Por Eloy Jáuregui
La existencia más desgarradora de un poeta peruano la vivió en sus cortos 31 años Carlos Oquendo de Amat. (Puno, 1905 - Guadarrama, 1936). Qué no le pasó. Qué no le hicieron. De 1973 es una foto donde aparecen los poetas Jorge Pimentel y Arturo Corcuera frente a su tumba en España. El retrato tiene el signo del dolor, como si debajo de la tierra, Oquendo siguiese sufriendo. Pero no para su tormento. Leo en La República (19/04/10) una nota escrita por Liubomir Fernández, donde se denuncia que el INC, filial Puno, anulaba la resolución que declara la casa del poeta –en pleno centro de la ciudad, Jr. Moquegua 431– como patrimonio cultural monumental. Que hoy es sitio de un restaurante de menú económico para edificar ahí un hostal.
Sí, como advierte Tulio Mora, este es el país de las grandes oportunidades perdidas y sus mejores hombres son inválidos o los asalta la muerte prematura: Mariátegui, Oquendo de Amat, Vallejo, Heraud, Arguedas, Flores Galindo. Ese sino es permanente en las letras peruanas. Es sabido que el padre del poeta, el médico Carlos Oquendo Álvarez, instaló su consultorio en ese inmueble y que en otra época sirvió también como los talleres del periódico El Siglo. Pero aquí viene la cosa, como me contase José Luis Ayala, el poeta que mejor conoce la vida y obra de Oquendo. Como el Dr. Oquendo había enfrentado a terratenientes locales y al clero reaccionario, quienes lo tildaron de ser un liberal doctrinario y masón confeso, lo atacaron y hasta mandaron quemar el local. Por aquella razón, en 1908, el médico Oquendo y toda su familia se ve obligado a abandonar Puno.
Pero quién es Carlos Oquendo de Amat y por qué tanto alboroto. Simple, es nuestro poeta vanguardista por antonomasia. Escribió un solo libro: “Cinco metros de poemas” con 18 poemas. Sus analistas consideran que es: “un libro tan vivo y actual, lúcido y torrencial, cineástico y sintético que sigue irradiando su sobrecogedora belleza”. Es pues un libro acordeón. Con páginas desplegables horizontalmente, que se extienden como una película. Y Acaso no influyó en el “Pez de Oro” de Gamaliel Churata. Cierto y no lo dudo. Y vaya, no es poca cosa.
Tengo en mis manos la edición facsimilar publicada por la Municipalidad de Lima en 1983 y con prólogo original de Alberto Tauro. Es un libro entrañable, lo leo cuando estoy así o asá. En su tercera página el poeta nos advierte: “abra el libro como quien pela una fruta”. Y es cierto. Este breve ramillete de poemas estuvo olvidado largos años y fue gracias a Carlos Meneses, Omar Aramayo, el mismo Ayala y a Mario Vargas Llosa –preparó un hermoso discurso al obtener el Premio Rómulo Gallegos– que dignificó una vida sobrecogida por la soledad y la y miseria, que es hoy un retrato mítico de la vida de un auténtico artista.
Respecto a su casa, después de casi una centuria, indigna que termine siendo un hostal. Yo del INC no hablo. Para huachimanes de momias, ya hay suficientes. Pero me indigna esa falta de aprecio por la poesía de la burocracia enquistada en esas oscuras oficinas donde, supongo, están cómodos los fantasmas de Kafka. Los intelectuales puneños han puesto su grito en el cielo. Es justo decirlo. Yo me adhiero. Pero no le quiten su casa al poeta porque lo seguirán matando.
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