Lima es hoy una ciudad de nueve millones de habitantes cuya mayoría proviene de todos los horizontes del Perú. Si algún lugar del Perú es la región de todas las sangres, el crisol de todas las etnias, el cruce de todos los caminos, ese es Lima.
Cuenta la historia que Taulichusco, el último Cacique de Lima, dijo, antes de ser asesinado: “No vamos a desaparecer”. El personaje gobernaba una región florida, un jardín regado por cien acequias labradas por las manos del hombre, una población que ya entonces disfrutaba de la innumerable pesca sazonada por chorrillanas manos mágicas.
Mi larga vida me permite recordar una ciudad rebosante de huertos y jardines. El distrito del Rímac terminaba en Malambo (vulgo: Francisco Pizarro). Yo he visto al río Hablador cuando era transparente y fluía cargado de camarones. Por algo una de las calles viejas rimenses tiene el nombre de Camaroneros. En ese viejo distrito de gente morena los especialistas del ramo eran indios camaroneros.
De Lima a Miraflores se viajaba, en los años 30, en tranvía, lo cual permitía contemplar un área casi ininterrumpida de huertos. Igual panorama verde y florido ofrecía el viaje en tren de Lima al Callao. La Victoria concluía casi en la avenida Manco Cápac.
El centro de Lima era –ya no es– de una noble, apacible belleza. Sus casonas, sus iglesias, sus barrios populares donde los negros y mulatos ponían el toque de humor, de risa, sus calles aledañas sacudidas en las mañanas por la sirenas de las fábricas, las campanadas sonoras que entristecían la tarde en la hora del ángelus: todo eso se ha ido.
José de la Riva Agüero, el marqués, denostó “la vil picota del progreso”. casas de belleza antigua, de patios plácidos, de rejas y balcones románticos, se convirtieron en edificios sin alma o en cocheras.
Lima es ahora un mundo complejo, una ciudad de aluvión humano. No hay lugar del Perú donde haya más quechuahablantes que en Lima. Se cumple en cierto modo la profecía de Taulichusco: “No vamos a desaparecer”.
Lima es ahora sí, por el tamaño y la gravedad de sus problemas, Lima la horrible. El mal transporte público, la inseguridad ciudadana, la pérdida de valores, la droga juvenil, nos acosan.
Lima es hoy una de las cinco grandes ciudades del mundo amenazadas por la precariedad del agua. Con la desaparición o merma de los nevados andinos, estamos amenazados de sed.
Consume la capital 26 metros cúbicos/segundo de agua por día. La mitad se pierde por fugas, robos y otros desvíos. Una enorme cantidad se convierte en aguas servidas, desagüe y aguas negras, que, debidamente tratadas, podrían servir para el riego.
Hoy, casi dos tercios de la población de Lima tienen un promedio de dos horas de agua por día.
Lima es, así, ciudad de todas las sangres, de todas las hambres, de toda la sed.
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