No sé qué tendrá que pasar en RPP para que Patricia del Río y Augusto Álvarez Rodrich presenten su renuncia o digan algo (o susurren alguito, o se incomoden un poco).
Y es que lo que está haciendo Raúl Vargas con esa emisora es sencillamente indigno de llamarse prensa.
Como las encuestas señalan que la popularidad de Alan García está -a nivel nacional- por los suelos, Vargas ha decidido servir de pulidor del régimen.
¿Que el modelo no llega a todos?
Pues allí está Vargas para preguntarle al director del programa Juntos las preguntas que sólo le harían en el “Melody” y las repreguntas que sólo le haría su santa abuelita.
-¿Vamos bien, pero podemos ir mejor? –pregunta Vargas.
-Hemos aprendido y claro que vamos a mejorar –le responde el burócrata locuaz.
¿Que en Essalud matan y rebanan y sierran y no pasa nada?
Pues allí está Vargas, en su papel de Jabba the Hutt del palacio de Pizarro, haciéndole “al ingeniero Fernando Barrios”, el director de Essalud y el que paga la publicidad y abona muertos y heridos por cada servicio prestado, la entrevista más horizontal que uno pueda imaginar “con ocasión de inaugurarse este gran hospital de Chiclayo-Oeste, el Luis Heysen Incháustegui”.
¿Que Luis Alva Castro es un monigote con el pelo teñido por Miss Clairol cuyas dos últimas hazañas son haberse enredado con un patrocinio de quince mil dólares a Fabiola de la Cuba y con un aumento de connotaciones delictivas a sus secretarias?
Pues allí va Vargas, en su papel de Chino de la Esquina, diciendo a los millones de oyentes de RPP que él conoce a Alva Castro “por sus preocupaciones filosóficas” y por “su vocación editorial y literaria” (cuando Alva Castro es a la literatura lo que Chemo del Solar al éxito y a la filosofía lo que los ácaros al finado gliptodonte).
Y va enseguida una entrevista que podría ser más útil que un dedo en la garganta a la hora de librarse de un contenido estomacal incómodo.
O sea que Nava, Mirtha y el jefe de todos los capos deben haberse sentado con Vargas y deben haberle dicho que la estabilidad del gobierno y la legitimidad del sistema dependen de RPP y de esta nueva campaña de planchado y pintura.
Y Vargas ha llegado a un arreglo conveniente. Total, si estuvo a punto de viajar a México como embajador de Alan García –y no lo hizo porque Manuel Delgado Parker se lo pidió y le aumentó el sueldo-, ¿por qué no va a oficiar de cataplasma de este contuso gobierno?
Da vergüenza ajena escuchar la agonía de este Vargas. Porque no sólo es un asunto de contenido.
La voz de Vargas era grave y muchas veces noticiosa. Ahora se ha hecho meliflua, zalamera, coqueta bajo cuerda.
Antes sus bajos continuos respaldaban una melodía que iba al son del día y tenía el eco vibrante del directo en directo. Hoy la voz de Vargas parece la de Pedro (también Vargas) cuando cantaba boleros para señoras en un cabaré.
Vargas fue nuestro Wálter Cronkite radial. Hoy es una melopea de Radio Nacional tomada por la Apdayc.
Si Radio Incahuasi –la que Haya usaba para mandar a insultar a sus enemigos- estuviese en el dial, la sacarían del aire por hacerle competencia desleal a la RPP de Vargas.
Pero, bien, el problema ya no es Vargas, que ha decidido ser, como en el viejo icono de la RCA Victor, la voz del amo y jugar a la cocinita con su amigo Alan García.
El problema para mí, lo que me pone tenso y confundido como oyente y colega es no tener una respuesta para la siguiente pregunta: ¿por qué Augusto y Patricia no se ponen en sus trece, pierden el miedo escénico y hacen, sin miedo, las preguntas que (estoy seguro) quieren hacer?
Está muy bien que don Raúl Vargas quiera terminar sus días de radio como lo está haciendo –si Macera bailó con Fujimori, ¡imagínense!-, pero está mal que lo haga en compañía de dos periodistas respetables.
Patricia, Augusto: ¿pueden ustedes hacer algo? Los estamos viendo y escuchando.
sábado, 20 de febrero de 2010
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