Hay quienes festejan el triunfo del gran Mario Vargas Llosa aun sin haberlo leído. Son los mismos que celebran el premio al esfuerzo de un peruano en el ajedrez aun cuando al ver un partido de este deporte se queden dormidos, o el triunfo de la selección de vóley, al que sólo se le hace caso en momentos de campeonatos internacionales.
Son cosas que pasan. Hay quienes tienen ganas de celebrar y ven en los triunfos ajenos una buena oportunidad para sentirse orgullosos. Así como hay vergüenza ajena, hay orgullo ajeno.
Es una buena señal que se festeje el triunfo de la literatura peruana a través del esfuerzo de un hombre que, como político, sólo logra el fracaso. Usó el podio universal del Nobel para insultar a los que discrepa políticamente con él. Hizo mal el buen Mario.
En el campo literario, a diferencia del político, las diferencias de criterio son menos discordantes. Mas hay estilistas de los buenos que han escrito ya sobre “la prosa industrial” de Vargas Llosa, definiendo así, conciso, no sólo la abundancia de publicaciones, sino de letras, palabras, párrafos, páginas en cada obra.
Para leer poco y bien habría que recluirnos en Borges; pero no todo puede ser tan perfecto. Si a eso le añadimos las “sábanas” que publica Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (hasta su nombre es recargado) en el diario El País, sólo vendiendo al peso sus obras, se generarían ya jugosas ganancias.
Por otra parte, el lado político es el que genera grandes discordias. Hay quienes no entienden todavía la dimensión de su apoyo a la guerra en Irak que, como todas las guerras, genera muerte y siembra miseria en el pueblo. Se ha vuelto algo maquiavélico: el fin de la implantación de la “democracia” en Irak justifica, para él, los medios: la invasión de un país, el asesinato de miles de iraquíes y extranjeros, la mentira triple (EE.UU., España e Inglaterra) de la existencia de armas de destrucción masiva, la descarada búsqueda de la riqueza petrolera de ese país.
En el lado político no necesitamos más vargasllosas; por el contrario, queremos que reviva Roger Casement, personaje real de su última novela: Así habrá alguien que condene desde el imperio la barbarie que el imperio siembra en otro país. Irak es el Congo de nuestros tiempos.
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