Alberto Adrianzén
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Han pasado dos meses de la asunción presidencial de Ollanta Humala y cabe preguntarse si lo que viene sucediendo con la derecha política –atrincherada en algunos medios de comunicación y en el fujimorismo– es el anuncio de lo que será en el futuro. Porque, en verdad, su comportamiento en todo ese tiempo, además de lamentable, nos dice que nada bueno podemos esperar de ella.
El comportamiento de un sector, dizque liberal, que se esconde bajo las sotanas de una iglesia por lo demás conservadora; que moviliza a sectores fundamentalistas para atacar a funcionarios de este gobierno por el solo hecho de pensar diferente; que embiste contra ministros de una manera mentirosa, nos anuncia que nada será fácil. Esa derecha, que Ludolfo Paramio llama la “derecha rabiosa”, nos dice también del carácter conservador de la misma.
Asuntos como los de la universidad católica, el aborto terapéutico y otros temas similares son, en verdad, relevantes si se quiere cambiar el hoy sentido conservador de una parte de nuestra sociedad. Combatir esta suerte de sentido común, que esta “derecha rabiosa” defiende a sangre y fuego, no solo es bueno para el gobierno sino, incluso, para un liberalismo peruano que vive atrapado entre un temor reaccionario hacia las clases populares (particularmente si son andinos) y una hegemonía católica conservadora tan bien expresada en estos días por el cardenal Juan Luis Cipriani. Por ello, siempre he creído que el neoliberalismo peruano es una simple coartada de una cultura oligárquica que se niega a morir pese al avance de la modernidad y de la modernización en nuestro país.
Porque resulta hasta cómico ver cómo estos sectores (Correo, Expreso y La Razón,) defienden lo que Giovanni Sartori califica como las principales amenazas a la democracia: la cruz y la espada. Patrocinan tanto un catolicismo decimonónico trasnochado como un militarismo que lleva por bandera la impunidad. Llamarse o autoproclamarse liberal y defender al Vaticano, incluso contra las leyes peruanas, no es solo un contrasentido en estos tiempos sino también una farsa política. En verdad, una estafa que nada tiene que ver con un auténtico liberalismo.
Sin embargo, ya conocemos sus objetivos: por un lado, “toledizar” a Ollanta Humala, es decir, hacer depender la popularidad presidencial de las carátulas o primeras planas de algunos medios y, por otro, definir una nueva composición de este gobierno mediante campañas contra lo que podemos calificar de sector “progresista” (ellos lo llaman “caviar”). Por eso, salen de “caza” casi todos los días buscando a su víctima para “liquidarla” políticamente. Lo que buscan es que “rueden cabezas” de funcionarios progresistas de este gobierno en un plazo corto.
Y si bien la lista es más o menos larga, las principales “víctimas” han sido: Ricardo Soberón, la ministra de la Mujer, Aída García Naranjo, y su entorno de asesores como viene sucediendo en estos días; Susana Chávez, asesora en el ministerio de Salud por ser una defensora de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; el canciller Rafael Roncagliolo y hasta el mismo Presidente y su esposa.
Lo que pretenden, en última instancia, es establecer un pacto con la derecha económica –que ahora está negociando con el gobierno– sobre la base de que pueden ser “útiles” a sus intereses. Para ello tienen que mostrar toda su “artillería” y lo que podemos llamar “toda su capacidad de fuego”. Por eso la exageración y el disfuerzo político de estos días.
En este contexto, el dato más importante de estas primeras semanas es, acaso, esta suerte de división entre una derecha económica pragmática y una ultraderecha política (y mediática) extremadamente ideologizada y mentirosa que camina, así lo esperamos, a su autoaislamiento. Se puede afirmar que un resultado de estos dos meses de gobierno de Ollanta Humala, entre otros, es la fisura, después de muchos años, de la propia derecha. Y eso es bueno.
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