domingo, 1 de noviembre de 2009

La parábola del ateo



Por: Jorge Paredes
Un narrador omnipresente —que no es Dios— nos vuelve a contar la historia del Antiguo Testamento, y utiliza a Caín para este propósito. El antihéroe fratricida se convierte en héroe y su actuación, podría decirse épica, pone en entredicho la obra y conducta del propio creador. El autor de esta suerte de evangelio apócrifo no puede ser otro que José Saramago, el premio Nobel todavía portugués (en su país le quieren quitar la nacionalidad a raíz de este libro), quien vuelve a construir su propia parábola sobre una humanidad condenada y enfrentada con un dios, que no es infalible, sino que muchas veces es cruel y vengativo.
La historia de CaínA los ojos de este demiurgo, Caín es más víctima que victimario. Víctima de un designio fatal que lo lleva a asesinar a su hermano, pues Dios eligió la ofrenda de Abel en vez de la suya. Desde el inicio, Caín se muestra conmocionado y no entiende la actitud del Señor. Esta imposibilidad humana de entender la voluntad divina marcará la novela hasta el final. Pero Caín no es el personaje bíblico que acepta con resignación su condena, sino en la novela se convierte en ateo —el primero de la historia— y cuestiona los actos de Dios.
Para muestra este diálogo entre Caín y el Señor (p. 40):
“Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando al guarda, dijo caín, Y esa sangre reclama venganza, insistió dios, Si es así, te vengarás al mismo tiempo de una muerte real y de otra que no ha llegado a producirse, Explícate, No te va a gustar lo que vas a oír, Que eso no importe, habla, Es muy sencillo, maté a abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto, Comprendo lo que quieres decir, pero la muerte está vedada para los dioses, Sí, aunque deberían cargar con todos los crímenes cometidos en su nombre o por su causa, Dios es inocente, todo sería igual si no existiese, Pero yo, porque maté, podré ser matado por cualquier persona que me encuentre, No será así, haré un acuerdo contigo, Un acuerdo con el réprobo, preguntó caín, sin terminar de creerse lo que acababa de oír, Diremos que es un acuerdo de responsabilidad compartida por la muerte de abel, Reconoces entonces tu parte de culpa, La reconozco, pero no se lo digas a nadie, será un secreto entre dios y caín”.
Con una marca en la frenteDios condena a Caín a errar por el mundo con una señal en la frente. A manera de un semidiós mitológico caído en desgracia, llegará pobre y desvalido hasta las tierras de Nod, donde aceptará trabajar como un humilde pisador de barro.
Luego por obra del azar (¿o por capricho divino?) se convertirá en el amante de Lilith, la señora de la ciudad, dotado de un gran poder sexual.
Saramago le otorga un papel estelar a este Caín, quien en un capítulo detiene la mano de Abraham en el momento mismo en que iba a entregar en sacrificio a Isaac, su hijo predilecto. En otro, acompaña a los ángeles que alertan a Lot de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Más tarde, participa en los ejércitos de Josué y cuestiona a Dios por el inexplicable martirio de Job. Finalmente, es enviado al arca con la orden de preñar a las nueras de Noé y asegurar así la nueva humanidad que surgiría después del diluvio.
Puede ser contradictorio que Dios lo eligiera para esa tarea siendo pecador, pero bastantes ejemplos hay en el libro de que la voluntad divina también tiene sus reveses. ¿Qué clase de Dios es este que ordena matar a miles de inocentes, mientras a mí me condena por la muerte de uno solo?, se preguntará Caín, mientras trama la venganza final en contra de su creador.
Si algo caracteriza a la obra de Saramago, al menos desde “Ensayo sobre la ceguera” (1995) hacia delante, es su vocación de fabulador, de implacable constructor de parábolas sobre la imperfección humana (y en este caso divina). En ese estilo están sus grandes aciertos —y también sus libros menos importantes—. Es un predicador sin fe (“es el diablo, dicen los cristianos portugueses), y este libro lo demuestra: es un ateo contándonos el Evangelio

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