Uno de los pasajes más hermosos de La Odisea se produce en el Canto VIII cuando Ulises/Odiseo, huésped del rey Alcinoo en la corte de los feacios, escucha al aeda Demódoco recitar ese fragmento de La Ilíada en el cual el propio Ulises y Aquiles se pelean en un banquete que Agamenón brinda a los dioses. Por dos veces consecutivas –nos dice el poema homérico– Ulises, que no ha dado su nombre a los feacios, se cubre la cabeza con el manto “porque no quería que lo viesen llorar”. Alcinoo, que escucha sus gemidos, cree que su huésped se ha incomodado, suspende el canto y ordena pasar a unos juegos deportivos.
La situación descrita es sumamente compleja. Acaso por primera vez en la historia de la literatura occidental se produce la figura llamada “puesta en abismo” y un personaje de una obra literaria se reconoce en la imagen que de él se da en otra (ocurre también en la segunda parte de El Quijote, en la que el genio de Cervantes hace que muchos de sus personajes –por ejemplo, los duques– hayan leído la primera y sepan de las andanzas de don Quijote y Sancho).
Pero esta audacia que apreciamos ahora como un anticipo de modernidad no ayuda a comprender el dramatismo de la situación. ¿Por qué llora Odiseo? George Steiner en Lenguaje y silencio adelanta una explicación: “Para los que escuchan a Demódoco, las disputas entre Ulises y Aquiles están muy lejanas y poseen la muda irradiación de la leyenda.
Para Odiseo están insoportablemente cercanas, pues está tanto dentro como fuera de lo que de Troya se canta. Oyendo que se habla de él, sabe que ha penetrado en el reino de lo legendario y lo muerto. Pero es también un hombre vivo que quiere retornar a Ítaca, y contempla Troya como trágico recuerdo”. Por: Federico De Cárdenas
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