domingo, 31 de octubre de 2010

Entre el amor y la guerra

El tan difundido pragmatismo norteamericano subraya la eficacia de la acción y el poder por encima de los efectos de la pasión.
Sin embargo las contradicciones a las que la vida nos somete pueden tumbar las más sólidas teorías funcionalistas (pragmatismo y funcionalismo como herencias del empirismo spenceriano). También pueden hacer frente a los rigores del esquematismo puritano de la sociedad norteamericana. Incluso el determinismo que aparece gravitando en los escritores de la “generación perdida”, con la idea de que la realidad es más fuerte que los seres humanos y que éstos apenas son ciegas criaturas a merced de fuerzas extrañas y poderosas, se diluye en la narrativa de sus más fulgurantes figuras, como es el caso de Ernest Hemingway (Oak Park, Illinois 1899 – Ketchum, Idaho, 1961).

Alrededor del escritor, se ha levantado la aureola del hombre fuerte, deportista, fanfarrón, valiente, mujeriego, bebedor impenitente, boxeador, coqueteando con la muerte, ya sea enfrentándose a los obuses austriacos en la Gran Guerra, a las bombas de la aviación de Hitler en la guerra civil española o mirando los afilados colmillos de un león de las sabanas africanas, sin hablar de sus intensas peleas interiores contra la impotencia, la diabetes, la cirrosis y la paranoia.

Entre el estallido del obús que casi le destrozó las piernas en el frente italiano el 8 de julio de 1918 y el violento disparo del 2 de julio de 1961 que le voló el cráneo, se levanta la sangre, la furia, el vendaval ardiente de la vida y la muerte, el amor y el dolor apenas fueron paliados (se me ocurre), salvo en los momentos de su confrontación con la fuerza descomunal de un merlín en Cabo Blanco o frente a un elefante en las llanuras del volcán KiLimanjaro y cuando la escritura le devolvía la energía para continuar en la brega y la búsqueda del placer (la bebida, la comida, el sexo).

Hombre de acción sí, pero conflictuado por todos los miedos. El alcohol le permitiría alcanzar, tal vez, lo más auténtico de sí mismo, acercarlo a los instintos básicos de la condición humana, fuera de los límites de la moral y la miseria, pulsar la noción de sentirse vivo.

Los temas recurrentes en la mayor parte de la obra de Hemingway son la muerte, la violencia, la guerra, el amor, la caza. Estados de conciencia no imaginados, porque a pesar del pragmatismo y el determinismo que aparece en su literatura, la materia prima de la que se nutre, desde donde emergen sus héroes derrotados, es su propia vida. Héroe de sus propias novelas, Hemingway es un romántico en pleno siglo de la velocidad y el progreso tecnológico. Como Lord Byron, que escribía lo que vivía o vivía lo que escribía. El héroe byroniano era el propio poeta. Los héroes de Hemingway son el propio escritor.

En ese sentido la fisonomía de los hechos, el ritmo vertiginoso de la acción, el estilo periodístico directo, el aparente vacío psicológico, que se enlaza con la austeridad verbal, se estrella contra la configuración del objeto más subjetivo de todos, la elaboración consciente de la mentira: la escritura de una novela. Y en la configuración del personaje Ernest Hemingway –tan concreto y falso como los personajes literarios–, contribuyó el poder mítico del cine.

Hollywood es la fábrica de la mentira por excelencia. Doble mentira que se ahonda por la adaptación a otro lenguaje. La literatura son palabras, el cine son imágenes. Las versiones cinematográficas de las obras de Hemingway no sólo son ajenas al escritor por la naturaleza de los medios expresivos sino por la manipulación aberrante de las historias, cambiando los finales, ritualizando los personajes bajo los rostros de las “estrellas”, tan falsos como espejos.

Salvo los casos de “Los asesinos” (1946) de Robert Siodmak, con los debutantes Burt Lancaster y Ava Gardner y “Tener y no tener” (1944) dirigida por Howard Hawks, con la actuación de Humprey Bogart en el rol de Harry Morgan y de Lauren Bacall como Slim, el resto de las versiones niegan la riqueza y el valor de la narrativa de Hemingway.

No hemos visto la versión de Andrei Tarkovski sobre la historia de “Los Asesinos” que el cineasta ruso filmó en 1958 bajo el nombre de “Ubijtsi”. Pero aun a despecho de la ira del propio Hemingway, las películas sobre sus novelas contribuyeron a acrecentar la fama del escritor y los argumentos de sus obras aumentaron las arcas de los estudios de Hollywood.

Más cercano a la filosofía del existencialismo que del pragmatismo, Hemingway es un narrador de fibra, de gran densidad humana. Por ello escribe: “El mundo quebranta a todos, aunque muchos se hacen fuertes en su mismo quebranto. Pero a los que no se quieren quebrar, los mata.”

Ronald Portocarrero
Redacción

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