Por Antonio Zapata
El 16 de setiembre de 1542 se peleó la batalla de Chupas entre los leales al Rey, comandados por Cristóbal Vaca de Castro, contra los rebeldes, conducidos por Diego de Almagro el Mozo, quien fue derrotado y posteriormente ajusticiado. Fue la batalla más sangrienta de las guerras civiles entre conquistadores, habiendo sido muertos o malheridos más de la mitad de los participantes. En las colinas que rodean la pampa estuvieron apostados numerosos indígenas, que hicieron fiesta durante la lucha y al caer la noche, remataron a los heridos, saqueando los escombros en medio del regocijo general. Los españoles se habían matado entre ellos.
En Chupas desapareció el bando almagrista, que venía en picada, puesto que no había hallado nada interesante en Chile y se había enfrascado en un duelo a muerte con los Pizarro. Poco antes, en la batalla de las Salinas, Hernando Pizarro había derrotado a Diego de Almagro el Viejo y lo había ajusticiado. Como venganza, los almagristas asesinaron a Francisco Pizarro en junio de 1541; proclamaron como gobernador a Almagro el Mozo y desataron una feroz represión contra los partidarios del Marqués, quienes se habían hecho increíblemente ricos en breve tiempo.
Almagro el Mozo era mestizo, hijo de amerindia panameña y heredero legal de su padre, el socio de la Conquista. Tenía apenas 20 años y al comienzo fue una figura menor dirigida por los viejos capitanes de su padre. Pero, en el curso del año que le tocó actuar, culminó destacando y combatiendo con ardor y eficiencia en Chupas, no obstante su derrota. Luego, huyó para intentar llegar al campamento de Manco Inca, pero fue atrapado en el Cusco y condenado por traición. Fue el primer mestizo que gobernó el Perú y habrían de pasar 300 años para encontrar otro caso.
Por su parte, Vaca de Castro era un juez enviado por el Rey a Sudamérica, dotado de amplios poderes para enfrentar las guerras civiles entre españoles. Su bando fue creciendo y se le sumaron numerosos conquistadores; la bandera del Rey era poderosa y la lealtad a España era superior a los odios entre las facciones.
Ambos ejércitos se encontraron en Chupas, que es una pampa alta y verde, situada cerca de Huamanga. Vaca de Castro tenía 700 hombres y su principal fuerza era una caballería numerosa y de calidad. Pero Almagro el Mozo había reunido hasta 600 combatientes y disponía de artillería y arcabuceros. El jefe artillero era el célebre Pedro de Candia, quien había participado en la captura de Atahualpa. Pero ocurrió que, comenzada la batalla, los tiros iban muy elevados, sin hacer daño a las tropas leales al Rey, que continuaban su marcha. Almagro se enfureció; personalmente asesinó a Candia y dirigió la artillería que hizo mella entre sus enemigos.
Esa muerte culminaba un largo proceso de disensiones internas y sospechas de traición, que habían minado el campo almagrista.
Mientras que, los conducidos por Vaca de Castro estaban férreamente unidos, porque eran los pizarristas decididos a vengar la muerte del Marqués y recuperar el control del Perú. Este campo manejaba una política de promesas y amenazas que diariamente le traía refuerzos.
La batalla fue feroz y se libró en dos horas antes de la oscuridad; a las ocho de la noche estaba consumada la derrota de Almagro el Mozo. Los restos de los caídos en Chupas fueron sepultados en la cripta de la iglesia más antigua de Huamanga. Del joven Almagro dijo Garcilaso: “si hubiera sido leal al rey habría sido el mejor mestizo que habían parido estas tierras americanas”.
En el Perú, nunca ha sido fácil enfrentar a los de arriba, puesto que los poderosos siempre encuentran cómo sembrar discordia entre los partidarios del cambio. Desde Almagro el Mozo hasta Ollanta Humala, ciertas actitudes se repiten cuando los cholos pretenden cambiar el curso de las cosas.
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