domingo, 18 de octubre de 2009

Economía y política


Por Fernado Rospigliosi


Una explicación, que lesiona aún más la maltrecha autoestima nacional, es que las políticas económicas que han estimulado un crecimiento espectacular en los últimos años y que han permitido sobrellevar decorosamente la crisis internacional han sido impuestas desde fuera.
EL COMIENZO
Todo empezó en 1990, cuando el entonces presidente electo Alberto Fujimori se dio cuenta de que si continuaba con la desastrosa política populista de Alan García su gobierno se hundiría rápidamente.
Era, además, un momento histórico excepcional. El sistema comunista se caía a pedazos y el capitalismo occidental encabezado por los Estados Unidos se imponía sin atenuantes ni competidores. Fujimori apostó al más fuerte.
Llevado de la mano por Hernando de Soto, Fujimori había dado un viraje de 180 grados cuando tomó posesión del cargo.El Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) lo apoyaron sin cortapisas. E impusieron sus condiciones, una política económica ortodoxa.
El Ministerio de Economía (MEF), convertido en el brazo fuerte del Estado, fue ocupado por una tecnocracia acorde con las orientaciones del FMI, BM y BID.
La cosa funcionó. Se frenó bruscamente la inflación con el vilipendiado shock económico, se redujo el Estado, se privatizaron ineficientes y corruptas empresas públicas, volvieron las inversiones nacionales y extranjeras y la economía empezó a funcionar más o menos sanamente, y a crecer.
Los denigrados –por las izquierdas– organismos multilaterales crearon la SUNAT, por ejemplo. Le dijeron a Fujimori que ellos le prestaban dinero, pero que el Estado tenía que recaudar impuestos en un país en el que casi nadie tributaba.
Como en la década de 1930, cuando una misión norteamericana creó el Banco Central de Reserva, muchos cambios fueron promovidos desde el exterior.
LA BANDA EN EL PODER
Naturalmente, las cosas hubieran ido mucho mejor si Fujimori se hubiera rodeado de gente competente y honesta que pensara en el Perú. No lo hizo. Se alió con una pandilla de malandrines que se dedicaron a saquear el Estado, a hacer negocios turbios con las privatizaciones y a lotizar el país.
Se perdió la oportunidad de aprovechar una economía bien encarrilada para reducir las desigualdades y la pobreza, y mejorar los servicios públicos de educación, salud y seguridad.
En Chile, por ejemplo, los moderados gobiernos de la Concertación hicieron eso desde 1990. Mantuvieron una economía abierta, de mercado, al tiempo que mejoraban sustancialmente los indicadores sociales y la calidad de vida. Los resultados están a la vista.
LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL
Los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García, con pequeñas variantes, han mantenido la economía bien encaminada. Pero han fallado también en utilizar el excepcional crecimiento para reformar el Estado y producir un cambio sustantivo. El actual gobierno tiene mayor responsabilidad, porque le tocó disfrutar la mejor parte del crecimiento.
La política, sin embargo, no puede ser reencauzada desde el exterior. La presión internacional fue muy importante para la caída de la corrupta dictadura de Fujimori y Vladimiro Montesinos, y para restaurar la democracia.
Pero nadie puede imponer una democracia que funcione desde el exterior. Los experimentos recientes de Haití, Irak y Afganistán son solo las muestras más próximas de esa verdad nunca refutada. Una dictadura puede ser derrocada por una intervención o fuerte coerción extranjera, pero la democracia no puede ser exportada si no hay fuerzas internas que la sustenten.
Desde 1990, la política no ha dejado de menguar. El Congreso actual, plagado de delincuentes, sinvergüenzas y mediocres, es una muestra muy representativa no del Perú sino de la política.
El Perú ha crecido económicamente y hay muchos empresarios competentes y agresivos. La gastronomía, con Gastón Acurio a la cabeza, es otro ejemplo de cómo hay áreas de la vida nacional que han aprovechado el entorno favorable creado por la estabilidad económica para dar un salto gigantesco.
Pero la política marcha, más o menos, al ritmo del fútbol, en caída libre. Con la diferencia de que malos equipos hieren el orgullo patrio y entristecen a los hinchas, pero la corrupción total de la política puede hundir al país en un abismo insondable.
La desgracia nacional es que en un país de caudillos, sin instituciones, quienes ganan las elecciones no son los políticos honestos, moderados, con ideas y voluntad de cambio como, por ejemplo, Valentín Paniagua. Los que tienen los votos son los otros

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