Por Luis Jaime Cisneros
Como no he terminado de leer la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el caso Universidad Católica-Arzobispado de Lima, y como no la leo como abogado sino como filólogo, necesito todavía tiempo para meditar lo que ahí se dice y, sobre todo, tiempo y paciencia para lamentar cómo se dicen ahí las cosas que se dicen. Prefiero conversar sobre un tema que se relaciona con lo que hacemos en la universidad. Mi vínculo con la universidad se inicia en 1939. Lo recalco para precisar cómo ha ido cambiando en mi manera de leer los textos; en mi manera de criticarlos; cómo me he visto obligado a afirmar sobre algo lo que antes negaba y, a la inversa, cómo sé ahora las razones por las que niego lo que antes afirmaba con énfasis y emoción. La distancia entre teoría y hechos es algo que ha ido madurando al mismo tiempo que iba exagerando el progreso de las ciencias. Por eso me agrada discutir con quienes, para defender la absurda manía de generar más universidades, exponen una triste idea del método, son incapaces de asumir el esdrújulo hermenéutico y se sonríen, displicentes, cuando me oyen hablar de los griegos.
Lo que más le cuesta a mucha gente es comprender que los métodos que ayer nos sirvieron para asumir el mundo científico ya no nos son útiles. Lo que una metodología debe ofrecer hoy en esta hora de mundo a los estudiantes es una facultad para optar a fin de no hacer lo que otros hacen ni decir lo que otros dicen. Optar es el gran acontecimiento, la gran alternativa. Optar implica admitir alternativas, entre las que podemos elegir. Optar revela la existencia de un contexto social en el que conviven interpretaciones y soluciones diferentes. Si admitimos la posibilidad de optar estamos reconociendo la existencia de diversos modos de vida. La memoria nos resulta ahora menos útil que la inteligencia. Hermenéutica es una palabra en cuya vigencia debemos pensar cuando hablamos de crear una nueva universidad. Se trata de una casa en que debemos aprender a comprender e interpretar. Una casa en la que debemos aprender a buscar la verdad.
A mucha gente le preocupa, cuando la ponemos al corriente de esta realidad, si lo que deben reformarse son los métodos o las disciplinas. Deben eliminar esa preocuapción. Lo que en realidad debemos hacer es preparar a los estudiantes para ser testigos de los desacuerdos entre la teoría y los hechos. Así lo pondremos en el camino correcto. Es verdad consagrada que no existe teoría que explique todos los fenómenos de su propio campo de especulación. Hay que aprender a perder el miedo al error y a la dificultad, porque ese es precisamente el campo en que la ciencia puede ir avanzando. Hay que volver a darle a la hipótesis la fuerza conductora que tuvo. Los griegos avanzaron con hipótesis, como si la teoría fuese correcta, porque trabajaban con aproximaciones. Si el científico no se acostumbra a trabajar con aproximaciones no avanzará nunca. Por eso tiene razón Feyerband cuando explica que “una teoría debe ser juzgada por la experiencia y debe rechazarse si contradice enunciados básicos aceptados”. Y agrega seguidamente que esta clase de requisitos “son tan inútiles como una medicina que cura a un paciente sólo si está libre de bacteria”.
Poca importancia asignó el colegio a la imaginación cuando se trataron asuntos “científicos”: la intuición de los estudiantes no se tuvo en cuenta como instrumento pedagógico. El gran humanista Buckminster Füller enfatizaba la buena impresión de la capacidad intuitiva de los muchachos carentes de formación científica, y destacaba cómo los artistas utilizan su capacidad imaginativa “para realizar formulaciones conceptuales”. Y a ese respecto, recuerda una experiencia realizada en Massachussets, en el MIT. El profesor Kepes “tomó fotografías en blanco y negro de tamaño uniforme en las que se veían cuadro no figurativos de muchos artistas. Los mezcló con fotografías en blanco y negro del mismo tamaño tomadas por científicos, que incluían todo tipo de fenómenos visibles a través del microscopio y el telescopio”. Luego, Kepes seleccionó algunas con sus alumnos: no se podían distinguir cuáles pertenecían a los artistas y cuáles a los científicos. La universidad nos prepara hoy para ser protagonistas de lo que ayer solamente éramos testigos.
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