sábado, 17 de octubre de 2009

Política e identidad cultural



Por Luis Jaime Cisneros
Quisiera opinar sobre política y cultura; aprovechando que últimamente se han vertido opiniones cruzadas sobre temas culturales: hallazgos arqueológicos, Ministerio de Cultura, Museo de la Memoria, política cultural. Todas las opiniones han partido de la creencia que en materia de política cultural hay un compromiso exclusivo del gobierno. Pero en una política cultural están también empresarios y obreros, profesionales y estudiantes, dirigentes sindicales y universitarios, artistas y políticos. Nadie está exento de responsabilidad y obligación.
Por lo pronto, no podemos hablar de cultura si no estamos hablando de desarrollo, palabra que no sólo nos remite al crecimiento económico. La cultura es un elemento poderoso del desarrollo integral del hombre. Y esto se da la mano con los problemas alimentarios. Si no hay voluntad política de encarar los problemas de alimentación, es demagógico anunciar que la habrá para establecer una política cultural. Hay que elevar la cultura a idéntico nivel de poder que la economía: es el reto de este nuevo siglo. Y debemos esforzarnos para que toda política cultural lo sea con más autenticidad en tanto se inserta en el marco de una política integrada en el mundo andino. Y esta será más auténtica cuando más relacionada se halla con el marco del continente americano.
¿Qué acciones deberíamos emprender en el campo de nuestra cultura? Somos un pueblo en busca de su expresión. Para asumir este reto, se requiere una sana actitud científica. Mientras no hagamos el diagnóstico de nuestra realidad nacional, será absurdo proponernos recetas inspiradas en uno que otro modelo extranjero. Un inventario de esa realidad cultural nos mostrará la verdadera situación. Y para saber lo que debe realmente inventariarse, no hay que sino buscar pacientemente en la historia. Ahí tropezaremos con la necesidad de dar respuesta a varias interrogantes: en primer lugar, qué ocurre con el idioma; en segundo término, por qué no somos proclives al pentatonismo con que nuestra música nativa se aparta de la europea. Luego nos interesará aclarar cuáles son los rasgos propios de eso que se ha dado en llamar nuestro ‘criollismo’. Deberá interesarnos averiguar por qué han logrado salvarse hasta ahora nuestras comunidades campesinas, y al mismo tiempo averiguar qué buscan expresar en sus juegos peculiares nuestros niños.
Se trata, en el fondo, de buscar los rasgos de nuestra autenticidad. Si no nos preocupamos por ser auténticos, no tiene sentido preocuparnos por una política cultural. Esta investigación es imprescindible. Luego pueden (y deben) venir los ideólogos para la hora de la interpretación y el debate. Pero el inventario es primero. Si no hay observación y descripción, como tareas inmediatas, no hay de qué hablar en concreto.
Otro asunto que debe quedar esclarecido es saber en qué medida nuestra cultura debe ser precisamente ‘nuestra’, y hasta dónde debe sentirse obligada a prolongar la cultura europea. No es tarea fácil, porque la xenofobia y el racismo suelen revestirse de sutiles disfraces, y en ocasiones se reclaman de afirmaciones aparentemente científicas. Pero no nos debe interesar la fisonomía sino la médula espinal. En esa tarea estamos desde la Independencia. Debemos movernos con discreción, con mucho cuidado, pues con la cultura no sólo se relacionan la educación, la literatura y el arte. No son ajenos al debate la alimentación ni el crecimiento demográfico. Ni el sistema de producción es ajeno. No hay política cultural que pueda alegremente saltar todas estas vallas, como si fuera posible, en aras de una ilusión pasajera, ignorar que son auténticos hechos culturales, puesto que afectan al hombre y al cultivo de su espíritu. Es tarea de la escuela alertar al estudiante sobre esta realidad.
Una cultura peruana sólo puede entenderse como una entidad surgida de la identidad cultural. Esa diversidad garantiza nuestra vitalidad. Unidad surgida del pluralismo es nuestro signo cultural. Por eso una política cultural es una empresa participatoria de la comunidad.
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