domingo, 25 de octubre de 2009

Universidad, cantidad y calidad


Por Luis Jaime Cisneros
De las frecuentes opiniones que se oyen sobre educación, pocas son las relativas a la universidad. A las universidades parece corresponderles una indiferencia general. Se crean en cualquier momento, y nadie justifica su creación. La mayoría de la gente tiene la conciencia de que toda universidad es una empresa, y que organizar una institución de esa naturaleza es buen negocio. Lo confirma el tipo de avisos que aparecen en la prensa, y lo ratifica el hecho de que algunas de estas instituciones tienen ‘sucursales’ o ‘filiales’ en distritos y provincias.
La autoridad responsable no está ciertamente actuando con la responsabilidad pertinente, porque si el número de universidades existentes es ciertamente alto, la calidad de la docencia y de la enseñanza no se hace ciertamente patente. Esta situación comporta, a mi parecer, un escándalo. Si nos reconocemos convocados por una nueva sociedad enmarcada en la información y el consumo, debemos reconocer la necesidad de cambios, pero de ninguna manera la deformación del carácter de una universidad. Basta con admitir que los avances del siglo, las grandes transformaciones sufridas en todo orden han sido el fruto del estudio y de la investigación en los centros universitarios.
Una universidad no es una fábrica de diplomas. Ni siquiera un laboratorio de ilusiones. Es una institución que tiene como arma el conocimiento y estudia las distintas maneras con que sus servicios pueden servir a cristalizar cuanto proyecto se ofrezca para el porvenir. Sus armas son la investigación y el estudio (estudio riguroso e investigación rigurosa). La universidad es la casa donde aprendemos a averiguar, analizar, ensayar, discutir, cuantas soluciones se ofrecen como fruto del estudio. La vida universitaria se desarrolla de dos maneras: primero somos estudiantes, a quienes hay que convocar al rigor del estudio y de los debates científicos; luego o hemos sido ganados para la docencia o para la investigación, caminos desde los cuales nuestro trabajo enriquecerá el mundo del conocimiento y asegurará la presencia del país en los centros científicos.
No, la universidad no es un negocio: no hay liquidaciones ni saldos. Pueden haber ofertas de cursos específicos, o de becas para determinados estudios. Pero no hay rebajas de exigencias. Y hay, sobre todo, trabajo en equipo. Un día organizamos mesas redondas para debatir un asunto, otro día para ofrecer los resultados de una investigación. Y cuando hemos avanzado en el estudio de un tema, la universidad organiza un coloquio, un congreso, ocasión en que invita a colegas de otros institutos para intercambiar ideas. Gracias a estas actuaciones, la ciencia va progresando. Pero sobre todo hay que aprender, porque nuevos valores han modificado el sistema de competencias hasta ahora vigente.
La nueva realidad va exigiendo distinguir bien, en el marco de los estudios superiores, la función de la universidad y la de la escuela. Ahora más que nunca es necesario reconocer la función de las escuelas, encargadas de asumir las tecnologías. La universidad dedica las facultades a la enseñanza y los institutos a la investigación. Y es hora de entender que las exigencias que se les deben proponer a los estudiantes realmente deben estar orientadas a obtener rendimiento de calidad. Los estudios superiores buscan, precisamente, ser superiores a los secundarios: esa superioridad no está confirmada por el número de asignaturas sino por la profundidad del estudio.
Y es explicable que estamos conscientes de la necesidad de un cambio radical en materia de educación, y ese cambio, en lo que atañe a los estudios superiores, corresponde iniciarlo a la institución universitaria. Por eso no se puede ir creando alegremente instituciones sin haberse preocupado de asegurar el perfil (y la función) de las existentes. Y vale terminar con esta advertencia. Ya hemos pasado la época en que la tarea de la universidad era comunicar el saber establecido. Estamos en la hora de continuar la búsqueda y perfeccionar la investigación para enriquecer, rectificar y perfeccionar lo conquistado. Reducirla a impartir enseñanza de lo sabido es denigrarla, empobrecerla.

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