Por Roberto Ochoa B.Desde la monumental novela “El nombre de la rosa” hasta best sellers como “El Código Da Vinci”, la ficción parte de una realidad indiscutible: la Iglesia Católica, Apostólica y Romana monopolizó el conocimiento occidental desde la Edad Media hasta el Renacimiento, administrando la información previa censura que castigaba hasta con la muerte cualquier desviación en el dogma.Esta propensión a reprimir todo aquello que contradiga la verdad oficial se trasladó a las Américas luego de la conquista y también afectó a las crónicas que procedían del Nuevo Mundo. El Virreynato del Perú transcurrió bajo el férreo sometimiento y control ideológico administrado por la tenebrosa Santa Inquisición. Lo paradójico es que son precisamente las crónicas –desde las escritas por “la soldadesca” hasta enciclopedias como la de Cieza de León, pasando por la obra del Inca Garcilaso de la Vega y la de Guamán Poma de Ayala– las bases de nuestra historia oficial y políticamente correcta. Pero esta historia oficial sufrió un remezón en 1996, cuando, invitada por el historiador Franklin Pease, la peruanista italiana Laura Laurencich Minelli presentó una investigación sobre los Manuscritos Miccinelli en el IV Congreso Internacional de Etnohistoria, celebrado en Lima en junio de ese año. La ponencia de Laurencich se basaba en el enigmático Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo, un manuscrito bilingüe (texto en latín y traducción al quechua) con ilustraciones a color, quipus, piezas de metal, tejidos con iconografía prehispánica y hasta una pieza en concha espondyllus. La obra fue escrita en los primeros años de la conquista por el sacerdote jesuita Blas Valera, cronista mestizo como el Inca Garcilaso de la Vega.Se ha comprobado, con análisis paleográficos y químicos realizados en universidades italianas, que el manuscrito es original y corresponde a las fechas que figuran en el texto. Fue enviado a Europa en el más absoluto secreto en una caja que aún se conserva en la colección de antigüedades de Clara Miccinelli, una dama italiana descendiente de una rancia familia en cuyo árbol genealógico figuran Papas, cardenales, nobles ítalo-españoles y virreyes en América. El documento rompe todos los esquemas de la historia oficial: allí se afirma con testimonios de testigos que Francisco Pizarro capturó a Atahualpa previo envenenamiento de los jefes militares incas. Valera también revela la actividad clandestina de una logia conocida como La Cofradía del Nombre de Jesús del Cusco, dedicada a denunciar los atropellos del clero y de los conquistadores, a reivindicar los derechos indígenas –previa creación de una iglesia sincrética y “peruana”– y a la restauración de la economía inca siguiendo los preceptos de los primeros cristianos. La similitud con la obra jesuita en Paraguay no es pura coincidencia.Pero ahí no queda la cosa, el Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo acusa de plagiario al Inca Garcilaso de la Vega y de haber desvirtuado en Los Comentarios Reales de los Incas la información brindada por Blas Valera, para adecuarse a la censura oficial en España. Lo cierto es que el propio Garcilaso cita varias veces a Blas Valera en su obra, pero el jesuita chachapoyano revela que el Inca Garcilaso no solo lo citó mal, sino que desvirtuó toda la información relacionada a los quipus como escritura, minimizándola a una simple cualidad contable. Según Valera, Garcilaso no entendió lo de los quipus literarios por una razón: ignoraba la existencia y la interpretación de los capacquipus.Blas Valera, en cambio, era nieto por parte de madre del altomisayoc Illavanqa, quien a su vez recibió toda esta información del amauta y quipucamayoc Machaquymuqta. Esta versión puede sonar a reivindicación familiar, pero hoy en día se sabe que la zona de Chachapoyas y la vecina Leymebamba son escenarios de sorprendentes descubrimientos de quipus funerarios.Sigamos con las revelaciones. Valera agradece al indio Guamán Poma de Ayala “por haber prestado su nombre” para firmar la Nueva Corónica y Buen Gobierno, obra que, según Valera, fue dictada por un grupo de jesuitas liderado por él mismo. Por si fuera poco, Valera reconoce que tuvo que escribir y dibujar las célebres ilustraciones de la Nueva Corónica, pero con el seudónimo de Gonzalo Ruiz, pues por aquel entonces ya era víctima de una “muerte jurídica” como sacerdote y cronista.Blas era hijo del conquistador Alonso Valera y de la joven princesa Urpay, descendiente de la nobleza chachapoya emparentada con panacas cusqueñas. Pero a los 6 años el niño Blas vio como su padre, Alonso Valera, asesinó a su madre, la princesa Urpay. Criado por su tío español e íntimamente vinculado a la familia de su madre, Blas se hace jesuita y participa en las campañas de extirpación de idolatrías en Huarochirí. Allí comprueba la importancia de Pariacaca y Pachacámac. Años después, ya en Cusco, Blas y otros jesuitas forman la Cofradía Nombre de Jesús, cuyas actividades fueron incómodas para el gobierno colonial.Entonces su situación se complicó. En el Cusco fue acusado de quebrar los votos de castidad (no se da detalles del caso) y enviado a España para “regenerarse’. En la Madre Patria ocurre todo lo contrario.Valera entrega información al Inca Garcilaso de la Vega y toma contacto con los movimientos pro indigenistas de la época, liderados por el padre Bartolomé de las Casas. Al ser descubierto, fue sancionado con su expulsión de la orden y su “muerte jurídica”.Valera decide volver al Perú pero con otro nombre. Aquí reinicia sus contactos con los miembros de la Cofradía Nombre de Jesús y un grupo de españoles que negaban la versión oficial de la captura de Atahualpa. Es entonces que ellos deciden escribir la Nueva Corónica y Buen Gobierno, prestándose la firma del Indio Guamán Poma de Ayala.Toda esta historia más la sorprendente interpretación de quipus y capacquipus figura en la obra “Nativos, jesuitas y españoles” publicado por la Municipalidad de Chachapoyas con la intención, según su alcalde Meter Thomas Lerche, “de reivindicar la memoria del chachapoyano más ilustre”. Su autora, en tanto, luego de la “desilusión” sufrida en el congreso de Etnohistoria de 1996, logró la autorización de la propia Clara Miccinelli para investigar y analizar científicamente los manuscritos.“Cuando terminó mi exposición en Lima solo recibí señales de indiferencia –recuerda Laura Laurencich desde Bologna, Italia– lo más curioso es que recibí una esquela con una amenaza de muerte por atentar contra Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso. En esos días pensé que se trataba de algún loquito, pero ahora entiendo que la amenaza se cumplió y fui ‘muerta en vida’ como peruanista”.Hoy en día los lectores peruanos ya podemos acceder a esta publicación y sacar nuestras propias conclusiones. En LimaLa traducción al castellano del libro “Exsul Inmeritus Blas Valera Populo Suo e Historia et Rudimento Linguae Piruanorum. Nativos, jesuitas y españoles en dos documentos secretos del siglo XVII”, editado por Laura Laurencich Minelli, fue publicado este año en Chachapoyas por gestión de la Municipalidad Provincial. En Lima, está a la venta en las librerías Cultura Peruana y El Virrey. La obra incluye ilustraciones en papel couché y su precio es de 35 soles.Revelaciones de BlasSegún Blas Valera, el Inca Garcilaso de la Vega basó sus Comentarios Reales en los testimonios y documentos entregados por él. Sin embargo, Garcilaso habría tergiversado la información y minimizado detalles tan importantes como el de la escritura de los quipus. Valera asegura que el Inca Garcilaso fue un ignorante en la materia.Según Blas Valera, el indio Guamán Poma de Ayala prestó su nombre “a cambio de un caballo y una carreta” para rubricar la autoría de la Nueva Corónica y Buen Gobierno.Según Blas Valera, familiares de su rama materna le enseñaron a descifrar e interpretar los capacquipus (quipus de la realeza), los quipus literarios y los quipus contables. Junto con los tocapus fueron la base de la escritura incaica. Tanto quipus como tocapus fueron destruidos durante la campaña de extirpación de idolatrías.Según Blas Valera, y basado en testimonios de caballeros e infantes que participaron en la captura de Atahualpa, el último inca no fue vencido en combate sino después del envenenamiento de sus principales jefes militares.Según Blas Valera, los pobladores del Tahuantinsuyo eran los verdaderos dueños del Perú. Su fe era compatible con el dogma cristiano y su sistema económico bastaba para administrar todo el territorio del Virreynato del Perú.
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