Por Augusto Álvarez Rodrich
Aunque no lo crea, la corrupción no es monopolio aprista.
Sería un error, y mentira flagrante, coincidir con Nidia Vílchez o Aurelio Pastor en que el Apra no pasa por una seria crisis que ha sido reconocida hasta por el presidente Alan García, pero también constituiría una equivocación suponer que el problema central del principal partido político peruano es la situación judicial de sus dos tan flamantes como prontamente desgastados secretarios generales.
Para todos –apristas o no– debiera ser claro que las acusaciones a Jorge del Castillo y Omar Quezada solo son expresión que, como punta de iceberg, permiten apenas avistar el problema mayor del papel que cumplen –o no– los partidos políticos, así como el motivo de muchos que se meten en sus filas.
Sin caer en generalizaciones pues, sin duda, hay gente con sincera vocación de servicio, me temo que hoy no es exagerado sostener que los partidos se han convertido en refugio de delincuentes que, con el camuflaje del interés de la nación, buscan llenarse el bolsillo ilegalmente a costa del sector público.
El destape reciente de escándalos que ahogan la imagen del Apra –o que confirman lo que muchos creían– son ejemplos de que algunos de sus miembros se han dedicado, literalmente, a lotizar el país para convertirlo en patrimonio personal.
Trafas con terrenos de Cofopri; construcción sospechosa de plantas de tratamiento; abogados como Alberto Químper que, con el paraguas aprista –pero hace poco con el de Perú Posible, se mueven con fluidez por la alcantarilla burocrática y judicial; lobistas que de hobby son ministros, son algunos ejemplos de peruanos que se meten a un partido para usarlo como palanca para elevar su patrimonio financiero e inmobiliario.
Sin embargo, sería un error creer que la corrupción es –como hoy muchos repiten– un fenómeno estrictamente aprista. Quizá sean más ‘profesionales’ en el chanchullo pues el Apra es un partido con tradición y más organización, pero, la verdad, la sufren todas los partidos y, además, recorre la historia peruana como lo demuestra un libro horrorosamente estupendo como Corrupt Circles, de Alfonso Quiroz, que ya se debería haber traducido para que se pueda leer –con espanto– en el Perú.
Es algo tan errado como creer que la corrupción se combate, como hoy, con medidas aisladas que se improvisan cuando el gobierno debe limpiarse el salpicado del nuevo escándalo.
Para decirlo claro y directo, los partidos políticos se han convertido en espacios a los que recurren delincuentes que roban con la coartada del servicio público.
Esto explica también por qué estas entidades han perdido la capacidad de cumplir la misión para la que supuestamente existen: intermediar las demandas sociales con el fin de alcanzar respuestas guiadas por el interés social en lugar del particular como lamentablemente ocurre ahora.
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