miércoles, 23 de septiembre de 2009

ECONOMÍA Y ECONOMISTAS

Mientras el mundo se repone –a medias– de la crisis financiera, ya se conoce la identidad de las primeras víctimas colaterales de la crisis misma: ¡los propios economistas! Es un mal chiste, una distancia, una actitud irónica, pero bueno es saber que eso se chismea. No proviene de algún vociferante orador de los que por aquí abundan, que no terminan de meterse en la cabeza que la URSS ya no existe, sino que lo sostiene The Economist. De todas las burbujas que han estallado en los últimos meses, la más espectacular es cómo se ha desinflado la reputación misma de la economía. Los ataques más virulentos contra la sapiencia económica provienen de ¡los economistas mismos! Un ejemplo entre muchos, Paul Krugman, premio Nobel 2008. La gran mayoría de los trabajos de macroeconomía de los últimos 30 años son espectacularmente inútiles o, peor, nocivos. Pobre teoría clásica standard. ¿Unos actores racionales, o sea que saben calcular, buscando maximalizar sus intereses y tomar las buenas decisiones? En los mercados de Wall Street y de la City londinense, los que hundieron el sistema con riesgos ocultos (la burbuja inmobiliaria, entre otras) fueron los mismos hombres de negocios. Leyendo los grandes diarios y revistas del mundo, lo que se tiene es un horizonte de ásperas preguntas.

¿Cómo es posible que una burbuja inmobiliaria, localizada en California, Miami, Michigan, haya terminado por ser una catástrofe financiera en Islandia? (Krugman) ¿Por qué los contribuyentes deben pagar el rescate financiero? (Rogoff). Un Nobel de economía, Myron Scholes, ironiza, una cosa son los modelos, otros los que los utilizan. De pronto, una disciplina que parecía planear por encima de las sociedades, el poder, las ideologías, el hombre mismo, pide socorro a otras disciplinas. Hoy viste mucho recordar que toda economía es un saber construido, social. Y que sería preciso entonces acompañar el saber económico con otros saberes: socioeconomía, sociocultura. E incluso, neuroeconomía.

En los dos lados del Atlántico se desempolvan viejos maestros, Karl Marx, Max Weber, Durkheim. Ya nadie puede sostener que los mercados se autoorganizan espontáneamente. El Estado americano intervino para que surgiera Silicon Valley y también Internet, al inicio un sistema de comunicación en caso de guerra nuclear.

Todo esto para decir que esa inmensa polémica internacional nos está pasando inadvertida. Se está revisando –afuera– hasta los cimientos de un saber que aquí, entre pereza y provincia, daban muchos por establecida. El capitalismo es un poderoso animal que se ha ido renovando por “autodestrucciones creativas” (Schumpeter). Pero eso, el mundo, no nos interesa mucho. No tenemos prensa ni atención sino para el ministro que metió la pata al callar parte de sus vínculos profesionales, o para el candidato que llama “cabrón” al jefe legítimo del Estado.

¿Es mucho decir que la cultura no acompaña nuestro diario vivir? Sostengo que la Lima de hoy es menos culta que la que vivió la crisis del 29. Hoy un alcalde de Miraflores se permite negar Hyde Park a la Feria del libro. De paso, aprovecho el sumarme a la protesta de la doctora Cecilia Bákula. Algo tienen que decir el INC, el Archivo Nacional y la BNP sobre la defensa del patrimonio, su ley, y su revisión. Quiero decir que nos está faltando cultura en un momento grave de nuestra situación y del mundo. Llamo cultura a una disposición por dejar espacios libres, urbanos por un lado (¡toma, Masías!) y por el otro, la cultura como conexión activa con lo real. Eso nos falta, inmensamente. Modestia, tolerancia. Flujo de ideas. Me pasma el número de revistas culturales en España (www.revistasculturales.com) y a Presencia Cultural, de Ernesto Hermoza, la única crónica de actividad cultural, siguen castigándola. Cada nuevo gerente, como un lobo, deja su marca removiendo horarios

Por Hugo Neyra

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