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.Por Antonio Zapata
El robo sacrílego de la Cruz de Motupe ha sacado a relucir antiguas tensiones entre la Iglesia y la religiosidad popular. Esas desavenencias tenían historia y han saltado a la palestra a raíz de este robo, que conmovió al país y cuyas repercusiones no han terminado.
La famosa Cruz está en posesión de una Hermandad integrada por laicos, que no pertenecen a ninguna congregación ni son sacerdotes católicos. Desde que la imagen fue encontrada en los años 1860, la organización de sus ritos y su misma custodia nunca han sido ejercidas por la Iglesia propiamente dicha. En este sentido, la Cruz de Motupe es una devoción popular, que más se asemeja a Sarita Colonia que a Santa Rosa de Lima.
Cuenta la tradición que un ermitaño visitaba Motupe anunciando que había escondido tres cruces en cerros vecinos. Un buen día desapareció, dejando intrigados a los pueblerinos, quienes organizaron expediciones buscando las cruces ocultas. El 5 de agosto de 1868, el joven José Anteparra encontró una cruz en un cerro vecino llamado Chalpón. La misma montaña era considerada encantada y su poder sobrenatural creció considerablemente al ser hallada la imagen que comenzó a realizar milagros. Anteparra organizó los ritos y fue su mayordomo por más de 50 años, hasta 1922 cuando falleció. Fue sucedido por su esposa y luego empezaron los problemas.
Durante los años cuarenta, una señora chiclayana de clase alta, Juana Cuglievan de Plenge, presidía una comisión que tenía a su cargo la fiesta. Ella recibía el apoyo del obispo de Chiclayo y por muchos años estuvo encargada de la devoción, trasladando a la diócesis lo recaudado. Durante los 15 días de fiesta, los fieles donan dinero en efectivo, además de toneladas de metales preciosos contenidos en los “milagros”, que dejan en la Cruz y que han sido objeto del robo sacrílego. También se vende una inmensa cantidad de cera y se acumulan cientos de mantos con preciosos bordados, porque la Cruz necesita ser “vestida” y los devotos le entregan finos textiles.
En la década de 1970 comenzaron los conflictos entre el pueblo de Motupe y el obispo de Chiclayo. Los pobladores querían conservar el dinero recaudado para adecuarse a las condiciones de la fiesta religiosa. Ella consiste en un inmenso peregrinaje. Un pueblo de 40.000 habitantes es visitado por un cuarto de millón de devotos durante 15 días. Es un inmenso desborde con miles de personas durmiendo a la intemperie en petates. En el afán de independencia, para decidir libremente las obras urbanas que consideraba necesarias, el municipio desconoció a la comisión nombrada por el obispo y empezó un gran pleito que duró hasta los noventa. Incluso, durante un lapso, Motupe carecía de párroco, porque el obispo lo había “castigado”.
A partir de 1990, las contradicciones se atemperaron, pero sin desaparecer. Los motupanos organizaron la Hermandad que hasta hoy controla la Cruz y sus riquezas. Por su parte, el obispo ha nombrado párrocos que mantienen buenas relaciones con la devoción. Pero, siguen siendo laicos quienes controlan los bienes, precisamente los que han sido robados.
Resulta que los ladrones han ingresado utilizando una llave, haciendo evidente que han tenido cómplices dentro. Ello ha sido establecido en forma muy clara por la Policía, que ha capturado a un presunto responsable. La Cruz ha sido recuperada, rota en cinco pedazos y sin joyas; inmediatamente está siendo refaccionada para que luzca espléndida este 5 de agosto, pero lo cierto es que la Hermandad está en problemas.
Los fieles están inquietos y su ánimo es reparador. Si la jerarquía procede con habilidad, podríamos estar ante la recentralización de un culto popular
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