Por Francisco Durand
Profesor de la Universidad de San Antonio, Texas, EEUU.
Se fue el 2009, año de sicosociales estadísticos, pero al menos nos dejó una ilusión menos.
Se parece al descubrimiento de MachuPicchu. Michael Porter de la Universidad de Harvard, como antes lo hiciera Hiram Bingham de la Universidad de Yale, anunció un descubrimiento ya conocido: el Perú no tiene una estrategia nacional de desarrollo aún en términos neoliberales.
Aunque me resulta una ruina conocida, la crítica ha sorprendido. Es así porque predomina la ley del silencio y se practica la autocensura periodística La prensa suele hablar de los “empresarios de éxito” pero nunca de los fracasos.; los neoliberales criollos imaginan una revolución capitalista, aunque no hay descubrimientos tecnológicos; hablan de empresas “responsables”, pero pagan bajos salarios y pocos impuestos. Por su parte, el gobierno dice que la pobreza se ha reducido, pero las cifras son discutibles. Los libros más promocionados hablan de Mitos del Capital, Reformas Incompletas o Revoluciones Capitalistas, pero ninguno señala las consecuencias de la nueva doctrina económica y, sobre todo, del trato privilegiado al gran inversionista extranjero. Los neoliberales criollos no quieren una discusión abierta; solo propagandizar logros, y distraer la atención sobre falsos problemas.
Ocultan o ignoran la falta de oportunidades para todos, los problemas creados por la privatización apresurada, el abandono a las PYMES, el asalto a las tierras comunitarias. Tampoco hablan del gigantismo empresarial, el neolatifundismo, y la desnacionalización económica.
Estos problemas, señores de Palacio y el Club Nacional, son consecuencia del modelo neoliberal. Se mantienen incólumes porque conviene a los grandes intereses económicos predominantemente extranjeros. Con sus vastos recursos, financian elecciones. Luego fraguan acuerdos a puertas cerradas para nombrar solo a empresarios y técnicos ortodoxos en puestos claves y hacen lobby. Es de ese modo que aprueban normas sin debate ni consulta, con sesgo a favor de las grandes corporaciones y la propiedad privada. Para muestra, recordemos cómo se aprobaron los tratados de libre comercio, sea con EEUU, China o Chile; o cómo se presenta la protesta de los indígenas (causada por una decisión inconsulta generada por lobbys interesados en la Amazonía), calificados de perros del hortelano.
Cuando el profesor Porter afirmó que el Perú carecía de una estrategia económica, no faltaron las reacciones defensivas. Presto, el presidente declaró que el Perú no estaba para recibir lecciones de extranjeros. En paralelo, Richard Webb calificó la charla de “sermón” y se concentró en las inexactitudes. Webb acierta al decir que Porter erró cuando sostuvo que las empresas multinacionales solo habían comprado empresas existentes. En realidad, ha habido numerosas nuevas inversiones, aunque también compras masivas, siendo la última la de supermercados Wong. Pero Webb olvidó comentar la parte más juiciosa de Porter, quien sostiene que “cuando una inversionista extranjero piensa en una fábrica no piensa en el Perú”.
Es una verdad tan grande como Huayna Picchu. Este desinterés en el país es, obviamente, propio de extranjeros, aunque también les pasa a los peruanos que trabajan para ellos, cuyo cortoplacismo y miopía se han acentuado. Ahí está el problema y no se quiere discutir para que el país siga siendo un vagón de minerales enganchado al convoy de la globalización.
Sin embargo, el problema, termina por emerger tarde o temprano. Léase por ejemplo “La Revolución Capitalista” de Jaime de Althaus, y AmericaEconomía Perú. Ante el argumento que planteara el autor de este artículo el 2005 (“La Mano Invisible en el Estado”), que los sectores más rentables y las principales empresas estaban ahora en manos del capital extranjero, Althaus, al tratar de refutarlo, titulaba un capítulo “¿Desnacionalización económica?” para introducir la duda.
He señalado que estas tendencias las había advertido Tatsuya Shimuzu al comprobar que entre las primeras 100 empresas el 2003, las multinacionales avanzaban más rápido. El 2009 AmericaEconomía ha constatado que 266 empresas extranjeras (de un total de las 500 mayores) representaban el 47% de las ventas al 2007, y concluye, con cierta frivolidad, que existe una “supremacía extranjera”. Ahí es, precisamente, donde Porter toca la herida cuando señala la incapacidad del inversionista extranjero de “pensar en el Perú”, aunque el problema es más grave por cuatro razones: 1) si el capital nacional es menos competitivo, será desplazado más rápidamente, lo que está ocurriendo; 2) aquellos que emerjan, aún si venden a altos precios (Grupo Wong), tendrán más dificultades de colocarse en los nichos más rentables; 3) al predominar el capital extranjero, este tendrá niveles de acceso privilegiados al Estado y mayor influencia, al punto de impedir cambios que vayan contra sus intereses, 4) y para asegurar que no se interfiera con sus planes, neutralizan al Estado, cooptan a políticos y congresistas e influyen en la prensa.
El resultado general es que al estar desnacionalizados económicamente estamos más impedidos como sociedad de entendernos, dificultad que por lógica (hecho no señalado por Porter) se extiende a los peruanos que trabajan para las multinacionales y los organismos internacionales. Quizás el 2010 podamos dejar de lado la propaganda y entrar a un debate sobre los problemas causados por la aplicación de la doctrina neoliberal, que no ha demostrado ser creación heroica sino calco y copia.
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