Por Rocío Silva Santisteban
Al parecer no es solo uno: varios serían los ladrones de grasa humana; así como varios los traidores a la patria. Los pishtacos de la actualidad podrían pasar piola como cocaleros del valle del Monzón; los espías contemporáneos han perdido el glamour de la guerra fría y son apenas parecidos a cualquier mediocre corrupto. Los pishtacos huanuqueños actuaban como operadores del capitalismo global que requiere de materias primas tercermundistas, en este caso grasa humana, para la elaboración de “cosméticos”. Los espías recibían dinero por Western Union –el gran Money Exchange de los inmigrantes pobres globalizados– y lo utilizaban para amortizar deudas bancarias. Real y patético.
Es así que dos de los clásicos estereotipos de los géneros literarios –el monstruo perverso y desafiante, el traidor que vende a su nación por un puñado de monedas–han pasado de lo temido como amenaza a lo vivido como realidad; de las páginas de los cuentos andinos y las novelas negras a las de los periódicos, revistas ¡y como noticia del twitter de The Guardian! Nada más y nada menos.
Hoy en día la ficción aburre cada vez más y se ponen de moda las biografías, los testimonios, los biopics y la historia reciente: las noticias requieren de “aires de novela” y los espectáculos basados en la realidad (reality-shows) son el género televisivo por antonomasia. Las telenovelas se basan en historias de grupos musicales reales y las novelas escritas, sobre todo las del decadente realismo-sarcástico-urbano, se basan en los diarios personales de sus autores. Puro aburrimiento.
No es de extrañarse, por cierto, que los peruanos percibamos muchas veces la realidad como ficción y viceversa, y que dentro de la atronadora caja china que es la nación, con sus compartimentos-estanco, sus oasis sureños solo para ricos y sus devaneos racistas, descubramos que su núcleo duro es una parodia. Y mientras tanto siguen las movilizaciones, la crisis de partidos, los conflictos sociales provincianos y las reuniones de ejecutivos que palpan sus bolsillos antes que palpar la realidad.
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