Por Nelson Manrique
La discusión sobre el desfile de Fiestas Patrias debiera revisar cómo se construye la historia patria y la relación entre civiles y militares. Tradicionalmente, el desfile militar –y su réplica escolar, el desfile militarizado de los estudiantes– constituye el núcleo de la celebración de nuestras Fiestas Patrias. Pero no existe ninguna razón por la que deba identificarse la Nación con sus institutos militares y a estos como los tenedores monopólicos del patriotismo. Que así suceda es una consecuencia del peso del militarismo en el Perú.
Basta revisar la historia para constatarlo: a lo largo de todo el siglo XIX sólo tuvimos dos presidentes civiles: Manuel Pardo en 1872 (que se pasó sus 4 años de gobierno debelando intentos de golpe militar) y Nicolás de Piérola en 1895, que llegó al poder gracias a una guerra civil. En el siglo XX estuvimos bastante más tiempo bajo el gobierno de militares y de regímenes cívico-militares que de gobiernos civiles. Un detalle que ayuda a entender nuestra derrota en la guerra con Chile es que mientras que entre 1821 y 1872 el Perú fue gobernado exclusivamente por militares Chile vivió hasta la guerra bajo gobiernos constitucionales, sin un solo golpe militar.
La Independencia del Perú sólo pudo conseguirse gracias a la intervención de dos ejércitos extranjeros, dirigidos por San Martín y Bolívar, respectivamente. Los peruanos que participaron lo hicieron o incorporándose en uno de estos ejércitos foráneos (se les sentía tan extranjeros que en 1826 se hizo una insurrección para obligar a las tropas de Bolívar a irse del país) o formando destacamentos irregulares, como las guerrillas de la sierra central. Pero nuestras conmemoraciones patrias presentan la Independencia como un logro de las fuerzas armadas peruanas, mientras que se excluye a las guerrillas y sus integrantes de la memoria oficial.
Revisemos la conmemoración patria de la mayor potencia militar del mundo: los Estados Unidos. Las fuerzas armadas de los EEUU han ganado dos guerras mundiales y son el más grande poder militar de la historia de la humanidad. Pero allí a nadie se le ocurriría celebrar su día nacional con un desfile militar. Para los norteamericanos la conmemoración del 4 de julio tiene el sentido de una gran fiesta popular, con representaciones festivas que recrean episodios históricos de la guerra de la Independencia, en las que marchan hermanados los soldados junto con los guerrilleros que realizaron esa gesta. Se trata, ante todo, de la reafirmación de la idea de que la construcción de la Nación es una tarea de todos y que los militares no tienen el monopolio del patriotismo. Por algo desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido un solo golpe militar en los países desarrollados. Huelgan las comparaciones. No hay pues razones históricas que justifiquen el papel que se otorga en el Perú a lo militar en la conmemoración de la fiesta nacional.
La razón que subyace a esta manera de representarse el patriotismo es la pretensión de que las FFAA son “instituciones tutelares de la Patria”, una fórmula repetida una y mil veces en los discursos oficiales. Este discurso fue muy útil para utilizar a los militares para mantener apartados del poder al APRA y el PC, cumpliendo el papel de “perro guardián de la oligarquía”, según recordó Juan Velasco Alvarado en un discurso.
Tutela, de acuerdo al Diccionario de la RAE, es la autoridad que se confiere a alguien “para cuidar de la persona y los bienes de aquel que, por minoría de edad o por otra causa, no tiene completa capacidad civil”. A ese nivel de minusvalía se reduce a la Patria en este discurso patriotero. Y si ya es disparatado pretender que la Patria debe ser tutelada lo es aún más pretender que son las FFAA las llamadas a ejercer una tutela sobre la institución política por excelencia, cuando, de acuerdo a la Constitución, ellas son una institución apolítica (Art. 169°).
Una relación saludable entre civiles y militares sólo es posible allí donde el poder militar se subordina al poder civil, como manda la Constitución. Lo demás es tener espíritu de rabonas.
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