siglo en las mismas de siempre. El Perú como el país de cal y arena.
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