Alan García: foto de despedida y perdón de dios
En cinco semanas más Alan García dejará de ser presidente, ya no lo veremos todos los días en las páginas centrales de los periódicos ni tendremos que soportar su incontinencia verbal, su ego monumental y sus delirios de grandeza. Ha preparado su despedida con grandes inauguraciones y un monumento a Cristo que es extraordinariamente revelador de su personalidad y de su fe religiosa.
Desde que apareció en la política a fines de 1970, ha cultivado la imagen de un presidente católico, apostólico y limeño, asistiendo a misas, procesiones, tedeums, luciendo el hábito del Señor de los milagros, y apareciendo siempre oportuno como cargador estrella de su anda. Su humildísimo gesto de ponerse de rodillas y sus besos al anillo del Arzobispo de Lima y primado de la Iglesia, lo muestran como a un católico sumiso, obediente y resignado, como a una oveja nada descarriada, suficientemente fuerte para impresionar a la jerarquía de la iglesia, a gran parte de sus sacerdotes y monjas, a los piadosos burgueses del país, a nuestras abuelas y tías, que unas decenas de horas al año lucen también tan contritas, tan humildes y tan buenas. ¿Habrá un gesto de mayor sumisión que el beso al anillo que luce el arzobispo?
Al futuro ex presidente se le ocurrió la idea de ofrecer un monumento a Cristo de 37 metros de altura, de color blanco nieve, que perennice su recuerdo sirviéndose de la popularidad de Cristo y su amoroso gesto de los brazos abiertos como diciendo vengan a mí, los estoy esperando. ¿Originalidad? Ninguna. Hay muchas estatuas gigantes de Cristo en diversos países; la más famosa es la de Corcovado en Río de Janeiro, que coexiste con el más mundano y carnal de los carnavales. La nueva de Lima no es la más grande pero es suficiente para mostrar otra vez el espíritu de ostentación de la Iglesia Católica. Quiso el presidente darnos una amorosa sorpresa con este pre-póstumo regalo, compartiendo el gesto con la gran empresa multinacional brasilera Odebrech, que tiene en Perú grande negocios y mejores ganancias. El pequeño óbolo de casi un millón de dólares de esta compañía y los cien mil soles del generoso Dr. García han sido suficientes para imponernos una estatua suficientemente fea e innecesaria.
Pudo el Sr. García haber hecho un regalo personal, privado y, prácticamente anónimo, en su parroquia. Pero nada en él puede ser pequeño y, menos, anónimo. La foto inaugurando el monumento equivalente a su imaginaria altura personal será para él un placer maravilloso y nadie le quitará lo bailado. Como presidente, el Sr. García debiera representar a todos los peruanos. El catolicismo en serio debe corresponder a un 30 % de la población, luego están los pueblos indígenas con sus convicciones profundas sobre la Pacha Mama y los Apus, el Taita Inti, los evangélicos de familias varias y, finalmente, los que no somos creyentes. Como buen limeño criollo el católico García confunde la religión con el catolicismo y Lima con el Perú. ¿Le habrá hablado de este tema su ministro de Cultura -en singular- Juan Ossio? Como antropólogo debiera saber que hay muchas culturas y creencias religiosas y que todas merecen respeto.
Sugiero una hipótesis para entender este nuevo atropello del Sr. García. Como católico que es, teme el juicio final y le aterra la idea de ser enviado a los infiernos por las historias de sangre, fortuna mal habida y corrupciones diversas que se le atribuyen. Siguiendo el ejemplo colonial de ganar el cielo dando dinero a la iglesia o haciendo obras de caridad para ella, y también el ejemplo de los pentecostales brasileños de ganar el cielo gracias a cómodas cuotas mensuales, el Sr. García, busca un oportuno perdón. Los Obispos en vida ya lo absolvieron y felicitaron. Pero parece que ese perdón es insuficiente y siguen siendo grandes sus dificultades para dormir desde aquellos sucesos de los penales en 1986, y en la Curva del diablo, en Bagua, en 2009.
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