domingo, 21 de febrero de 2010

OCTAVIO ESPINOZA

Por: Francisco Espinosa Bellido*


Era un día precioso de carnavales de 1920 en que nadie presagiaba su fin, pero el destino así lo quiso y dejó a Lima y al Perú destrozados por su pronta desaparición. Aunque limeño de nacimiento (1880), Octavio Espinosa fue un hombre universal. Su talento cruzaba fronteras y se alimentaba de todo avance intelectual.

Las tertulias con Racso
Desde muy joven viajó a Europa y conoció las nuevas tecnologías y las nuevas tendencias en el área de las humanidades. Compartía largas tertulias con su gran amigo Racso, quien le inculcó el amor al periodismo, las artes, la filosofía y las letras. Fue un precoz poeta y magnífico escritor, un hombre audaz y luchador infatigable.

El periodismo
A su regreso de Europa, a principios del siglo XX, aborda la carrera periodística bajo el seudónimo de Sganarelle, premunido de sutileza aguda, ironía punzante, de estilo castizo y de elegancia propia. Asume la dirección de la revista “Actualidades” al lado de Luis Fernán Cisneros e ingresa posteriormente al diario “El Tiempo” para radicarse luego, y definitivamente, en el diario El Comercio, su casa por muchos años, hasta su muerte. En 1907, contrae matrimonio con doña Carmen Rosa Sánchez Bachmann, hija de don José Ramón Sánchez, administrador general del diario El Comercio por 40 años, y descendiente directa de don Manuel Amunátegui (su bisabuelo), fundador del Decano.

Las revistas
Espinosa trabajó codo a codo con don José Antonio Miró Quesada, quien lo animó a fundar sus propias revistas. Así, funda, entre otras, el “Ateneo de Lima” y “Cinema”, todo un logro cuando recién empezaba a introducirse en Lima el cine. Envuelto en lides políticas, dirige durante la presidencia de Óscar R. Benavides, el órgano oficial del gobierno, “Patria”, y durante el régimen de José Pardo, “El Día.

Su pasión definitiva
En 1912, viaja a Estados Unidos, donde adquiere nuevas experiencias tanto en automovilismo como en la aviación, su pasión definitiva. Fue quien primero subió al cerro San Cristóbal en un auto Sperber y quien ganó una carrera automovilística en la capital, Lima-San Miguel-Lima, a mediados de 1914.

En 1919, impulsado por su amor a la aviación, que recién iniciaba su desarrollo en el Perú, logra animar a un grupo de amigos, consocios del Club Nacional, para que le solventara la compra de un moderno avión Curtiss, debido a que su aeroplano Bleriot estaba casi inservible. Muchos le decían que debía dejar ese “avión suicida”.

Con el Curtiss, inicia los primeros vuelos Lima-Chincha-Lima o Lima-Pisco-Lima. Estableció su propio campo de aterrizaje en Conchán, donde construye con su propio peculio un moderno hangar. Tenía el proyecto de crear una línea comercial en la costa peruana y tenía adelantada la constitución de una compañía aérea, la primera en el Perú.

Hacia las estrellas
Sin embargo, el destino le jugó una mala pasada, y cuando más podía darle en experiencia a su país, a los 40 años, Octavio Espinosa se fue volando hacia las estrellas.

Un 14 de febrero de 1920, en pleno carnavales, murió en un accidente de aviación. Iba camino a Ancón, y debido a una imprudencia del piloto norteamericano Walter Pack, quien había venido invitado por Espinosa para alegrar las fiestas, caen los dos aviones en el fundo Oquendo, dejando a Lima absolutamente destrozada.

Los festejos del carnaval fueron suspendidos, y el sepelio constituyó una demostración de pesar pocas veces vistas en el país. Así he querido reseñar la historia de mi abuelo, a quien obviamente no conocí. Es más, dejó a mi padre de 10 años, pero sé por él y por mis tíos, que fue en la proteica y vibrante gama de su actividad personal, como periodista y como aviador, un brote singular de nuestra nacionalidad.

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