Por Juan de la Puente
Una garra aparecida, reaparecida, del dictador Francisco Franco parece haber derribado al juez global Baltasar Garzón. La impunidad está de fiesta. Dictadores, terroristas y corruptos tienen, por lo menos, un minuto de más de aliento. El Consejo General del Poder Judicial de España, primo de nuestro Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), suspendió el viernes a Garzón dos días después de que un vocal supremo le iniciara un juicio oral por investigar los crímenes del franquismo.
La antimemoria se ha impuesto, por ahora, a la memoria. Garzón fue llevado al banquillo por el sindicato fascista Manos Limpias –lo intentó otras 18 veces por otras causas– luego de que en octubre del 2008 el juez se declarara competente para investigar la desaparición de 114,266 personas y el secuestro de miles de niños por Franco y otros 34 jefes que se levantaron contra la República Española en 1936. El juez amparó así las denuncias de las Asociaciones de la Memoria Histórica.
La decisión de Garzón fue jurisdiccionalmente impecable y procesalmente audaz. Se amparó en las leyes nacionales y en la jurisprudencia internacional para proveer las denuncias de los familiares de las víctimas del franquismo por crímenes contra las leyes y costumbres de la guerra y leyes de la humanidad. Luego, solicitó los certificados de defunción de 35 personas a efectos de declarar la extinción de responsabilidad penal por fallecimiento, aunque no renunció a autorizar la exhumación de cadáveres de 19 fosas comunes.
Después de pocas semanas, no obstante, cerró las diligencias, declarando extinguida la responsabilidad de varias personas por haber fallecido, derivando el caso al 62 juzgado territorial. En su proceder aparecía claro que su propósito no era la venganza sino el derecho a la verdad de los familiares de las víctimas y la memoria compartida sobre el horrendo episodio de la guerra civil española.La ultraderecha española fue amparada por la mayoría conservadora del Tribunal Supremo y de la Fiscalía de la Audiencia Nacional, quienes echaron mano a argumentos increíbles. Asumieron que los delitos de lesa humanidad denunciados no estaban en vigor cuando se produjeron los hechos y que, en todo caso, les sería aplicable la Ley de Amnistía de 1977, razonando como hace 10 años razonaban los derrotados tribunales pro impunidad en América Latina.
En el extremo, el vocal supremo Luciano Varela –que parece a Garzón lo que Salieri a Mozart– procesó al juez por prevaricato. Como se sabe, esta figura consiste en que un juez falle a sabiendas de que su decisión es contraria al derecho. En el caso Garzón, el tiro parece haberles salido por la culata; se han convertido en prevaricadores universales.
La parte más oscura de la España democrática ha salido de la noche. Y lo ha hecho con saña, al extremo que ni siquiera dejó que Garzón sea reasignado a la Corte Penal Internacional.
Parece muy vigente nuestro César Vallejo en esta hora, con sus versos adoloridos en “¡Cuídate España, de tu propia España!”, alertando: ¡Cuídate del que come tus cadáveres, del que devora muertos a tus vivos! O cuando en “España aparta de mi este cáliz” advertía: ¡Niños del mundo, está la madre España con su vientre a cuestas; está nuestra maestra con sus férulas, está madre y maestra, cruz y madera, porque os dio la altura, vértigo y división y suma, niños; está con ella, padres procesales!
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