Aunque el gobierno lo niega, no cabe duda alguna de que el escuadrón de la muerte de Trujillo existe. Fujimori y Montesinos también negaban al grupo Colina.
El gobierno aprista tiene experiencia en escuadrones de la muerte y en mentir al respecto, como lo muestra la historia del Comando Rodrigo Franco (CRF). Aunque el grupo Colina y el CRF surgieron en el contexto de la guerra antisubversiva, y el escuadrón de la muerte de Trujillo en el ambiente de una creciente ola delincuencial, se trata del mismo razonamiento y el mismo método.
Ante la incapacidad de las fuerzas del orden para controlar a subversivos o delincuentes, grupos de esas mismas fuerzas del orden, actuando al margen de las estructuras formales de sus instituciones, pero a órdenes y bajo protección de las más altas autoridades, se dedican a asesinar a presuntos terroristas o criminales.
Como son auspiciados por el gobierno, gozan de amparo de sus comandos y, muchas veces, de las autoridades encargadas de investigar su actuación.
El resultado es siempre el mismo: fracaso, mayor violencia y más corrupción.
Evidencias
El gobierno y sus ayayeros pretenden desvirtuar o minimizar la investigación de Ricardo Uceda (“El misterio del escuadrón de la muerte”, revista Poder, 16.11.09), los testimonios de parientes y amigos de los muertos, y la pesquisa de la fiscalía que ha acusado al coronel Elidio Espinoza y varios otros policías.
Pero las evidencias son abrumadoras: muertos con marcas de grilletes en las muñecas, autopsias que demuestran que el fallecido recibió un balazo en la nuca estando arrodillado, testigos diversos que cuentan haber visto a policías llevándose a personas detenidas que luego aparecen baleadas como si hubieran muerto en un enfrentamiento, etc. (Ver por ejemplo: “¿Taparon extrañas muertes?”, Perú.21, 3.12.09; “Tres testimonios de muerte desde Trujillo”, La República, 3.12.09; “Peru’s Fat-Stealing Gang: Crime or Cover-Up?”, Time, Lucien Chauvin , 1.12.09, “El expediente de la fiscal Rosa Vega”, La República, 5.12.09).
Razonando
Si las evidencias no fueran suficientes, basta comparar los 56 presuntos delincuentes muertos por la Policía en Trujillo en año y medio, con cifras similares para todo el país. Jamás en la historia han fallecido más de medio centenar de presuntos criminales en esas circunstancias, en ese lapso. Ni en cinco años, ni en diez años.
Lima es una ciudad diez veces más poblada que Trujillo. El equivalente sería que en año y medio mueran 560 delincuentes en enfrentamientos armados con la policía, sin que ni un solo policía sufra un rasguño. ¿Alguien podría creer eso?
Es popular
A raíz de las denuncias sobre el escuadrón de la muerte en Trujillo, un número considerable de personas se ha manifestado a favor de que se usen esos métodos para acabar con la delincuencia. Por supuesto, no opinarían lo mismo si eso les ocurriera a ellos, a sus hermanos, hijos, padres o amigos.
Sin embargo, cuando la gente está aterrada por el aumento de la delincuencia y desesperada por la incompetencia de las autoridades para frenarla, este tipo de métodos son muy populares. Mucha gente cree que es la solución.
No saben que eso se ha probado muchas veces y el resultado siempre ha sido el fracaso en disminuir los delitos, el aumento y el descontrol de la violencia y la corrupción sin límites de la policía.
Ejemplos a la vista: Río de Janeiro, muchos lugares de México, Guatemala, El Salvador.
La secuencia
El comienzo es la inoperancia de la policía para combatir el delito que no se atribuye a sus propios defectos sino a la falta de instrumentos letales. Lo que viene después es que los policías cobran dinero a empresarios y comerciantes para asesinar delincuentes, prometiendo que eso limpiará las calles de facinerosos.
Luego algunos delincuentes empiezan a pagarle a la policía para que no los maten (“protección”). Otros delincuentes con más dinero y poder, el crimen organizado –concretamente el narcotráfico-, contratan a esos malos policías para que eliminen a sus rivales y competidores. Los policías lo hacen y luego son premiados por su “eficacia”.
Después, los delincuentes perjudicados se organizan y se arman para responder, y empiezan a matar policías (de los malos y los buenos) y a sus rivales. Naturalmente, en medio de ese fuego cruzado caen muchísimos inocentes, ya sea porque los confunden o simplemente porque estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada.
La violencia se descontrola y es imposible detenerla, precisamente porque la principal institución encargada de frenarla, la policía, está involucrada en ella, ya sea directamente o por complicidad o miedo o espíritu de cuerpo.
Eso es lo que nos espera si el escuadrón de la muerte de Trujillo, que cuenta con el consistente respaldo del gobierno y de la cúpula aprista, sigue actuando impunemente.
Por Fernando Rospigliosi
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