Al iniciar mi vida universitaria, 70 años atrás, era fácil advertir un aire distinto del que había venido caracterizando nuestro bachillerato. No exagero si admito que clases y lecturas venían siempre matizadas, en el campo cultural, por cierto desasosiego. Hasta ahí muy seguros habíamos estado de nuestras convicciones. Toda la secundaria nos había permitido confirmar cuán rigurosas eran las líneas del conocimiento. En mérito de esa fe sabíamos distinguir el campo de las Ciencias y el de las Humanidades. Pero las noticias que los diarios repetían nos dejaban cierto sinsabor difícil de deglutir.
Fue entonces cuando don Claudio Sánchez Albornoz nos propuso leer unos textos de Huizinga y nos sugirió algunos temas de Dilthey. Y debo preguntarme por qué he venido a asociar estos recuerdos. Tengo presente lo firme que era para nosotros el campo de las humanidades y el de las ciencias. Y advierto en algunos colegas jóvenes y en todos los muchachos una actitud explicablemente distinta de la que presidía los años evocados. Huizinga y Dilthey eran lecturas que significaban silenciosos llamados de conciencia para mantener la fe en la actitud crítica, por un lado, y para no perder las lecciones del mundo griego, que eran un modo de salvar el campo de las humanidades.
Estamos desarrollando la primera década del siglo XXI y nos apena comprobar que en muchos círculos todavía no se ha abierto paso el nuevo concepto de las Humanidades. Hablar de un nuevo concepto del término es, en realidad, un grave error. Lo que ha ocurrido es que las humanidades están recobrando su real significación y están actualizando su valor inicial. Es en el mundo universitario donde se advierte el problema con más eficacia, y es desde ese mundo de donde debe partir nuestra llamada de alerta. A medida que el conocimiento se nos va revelando como fruto del trabajo interdisciplinario, y de que hemos venido interesándonos por el qué y el cómo como modos de la realidad, estamos volviendo a las viejas lecciones de los griegos. Es el progreso tecnológico de los últimos 50 años el que ha devuelto al mundo griego el ímpetu y el ancho dominio de las humanidades.
A la universidad correspondía trabajar, en el siglo pasado, en ese campo, y es por eso por lo que cada vez que en las discusiones pedagógicas se tocaba el tema de las “humanidades”, la esfera consultada era necesariamente la universitaria. Ahora se impone reflexionar para adquirir una idea más clara del asunto. Desde la conferencia mundial sobre Educación Superior, convocada por Unesco en 1998, se ha venido observando cómo el fenómeno de la globalización y las exigencias de la sociedad de consumo han terminado por generar en el mundo universitario, tanto como en el mundo escolar, una conciencia clara del mundo cultural. La tajante división de las disciplinas, que fue fruto de discusiones intensas de nuestra vida escolar y universitaria, se está reemplazando, claramente, por una conciencia de la interdisciplinariedad.
La escuela no puede estar ajena a esta realidad. Desde ella, el alumno debe estar preparado para saber que no hay respuestas definitivas para cada problema, que debe ser abordado desde varias perspectivas, con espíritu crítico. Hay una manera de que esto se entienda desde la esfera escolar. Basta con observar que tan importantes para la formación son el arte y los deportes, como Antropología, Matemáticas, Lingüística y Geografía. Quiere decir que antes de iniciar una especialización, el candidato debe hallarse interdisciplinariamente preparado. Estas son las razones por las que los grandes pensadores de la hora han hecho del tema su gran preocupación. Esa reflexión nos sirve, por lo pronto, para no hacer de la interdisciplinariedad un “comodín metodológico”. En el fondo, debemos reflexionar sobre el saber y sobre el conocimiento. Se trata de entender que ya no es tan fácil comprender al hombre y a la sociedad desde una determinada esquina del conocimiento. Por otro lado, para que el espíritu se vea beneficiado es necesario devolverle a la reflexión y a la crítica sus viejos y permanentes valores. El camino que nos conduce a esa nueva realidad está cruzado de disciplinas diversas.
LUIS JAIME CISNEROS
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