.Por Luis Jaime Cisneros
Febrero va declinando, y algunos se preocupan de los carnavales y otros de la cuaresma. Algunos se ocupan también de los colegios. Esa preocupación mira, sobre todo, a temas de consumo: uniformes, ropa, cuadernos, libros. Sobre libros hay que reflexionar largo rato. Para muchos, se trata de un asunto vinculado con la opinión de los padres de familia. Nada tienen que ver los padres de familia con los libros de los alumnos. Los libros que la escuela recomienda revelan la calidad de la enseñanza y, por ende, la calidad de los maestros. Ni el volumen ni el precio del libro dicen sobre su calidad. Cuesta mucho entender que el libro que se recomienda tiene que estar a la altura de sus eventuales aprovechadores.
Cuando recuerdo mi primera visita al Museo Británico sentí cuánto debía espiritualmente a mis viejos textos verdes de Malet. Porque lentamente fui reconociendo todo ese mundo fenicio, por un lado; ese espléndido mundo egipcio, por otro. Y junto con esos libros, la imagen del maestro Perissé, que supo confundirse con griegos y troyanos para que nos fuese fácil movernos en ese maravilloso mundo mítico. Dos grandes libros de historia se disputaban entonces la simpatía estudiantil: los tomitos verdes de Malet y el libro rojo de Seignobos. Gran cantidad de imágenes, explicadas con minucioso interés. Más que textos para explicar la imagen, imágenes para aprender a interiorizar los textos, y breves textos para explicar la imagen. Todo en el libro obligaba a esmerarse en observar. No apuntaba a la memoria sino a la inteligencia. Todo invitaba a que nos preguntásemos por qué. Y ahí estaba el maestro que había conducido a la pregunta para ayudarnos a descubrir nosotros mismos la respuesta.
Pero no es a los libros a los que quiero dedicar mi atención mejor este domingo. Es al interés que muestran los candidatos a los temas de educación. Tengo derecho a pensar que me sería difícil proponer un encuentro para debatir el Proyecto Educativo Nacional. Podré oír adjetivos relacionados con la exigencia, la calidad, las computadoras. No espero oír nada relacionado con los valores, con la vida democrática, con la lectura como buen entrenamiento para la reflexión y el libre juicio. Por eso me ha agradado leer las declaraciones de una educadora norteamericana, experta en el campo de la educación cívica, terreno entre nosotros casi olvidado.
No todos admiten que el campo ideal de la política es la educación. Lo que hace grandes a los pueblos es lo que logran con su inteligencia. Y lo que alcanza a lograr la inteligencia se debe a lo que se ha conseguido realizar y conocer. Pueblos grandes por dimensión geográfica. Nos lo dice la historia, y nos lo confirma la realidad de que hoy somos testigos. Si un pueblo no se ve asistido por el trabajo inteligente de sus ciudadanos ni tiene cómo sentirse partícipe del concierto general de los pueblos.
El cambio irremediable al que hay que prepararse es precisamente éste en que los estudiantes han de ser los reales y verdaderos protagonistas. La gran revolución pedagógica es ésta a la que debemos enfrentarnos desde ahora. Sobre todo, ahora que estamos en época de elecciones, no debemos dejar que nos formulen promesas relativas a la educación. Los jóvenes deben comprender que el voto que deben emitir dentro de poco tiene que expresar una clara y decidida voluntad de cambio. Uno de los objetivos de nuestro sistema educativo debe ser afianzar nuestra democracia. Por eso la escuela tiene que preocuparse de entrenar para la reflexión política (sobre valores, sobre justicia, sobre libertad, sobre la verdad, contra la mentira, contra la corrupción). Los jóvenes tienen que entrenarse para leer y escuchar, condiciones necesarias para hacerse oír y para respaldar los votos que emiten con la verdad.
Si nos atenemos a cuanto los periódicos recogen de boca de los candidatos, sabemos que no habrá cambio en el sistema de educación. Y si no lo hay, nada podrá ser distinto de lo de hoy. En suma, lo que estamos anunciando es que la escuela tiene que entrenar políticamente a los estudiantes, porque ellos no son los que tienen que aprender a esperar el cambio: son los que tienen que realizarlo. La escuela debe entrenarlos a manejar el arma adecuada: la inteligencia y el conocimiento. Y los objetivos reales: la justicia, la verdad, la libertad.
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