Por Edmundo Murrugarra Florián
Por dos veces en el curso del año pasado, el presidente Alan García alternó con presidentes y jefes de gobierno de potencias mundiales hegemónicas, económica y culturalmente. Como Jefe de un Estado subordinado expresa una aspiración de los pueblos del Perú. Pero, ¿respaldamos esa aspiración con lo que venimos haciendo en nuestra educación? Porque en la educación se preparan los equipos y líderes que compiten en primera división mundial.
Empecemos por el Congreso. Allí la responsabilidad es compartida por la representación política plural. Desperdicia nuevamente la oportunidad para superar la marginación y desprestigio en que nuestra cultura oligárquica rentista tiene a la educación productiva, técnica y científica. Se niega a aplicar el Proyecto Educativo Nacional que aconseja una sola ley de educación superior para permitir a los estudiantes el tránsito fluido entre la vida productiva y la producción de conocimientos. Entre la universidad, teóricamente encargada de producirlos, y su aplicación a la producción de bienes, servicios y creaciones artísticas, tarea que debería cumplir una educación técnica superior de calidad.
¿Y el Ejecutivo? Su medida estrella ha sido vender a la opinión pública como una gran reforma lo que es una tradicional y perversa forma de evaluación de maestros. Cuestionarios que se centran en recuperar información memorizada es consolidar en la conciencia ciudadana, en los maestros y en los estudiantes la negativa tradición libresca y memorista de nuestra educación. Y como solución pide a cuestionadas universidades que hagan con ellos más de lo mismo. Se niega a evaluar el desempeño laboral del docente, tal como manda desde hace 25 años la ley de profesorado. Y desoyendo al Proyecto Educativo Nacional, que plantea vincular la aprobación de evaluaciones de desempeño con el ascenso de nivel y aumento de la remuneración, apresuró una ley que rompe ese vínculo.
Ahora plantea cambios en el currículo, o sea en las competencias que deben lograr los estudiantes. Un cambio de tanta importancia lo hace, sin embargo, con dos graves fallas. No hay evaluación ni estudios de logros y carencias del currículo vigente. Y, contra el reglamento de la ley, pretende hacerlo con un mero ademán de consulta a los actores educativos. Y al Consejo Nacional de Educación suele informarle solo unos días antes, cuando según la norma tiene que buscar su participación activa en todo el proceso.
En cuanto al fondo, contradictoriamente propone cambios innovadores al lado de graves retrocesos. Un ejemplo: propone que la educación básica dote a los estudiantes con una cultura productiva emprendedora. Acierto que se hace eco de esa revolución cultural que por 50 años llevan a cabo nuestros pueblos contra la cultura aristocrática rentista. Sin embargo, cede a la presión conservadora y lejos de avanzar en articular las disciplinas a los procesos productivos para no aburrir a los estudiantes, ofreciendo significación y utilidad a los contenidos, la propuesta inicia la vuelta a los tediosos cursos separados.
La Ley General de Educación y el Proyecto Educativo Nacional ordenan y aconsejan un currículo intercultural que libere y fortalezca nuestra diversidad cultural, que maravilla al mundo. El cambio propuesto tiende a quedarse en el monoculturalismo. Y ni hablar de presupuesto. Aprendamos, pues, de los países que vinieron a la APEC convertidos en potencias. Son los que lograron añadir alto valor y competitividad a su oferta, gracias a conocimientos y competencias que produjeron sus cambios educativos.
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