domingo, 14 de febrero de 2010

NEUTRALES

.Por Nelson Manrique

Martín Tanaka, comentando mi artículo “La objetividad” (La República, 7/2/10), plantea algunas objeciones importantes: “Manrique –escribe Tanaka– plantea una discusión sobre el justo medio, y la plantea mal: el justo medio desde Aristóteles no es asumir equidistancia entre las posiciones ‘existentes en plaza’. Es buscar la posición correcta entre extremos definidos en el terreno teórico, o principista”. (M. Tanaka, “‘Objetividad’ y Ciencias Sociales”, 1/2/10).

En mi artículo, al criticar la opción del “justo medio” me refería a los investigadores que adoptan una posición que “consiste en declararse ‘neutral’ frente a aquello que se estudia” para situarse, desde esa opción, en relación con los temas que constituyen el motivo de los debates de su disciplina: “quien escoge el término medio asigna una posición a las ideas existentes en plaza (radicales o conservadoras, progresistas o reaccionarias, etc.) para luego buscar ubicarse en una posición equidistante de ellas”.

Supongo que queda claro que me refiero al “justo medio” entre las posiciones teóricas existentes y no a las cualidades personales de los investigadores.

Cuando Tanaka se remite a Aristóteles para responderme equivoca los niveles del debate. El tema que Aristóteles aborda en la Ética a Nicómaco (de la que Tanaka ha extraído sus reflexiones sobre el “justo medio”) es el de la búsqueda de la felicidad a través de la virtud, mientras que el tema que planteo es otro: la construcción de conocimiento. En la Ética... Aristóteles no busca, como sostiene Tanaka, “la posición correcta entre extremos definidos en el terreno teórico”, porque no está discutiendo sobre la teoría y su método, sino propone una guía para la vida virtuosa –que para él es la forma de alcanzar la felicidad– a través de crearse el hábito de seleccionar las opciones vitales guiándose por virtudes éticas definidas con relación a excesos y defectos: justicia, valor, prudencia, etc. Para discutir sobre la epistemología en Aristóteles habría que remitirse al Organon.

Que un investigador posea las virtudes que Aristóteles ensalza seguramente lo convertirá en un magnífico ser humano (y por supuesto me encantaría ser su amigo), pero esto no tiene relación con el tema de la producción de conocimiento, como podrían testimoniarlo Martín Heidegger y Karl Schmidt, grandes teóricos –filósofo uno y politólogo el otro– cuyas simpatías por el nazismo no los convierten precisamente en un ejemplo de ejercicio de las virtudes aristotélicas. Así que lamentablemente un investigador éticamente cuestionable puede hacer aportaciones valiosas, mientras que un dechado de virtudes éticas no necesariamente será un gran investigador.

Tanaka me hace una seria acusación: “Manrique cae en el viejo vicio de caricaturizar las posiciones contrarias para así rebatirlas fácilmente”. Puesto que en mi artículo –que respondía a Antonio Zapata– no aludí una sola vez ni a Tanaka ni a sus planteamientos, no veo cómo podría caricaturizarlos. Por supuesto, no voy a retacear su derecho a sentirse aludido, pero si se hace una acusación así se debiera señalar qué posiciones he caricaturizado.

Yendo al fondo del tema, me ratifico en lo que sostuve en mi artículo: en la producción de conocimiento la opción por el justo medio “alimenta un pensamiento parasitario... es una fórmula segura para la mediocridad: nos protege de cometer grandes errores, pero nos vacuna igualmente contra los grandes hallazgos”.

En su clásico libro La estructura de las revoluciones científicas (1962) Thomas Khun planteó un conjunto de cuestiones fundamentales para cualquier discusión sobre la metodología científica: la ciencia –señala Kuhn– avanza no por la acumulación de conocimientos sino por transformaciones cataclísmicas, los cambios de paradigmas (Gaston Bachelard acuñó el término “ruptura epistemológica”), que suponen quiebras radicales con el sentido común imperante en la comunidad científica en un momento dado.

Por supuesto, semejantes rupturas son impensables si uno se define en función del sentido común imperante; ese que terminará siendo demolido por las grandes rupturas.

En su texto, Martín insiste reiteradamente en una valiosa virtud que considera fundamental para el trabajo científico: la humildad. Creo que, para que esta sea auténtica, debe partir del reconocimiento de quién es uno. Y una pregunta de filosofía práctica puede ayudar a situarse (después de todo para Aristóteles la ética es parte de la filosofía práctica): ¿no será que yo también tengo una ideología?

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