Se dijo que por un bono especial o un aumento de salarios para policías y soldados habría un grave conflicto entre el marino Gianpietri y el presidente García, y que hasta podría haber un golpe de Estado. La frase de García ¨Nos saludamos hasta con besos¨ -con su amigo y aliado Giampietri desde tiempos de la masacre en los penales, 1986- coloca el tema en su lugar.
Como se trata de oficiales de las Fuerzas Armadas y policías, el tema de los salarios debe ser atendido por el gobierno, más aún si la amenaza de una huelga policial aparece en el horizonte, y si algunos policías pagan con el despido y la prisión su osadía de denunciar los salarios de hambre que les pagan. Si los profesores universitarios ejerciéramos nuestros oficios con armas en las manos, hace más de veinte años que la homologación de nuestros sueldos con los de los magistrados serían ya una realidad si las leyes se cumplieran y el fallo a favor del Tribunal Constitucional no fuese una especie de saludo a la bandera. ¨No hay dinero” dice el gobierno, y punto.
Si la democracia fuese en el Perú un valor arraigado, los policías tendrían sindicatos para defender sus derechos, también los oficiales, soldados, jueces, como todos los trabajadores del país. Siguen siendo tan señoriales y arcaicas las cúpula militar y policial, porque están convencidas que un sindicato es sólo una organización subversiva de los de abajo. De ahí su hipocresía para considerar como justos los reclamos de los policías y su rapidez para despedirlos y encarcelarlos por no respetar las sacrosantas normas de la corporación piramidal Un sistema democrático cabal debiera defender la universalidad de los derechos de las personas, más allá de las distancias entre los de arriba y los de abajo.
La política del estado peruano en materia salarial es una de las mejores pruebas de su ineptitud y monumental torpeza. Una simple secretaria del presidente del Congreso gana 5 veces más que un profesor emérito de San Marcos, 8 veces más que un policía y 18 veces más que una trabajadora con sueldo mínimo. Esta es la realidad que alimenta la frustración, rabia y futura violencia que se respira en el país. Por otro lado, la distancia que separa los salarios de las cúpulas militares y policiales, de los que reciben oficiales de rango inferior y de los policías, es también muy grande. Sus complementos de salarios con galones de gasolina que se venden en un mercado especial son una muestra del elevadísimo grado de corrupción y vergüenza institucionalizadas dentro del Estado. Si se toma en cuenta las comisiones por gastos en compras de armamento, uniformes y hasta en el rancho de los soldados, la corrupción se multiplica.
Para cambiar esta política estatal de salarios habría que producir un cambio sustancial en el manejo de la economía. Volveré sobre este punto el próximo sábado. Entretanto, no nos conformemos con el argumento “El Estado no tiene dinero”. Sí lo tiene, depende para qué y para quienes. Y podría tener mucho más.
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